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CRISTOPHER NOLAN

GLOBO DE ORO AL MEJOR DIRECTOR POR ‘OPPENHEIMER’

«Crecí convencido de que moriría en un holocausto nuclear»

| Fotografía: Magnus Nolan.

El apocalipsis nuclear, la edad de oro de la ciencia, la paranoia anticomunista… La vida de Robert Oppenheimer, el ‘creador de la bomba atómica’, llevaba tiempo pidiendo a gritos una película.

La ha hecho Christopher Nolan, el cineasta más osado del siglo XXI. Y, de momento, ha batido récords de taquilla, ha arrasado en los Globos de Oro y aspira a hacer lo mismo en los Óscar. Hablamos con él.

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Lunes, 08 de Enero de 2024

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La probabilidad de destruir el mundo era pequeña, pero existía. Robert Oppenheimer y sus colegas del Proyecto Manhattan apretaron el primer botón nuclear de la historia temiendo desatar el apocalipsis. «Si la atmósfera se incendia, el mundo se acabará», era una de la hipótesis que manejaban. Y, aun así, apretaron el botón… No hubo apocalipsis, pero el mundo no volvió a ser el mismo.

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Las 12.512 ojivas nucleares con las que convivimos, 86 más que hace un año, son su ominoso legado. Por eso, Christopher Nolan –autor de obras como Memento, Origen o la trilogía de Batman– lo tiene tan claro: «Fue el momento más dramático de la Historia». Y, por cómo cambió nuestras vidas, añade: «Oppenheimer es la persona más importante que haya existido».

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Oppenheimer, su película, se estrena el 20 de julio entre un secretismo propio del mismísimo Proyecto Manhattan. Un tráiler de dos minutos es todo el material al que XLSemanal ha tenido acceso antes de esta entrevista. Se sabe, eso sí, que cuenta con un momento climático único: el primer ensayo nuclear, la prueba Trinity, realizado el 16 de julio de 1945. Al poco, el 6 de agosto, Hiroshima era arrasada por el primer ataque nuclear. Ocho días después, Japón se rendía y concluía la Segunda Guerra Mundial.

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Unidos por el átomo. El cineasta llevaba años fascinado con Oppenheimer, un físico teórico que simpatizó con el comunismo antes de aceptar dirigir el proyecto llamado a crear un arma nuclear que detuviera a los nazis. Alemania cayó el 2 de mayo de 1945, antes de que la bomba estuviera lista. Fue lanzada sobre Hiroshima el 6 de agosto.
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‘El creador de la bomba atómica’ se convirtió así en un héroe nacional. Una celebridad de la que le costó disfrutar… De todo ello hablamos con Nolan, un director cuyas películas han recaudado más de cinco mil millones de dólares y que apunta directamente al Oscar con Oppenheimer.

 


XLSemanal. Hace 11 años, usted ya nos mostró una explosión nuclear. ¿Acaso le supo a poco?

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Christopher Nolan. Pues sí, la verdad. El hongo nuclear de El caballero oscuro: la leyenda renace fue generado por ordenador. Pero la prueba Trinity en Oppenheimer ocurrió de verdad y es un evento capital en la historia del ser humano; era un desafío de otra dimensión. La explosión real, además, está filmada y sabía que solo con el ordenador nunca obtendría ese sentimiento visceral, de amenaza total, pero también de asombro y asoladora belleza, que desprende ese material. Solo te diré que el equipo de efectos especiales ha trabajado como si fuese un gran proyecto científico.

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XL. En Tenet, su película anterior, hay una referencia al temor que tiene Oppenheimer de «provocar una reacción en cadena que engullera al mundo». ¿Ese fue su punto de partida?

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C.N. Así es, es una idea que me atrae desde hace mucho. Sobre todo, que los físicos del Proyecto Manhattan concluyeran en sus cálculos que existía una posibilidad de incendiar la atmósfera y destruir el mundo. Ninguna base matemática o teórica les permitía descartar esa posibilidad. Y, sin embargo, presionaron el botón. ¿Se te ocurre una situación más dramática en toda la historia de la humanidad?

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«Sabían que podían destruir el mundo, pero, aun así, apretaron el botón»

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XL. La verdad es que no. ¿Mostrar ese momento fue la idea motora de su proyecto?

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C.N. Bueno, esta es una de las grandes historias de la humanidad, si no la más importante, y está llena de paradojas y dilemas éticos. Justo lo que siempre me ha atraído [se ríe]. Y yo quería llevar al público a ese momento en que Oppenheimer y su equipo son conscientes de la posibilidad de la autodestrucción y a la tensión insuperable del instante en que aprietan el botón.

