De dónde viene ‘nylon’ y otros curiosos orígenes de palabras que usamos a diario
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La etimología nos depara agradables sorpresas. Pero, ¡cuidado! La sabiduría popular es experta en fabular historias
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Investigar de dónde vienen las palabras, su etimología, es un juego divertido, interesante y educativo, pero también complejo. Es posible que si nos dicen que la palabra ‘guiri‘ proviene del inglés ‘where is’ (dónde está), una frase que muchos extranjeros utilizan para preguntar cómo se llega a tal o cual sitio, abramos los ojos y pensemos: ‘Mmm, ¡claro! Esa es la explicación, tiene todo el sentido del mundo’. Pues no. El origen de este vocablo atesora una historia mucho más elaborada. Resulta que proviene de las Guerras Carlistas: los seguidores del aspirante al trono, Carlos María Isidro de Borbón, se referían a sus adversarios (los que apoyaban a la reina regente María Cristina) como ‘guiristinos’, es decir, ‘cristinos’ en euskera, una forma de definirlos como gente ajena, foránea o extranjera. Y de ahí lo de ‘guiri’.
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Hay palabras que nos sorprenden por su origen, como nylon por ejemplo, el material del que están hechas las medias, entre otras cosas. La empresa que empezó a desarrollarlo lo bautizó basándose en las dos ciudades donde estaban investigando el nuevo material, New York y London, así que uniendo las iniciales NY y la primera sílaba de la capital de Reino Unido…
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O corbata, llamada así porque empezaron a usarla los caballeros croatas, entonces una especie de pañuelo anudado al cuello. De croata, corbata.
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¿Y trabajo? Viene de ‘trapelium’, instrumento de tortura en la Antigua Roma hecho con tres palos en los que se crucificaba al infortunado de turno. «Es una de las palabras más bonitas que hay, porque ahí se ve la psicología humana, trabajo como tortura», explica el escritor Daniel Cotta, que reunió en su libro ‘Te cuento y no acabo. La biografía secreta de las palabras’ (ed. Pie de página, 2022) el origen de un centenar de vocablos.
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Aunque no es fácil distinguir el grano de la paja en el camino de la búsqueda de la etimología exacta. Nos encanta si nos cuentan que la palabra ‘sincera‘ proviene de ‘sin cera’, de cuando los artistas clásicos esculpían una estatua y, si se equivocaban, con el cincel ‘escondían’ el desaguisado con un poco de cera, con lo que si una escultura no había necesitado ocultar nada, es que era ‘sin cera’. ¿Maravilloso, verdad? Pues no es cierto. Tampoco es verdad que provenga de la antigua Grecia, donde los actores actuaban con máscaras de cera y al quitarlas se convertían en personas auténticas. Nada de esto. Sincero procede del latín ‘sincēru’: modo de expresarse o de comportarse libre de fingimiento.
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Cotta explica que en la investigación de las etimologías, incluso siguiendo el rastro de palabras en los lugares adecuados para ello, en escritos de grandes pensadores, también hay que remar entre leyendas. «En las ‘Etimologías’ de San Isidoro de Sevilla, me encontré con que decía que abeja procedía de ‘a-pes’, donde la ‘a’ representa la negación y ‘pes’ serían los pies, como ‘sin pies’… Cuando abeja en realidad proviene tal cual del latín ‘apis’. Una etimología muy absurda, pero es que se trata de un libro del siglo VII y entonces no existía el rigor filológico». Y hay errores de la sabiduría popular verdaderamente graciosos, como que la ‘mandarina‘, llamada así porque era una fruta venida de China, «se convierte por error en ‘mondarina’, pues al ser tan fácil de mondar, de pelar, la gente piensa que viene de ahí».
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Al escritor le llamó la atención que entre los antiguos romanos existiera la costumbre de llamar a los hijos con el número de su orden de nacimiento: «Tenían muchos hijos, así que han llegado hasta nuestros días los nombres de Segundo, Quinto, Sixto, Septimio, Octavio…». Otro de sus etimologías preferidas es la de murciélago: en latín se decía ‘vespertilio’, como ave que sale de noche, pero en español… ¿qué hicieron? Pues juntaron dos palabras, una es ratón, ‘mur’ en latín, pues en realidad parece un ratón con alas, y como es casi ciego le añadieron ‘caeculum’, cieguito. Con lo que murciélago es literalmente ‘ratón cieguito’, así, en diminutivo».
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Algunas otras palabras…
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Bigote En el siglo XVI llegaron a España los cortesanos flamencos de Carlos V, y los castellanos observaron sus enormes bigotes sin barba pues aquí no los había, y su afición a la cerveza, cuya espuma se quedaba pegada en lo s mostachos. Como brindaban a la voz de Bi Gott! (‘¡Vive Dios!’), de ahí sacaron lo de bigote.
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Cerrojo Al palo para atravesar la puerta de lado a lado con el objetivo de cerrarla se le llamó en latín ‘veru’, aunque para diferenciarlo del que se ensartaba la carne para asar, se le puso un diminutivo y pasó a ser ‘verúculum’, y luego ‘verrúculum’. En romance castellano se convirtió en verróculo, luego verroclo y, por último, verrojo. Y ahí intervino de nuevo la etimología popular, que se dijo: «¿Por qué diablos se llamará verrojo si sirve para cerrar? Llamémoslo cerrojo».
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Firulais Así suelen llamar a los perros callejeros en zonas de Sudamérica. Viene de ‘free of lice’, libre de pulgas, un certificado que tenían que conseguir los méxicanos que querían llevar sus perros a EE UU. Con el tiempo se utilizó para llamar a cualquier can sin dueño.
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