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XL. Dice que la idea le atraía desde hacía años. ¿Qué lo llevó, finalmente, a lanzarse?

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C.N. El problema era que me faltaban asideros, información que me diera seguridad al escribir el personaje de Oppenheimer. Hasta que se publicó Prometeo americano, la monumental biografía, premio Pulitzer, que le dedicaron Kai Bird y Martin J. Sherwin. Les llevó veinticinco años de investigación y otros cinco de escritura.

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XL. Es una obra enciclopédica creada gracias a la desclasificación de documentos y llena de detalles. ¿Ha sudado tinta para adaptarla?

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C.N. Sí, ha sido un trabajo complejo porque tanta información llega a ser abrumadora. ¡Imagina reducir todo eso a tres horas de película! Pero bendita dificultad porque ese libro ha sido mi Biblia.

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La primera bomba atómica. El 16 de julio de 1945, a las 5:29 horas, se realizó la prueba Trinity, el primer ensayo nuclear de la historia. La explosión, de 19 kilotones, como 19.000 toneladas de TNT, tuvo lugar en el desierto Jornada del Muerto (Nuevo México). El primer hongo nuclear se elevó 12 km y abrió un  cráter de 330 m de ancho. La onda expansiva se sintió en 160 kilómetros a la redonda.
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XL. El libro introduce al lector en la mente del físico. ¿Es también su aproximación?

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C.N. Sí. Escribí el guion en primera persona para intentar adentrarme –y conmigo el espectador– en la psique de Oppenheimer. Se lo dije a Cillian Murphy (que interpreta al físico): «Tú eres los ojos del público». Y, de su mano, vivimos el viaje emocional de la persona que hizo lo que hizo a riesgo de destruir el planeta.

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XL. No he visto su película, pero tengo entendido que consta de dos líneas temporales, una en color y otra en blanco y negro. ¿Tiene algo que ver con ese «viaje a la mente del genio»?

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C.N. Eso es. Seguimos su vida en primera persona y en color, con cortes a imágenes evocadoras y surrealistas que expresan simbólicamente su mundo interior. El público está en ese mismo viaje, en su cabeza, lo ve todo por encima de su hombro y va a todas partes con él. Y en paralelo vamos con Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), su gran enemigo, el hombre que hizo que lo ‘excomulgaran’ de la ciencia oficial.

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«Esta es una de las grandes historias de la humanidad, si no la más importante. Quería llevar al público a la tensión insuperable del instante en que aprietan el botón»

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XL. Comenzó este proyecto antes de la guerra en Ucrania y de las amenazas nucleares del Kremlin. ¿Cambió su película en algún aspecto debido al conflicto?

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C.N. No cambié nada de la historia, pero estoy convencido de que las resonancias de Ucrania influyeron en la interpretación de ciertas escenas, en ciertos diálogos. Afectó a los actores de maneras que ignoro. Al fin y al cabo recreábamos las tensiones de la Guerra Fría y la posibilidad de utilizar armas nucleares cuando, de pronto, resurgió esa misma amenaza. Fue como si el océano se secara y dejara al descubierto una montaña que siempre había estado ahí.

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Un actor de confianza. «El gran desafío del papel ha sido trazar el viaje moral de Oppenheimer», dice Cillian Murphy, el actor que se ha metido en la piel del físico. Esta es su sexta película con Nolan –incluso le ofreció el papel de Batman– y la primera como protagonista absoluto.
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XL. La guerra ha hecho su película más pertinente, si cabe, de lo que ya lo era…

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C.N. Claro, la actualidad le ha dado más peso a todo. Y es extraño porque, aunque la amenaza nunca se fue, parecía que nos hubiéramos olvidado de ella. Recuerdo que cuando le dije a uno de mis hijos que estaba escribiendo esta película me respondió: «Ya nadie se preocupa por las armas nucleares». Hoy no piensa igual. Los humanos no estamos hechos para preocuparnos por demasiadas cosas al mismo tiempo, ni por una demasiado tiempo, pero la amenaza atómica ha vuelto.

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XL. En España no tenemos armas nucleares, pero usted es ciudadano británico y estadounidense. ¿Era consciente de niño de pertenecer a dos potencias atómicas?

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C.N. Totalmente. A los 13 años, mis amigos y yo estábamos convencidos de que moriríamos en un holocausto nuclear. Tuve una conciencia muy temprana de la posibilidad de un armagedón. Era un escenario posible que estaba en la conciencia popular y el ambiente político.

 


 

XL. De niño, ¿se hablaba en su casa del Proyecto Manhattan, de Hiroshima, de Nagasaki…?

C.N. Nunca tuve una experiencia directa de ese tipo, pero siempre fue como una carga pesada para mí. En la Inglaterra de los ochenta viví las protestas contra el despliegue de misiles de crucero en nuestro país; crecí con esa paradoja.

«Oppenheimer se convirtió en la diana ejemplarizante de la caza de brujas de la posguerra. Fue el primer chivo expiatorio del anticomunismo»

XL. ¿La paradoja de que el uso de la fuerza nuclear como elemento de disuasión te convierte en objetivo?

C.N. Exacto. La posesión de armas nucleares ya es una paradoja en sí misma: ¿poseer un arma capaz de destruir tu propio país? Por eso es un territorio propicio para villanos apocalípticos y terroristas. Y, como dices, la paradoja es que la instalación de misiles norteamericanos en Inglaterra, por razones defensivas, de disuasión, nos convertía en objetivo prioritario de los soviéticos. Estas paradojas y dilemas éticos propios del debate nuclear son parte del territorio que quería explorar. Además de la relación entre ciencia y política, entre los científicos y el poder militar…

XL. ¿Cómo afecta la posesión de armas nucleares a la identidad nacional?

C.N. Yo soy ciudadano de dos países que, cuando nací, ya poseían armas nucleares, así que no puedo comparar entre tener y no tener. Es evidente, sin embargo, que tiene un gran peso en la construcción de una identidad nacional amenazante y aterradora hacia los demás. Lo vemos con Corea del Norte e Irán. Estar en ese club te proporciona una fuerza geopolítica muy poderosa.

XL. Siempre se ha dicho que la bomba se creó para atacar a los nazis y, ya vencidos estos, a Japón. Los autores de Prometeo americano, sin embargo, dicen que el verdadero objetivo era someter a los rusos. ¿Le parece paradójico?

C.N. Bueno, Bird y Sherwin realizaron una investigación muy exhaustiva, pero no hay una interpretación definitiva sobre ese asunto. Hubo muchos factores en juego –geopolítica, preocupaciones políticas y humanas, caprichos y miedos de las personalidades involucradas…–, y la verdad siempre es más complicada de lo que parece. Mi propósito es, justamente, involucrar al espectador en aquellas conversaciones, llevarlos a aquellos escenarios y que escuchen y sientan lo que pasó.

XL. El libro también presenta indicios de que el presidente Truman sabía que Japón se iba a rendir antes de atacar Hiroshima y Nagasaki. La guerra habría acabado igualmente. ¿Aparece esta cuestión en su película?

C.N. Este es otro asunto en discusión, no conocemos al cien por cien los mecanismos de aquella decisión. Hubo otros factores, como evitar una invasión terrestre que hubiera costado también muchas vidas; mostrarle al mundo, en especial a los soviéticos, el nuevo poder de Estados Unidos… Además, tras haber convencido a Stalin para unirse al frente japonés, Truman ordenó lanzar las bombas… No sé, es imposible retroceder a la posición exacta desde la cual tomó una decisión tan extrema. Como narrador, ante un momento histórico como ese, debes ser humilde y estar abierto a las paradojas, a las motivaciones múltiples, a las situaciones posibles, al dilema y al drama. Y esa es la posición que tomo. Las interpretaciones definitivas extremadamente simplistas rara vez funcionan para describir situaciones históricas.

alternative textA cualquier precio. Nolan durante el rodaje de Oppenheimer. La película superó en mucho el presupuesto inicial y acabó costando 180 millones de dólares, que ya ha recuperado con creces. Pero no es la película más cara de Nolan. Queda lejos de El Caballero Oscuro: La Leyenda Renace, que costó 230 millones. Pero también los rodajes de El Caballero Oscuro (el segundo Batman de Nolan) y Tenet fueron más caros que Oppenheimer, con 185 millones y 205 millones, respectivamente.

XL. La historia de Oppenheimer, por otro lado, es también la del miedo atávico de los estadounidenses al comunismo…

C.N. Sí, totalmente. De ahí la otra línea temporal, en blanco y negro, que sigue a Lewis Strauss, el hombre que hizo que el Gobierno retirara a Oppenheimer su credencial de seguridad y su puesto en el Consejo de Energía Atómica por presuntos vínculos comunistas.

Oppenheimer se opuso al desarrollo de la bomba H, 650 veces más potente que las de Japón y gran empeño político y personal de Strauss. El físico defendía, además, la propuesta del Nobel de Física danés Niels Bohr –Kenneth Branagh en el filme– para compartir con los soviéticos la tecnología nuclear y evitar así la escalada armamentística que, finalmente, se produjo.

XL. El comunismo fue la excusa para ‘excomulgar’ a Oppenheimer de la ciencia oficial. Porque antes de la guerra simpatizó y tuvo amigos afiliados –y alguna amante–, pero nunca militó.

C.N. Y con la guerra y, después, con su nombramiento al frente del Proyecto Manhattan se alejó de todo eso. Es, de hecho, una evolución que vivieron muchos intelectuales estadounidenses.

XL. ¿Cómo cambió la guerra la percepción de los comunistas en Estados Unidos?

C.N. Bueno, ser comunista ya era problemático, pero la amenaza del nazismo y del fascismo apaciguó por unos años ese miedo, siempre subyacente en la cultura estadounidense. Y, cuando el conflicto terminó, el temor se multiplicó ante el poder y prestigio de Stalin y la URSS, y pasó a dominarlo todo. Y Oppenheimer, como gran héroe nacional, se convirtió en la diana ejemplarizante de la caza de brujas de la posguerra. Eso marcó el resto de su vida. Fue el primer chivo expiatorio del anticomunismo.

«Hay una profunda relación entre el cine y la memoria, y una de las cosas que más me interesa de las películas es, precisamente, lo que nos revelan a medida que crecemos»

XL. Fue espiado, monitoreado y controlado por el FBI de John Edgar Hoover y acabó siendo considerado un riesgo para la seguridad nacional…

C.N. Por eso, su historia es tan fascinante; es muy estadounidense, pone al país ante el espejo. Este individuo increíblemente brillante marcó un punto de inflexión en la cultura y la historia americanas.

XL. Siete décadas después de su ‘excomunión’, tres después del colapso de la URSS, ¿hasta qué punto el anticomunismo sigue dominando la vida política de Estados Unidos?

C.N. Esos miedos persisten y resuenan de nuevo ante la guerra en Ucrania. Lo que pasa es que ya no es el comunismo, sino el miedo a la expansión rusa. Esa es la amenaza. O, en el fondo, ¿no lo ha sido siempre? El expansionismo es inherente a toda gran potencia y, sin duda, es una amenaza mucho más identificable. Por eso creo que, si bien la historia de Oppenheimer siempre será pertinente, contarla hoy nos ayuda a entender el presente. Es una historia extraordinaria que supera a la ficción. Y es muy shakespeariana en términos de triunfo y tragedia.

XL. Ya para acabar, ¿se le daba bien la física en el colegio?

C.N. No era particularmente bueno, pero empezaron a interesarme mucho sus aplicaciones más tarde, al descubrir la ciencia ficción. La física revela los principios de la vida y del universo y nos ha aportado cosas extraordinarias. En mi caso, el cine me ha dado la oportunidad de trabajar con un genio como Kip Thorne (Nobel de Física y premio Princesa de Asturias) en Interstellar, Tenet y también en esta. Lo explica todo de maravilla. A Cillian Murphy le habló de física cuántica, pero también de las interioridades del mundo de los físicos, de cómo se comportan… Fue muy valioso.

XL. Recuerdo una hermosa frase del personaje de Matthew McConaughey (Cooper) en Interstellar: «Estamos aquí para ser la memoria de nuestros hijos». ¿Es la razón por la que hace cine?

C.N. Dicho así suena muy grandilocuente, pero sí, eso creo [se ríe]. Hay una profunda relación entre el cine y la memoria, y una de las cosas que más me interesa de las películas es, precisamente, lo que nos revelan a medida que crecemos. Incluso adquieren un aspecto diferente, cambiamos su significado, lo que nos hacen sentir; producen memoria e historia en un sentido casi onírico, son piezas de nuestra cultura que se acumulan y nos dicen quiénes fuimos y quiénes somos.

XL. De todas sus películas, doce con Oppenheimer, ¿cuál es la que realmente le cambió la vida?

C.N. Todas me han cambiado la vida de diferentes formas, pero el gran punto de inflexión fue el paso entre Following (1999), mi primer largometraje, que hice entre amigos y sin un duro, y Memento (2000), en la que gasté varios millones de dólares, con una producción de mayor escala, y recaudó más de cuatro veces lo que gastamos en hacerla. Eso me abrió la puerta a los grandes presupuestos, sin los cuales no habría podido hacer las películas que he hecho. Dicho esto, creo que todas las obras que se hacen con sinceridad, pasión y el grado de obsesión apropiados te cambian la vida.

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