Pirámides, el foro y la colosal estatua de Constantino: La Roma imperial como nunca la has visto
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«La más prodigiosa ciudad del universo». Así es presentada Roma en la primera viñeta de ‘Los laureles de César’, una de las mejores aventuras de Astérix, obra de Goscinny y Uderzo. La ilustración es una vista aérea imponente del centro de la ciudad, repleto de templos y construcciones monumentales. Es la imagen popular que tenemos de la Roma antigua, marcada a fuego por la literatura y, sobre todo, por el cine. La Roma de ‘Ben Hur’ y ‘Quo Vadis’.
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Pero es anacrónica. La Roma de Julio César no era así, ya le hubiera gustado. Tampoco la de Nerón, ni la de Marco Aurelio, la de la época de ‘Gladiator’, para entendernos y por usar otra referencia popular. Pero sí que lo fue, o se le pareció mucho, la de Constantino I (c.280-337). Fue el momento en el que Roma alcanzó su mayor esplendor urbanístico y arquitectónico. Por ello, es el periodo ideal para dedicarle un libro de ilustraciones arqueológicas. Y esto es ‘La Roma de Constantino’, de Néstor F. Marqués y Pablo Aparicio, especialistas en arqueología, reconstrucción virtual e historia romana, publicado por Desperta Ferro, un estudio histórico visual de precisión extraordinaria cuyas ilustraciones son tan realistas que en algunos casos pueden confundirse con fotografías.
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Aparte del factor monumental, la Roma de Constantino es interesante porque es el periodo en el que el Cristianismo pasa de ser una más de las muchas creencia que proliferaban por el Imperio –aunque en auge– a ser la religión oficial, la del estado. La Roma de Constantino fue la última Roma monumental de la Antigüedad, pero, al mismo tiempo, inauguró la primera Roma cristiana. El programa constructivo del emperador refleja esta doble e indisoluble faceta y evidencia tanto su hambre de poder como su giro hacia una nueva orientación religiosa, a través de basílicas, arcos y estatuas colosales.
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«No es casual que entre las primeras imágenes del libro esté una reconstrucción de la necrópolis que había en el Vaticano y que el volumen se cierre con imágenes de la gran basílica que ordenó construir allí, en ese mismo lugar, Constantino», explica Marqués. «Esta fue la última Roma de la tradición politeísta y la primera del nuevo cristianismo. Su monumentalidad guarda el recuerdo de la Antigüedad y ha sido considerada como la puerta hacia los grandes cambios que desembocarían en la Edad Media». «Nos pareció un marco cronológico muy interesante, tanto a nivel histórico, como arqueológico. Y por supuesto visual», apuntala Aparicio.
Todo lo que se ve en ‘La Roma de Constantino’ está basado en la documentación arqueológica, salvo en algunos puntos oscuros en los que no ha habido más remedio que «rellenar los huecos con algo de especulación. Eso sí, siembre basada en la evidencia conocida y documentada». Y gracias a esta tecnología, y sobre todo del saber de sus ‘conductores’, podemos admirar la vista aérea sobre la ciudad de Roma con la que se abre el libro, con el circo de Calígula, los templos, el Tíber, los jardines de Agripina, el mausoleo de Augusto, las pirámides…
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¿Las pirámides? Sí. En Roma hubo varias, tres por lo menos, y aparecen en algunos de los paisajes de ‘La Roma de Constantino’. La moda egipcia no es un invento contemporáneo para turistas y los antiguos romanos también cayeron en ella.
Una de estas pirámides aparece en la vista desde el Vaticano, con otros monumentos funerarios importantes de Roma, entre ellos los mausoleos de Adriano y Augusto. Esta pirámide es la Meta Romuli.
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Por su forma, «podría corresponderse con un periodo no muy distante del augusteo en el que se produjo la conquista de Egipto y, con ella, la llegada de la ‘egiptomanía’ al mundo romano», escriben Marqués y Aparicio. «Por desgracia no sabemos a quién perteneció, pero podemos estar seguros de que era alguien influyente, pues sabemos que pudo llegar a medir unos 40 metros de altura».
El último arco de triunfo construido en Roma en la Antigüedad, el de Constantino, junto al Coliseo, fue erigido en 315 para conmemorar la victoria de Constantino I en la batalla del Puente Milvio, el 28 de octubre de 312. Es posible que se levantara aprovechando «una estructura que, en origen, iba a estar dedicada a Majencio», el rival derrotado y muerto en aquel encuentro.
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La imagen del arco, recién levantado, tuvo que ser muy parecida a esta, «con toda su policromía y sus mármoles de vivos colores, debía de ser sobrecogedora. Solo virtualmente somos capaces de abrir una ventana al pasado para recuperar una idea de esa visión».
Esta es una de las imágenes del libro que más encaja con la idea popular que se tiene de la Roma antigua, solo que en este caso se ajusta a la evidencia arqueológica. Es La Via Sacra, vista subiendo desde el Foro Romano por la colina de la Velia, con el aspecto que debía de presentar «hacia finales del año 313».
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A la izquierda se ve el templo de Divino Rómulo, junto a él, la Basílica Nueva, en construcción pero casi terminada. «En el lado opuesto, los almacenes de Vespasiano. Al fondo, se alza el Templo de Venus Felix y Roma Aeterna». Dentro, a través de las columnas, se ve la estatua de la diosa Roma.
Recreación de la estatua colosal de Constantino -de la que se conservan varios fragmentos- en la Basílica Nueva. «Cuenta con una aproximación a su policromía original, el estandarte solar en su mano derecha y la esfera con la diosa Victoria en la izquierda».
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En el pedestal ponía: «Con este signo excepcional, que es emblema de la verdadera virtud, la ciudad de Roma, el Senado y el pueblo romano, rescatados del yugo y la dominación tiránica, son restaurados a su antigua libertad y nobleza».
En esta imagen «hemos querido representar diferentes fases del trabajo de construcción de la basílica de San Pedro en un solo instante congelado en el tiempo». Se aprecia la necrópolis sobre la que se levantó el edificio, «que era una serie de construcciones al aire libre, no catacumbas, como cree mucha gente por la impresión que se lleva ahora al visitar el Vaticano».
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Se ve el enterramiento de la necrópolis, la construcción de los cimientos, el alzado de las columnas y el forro de los muros con mármoles», entre otros detalles.
La basílica de San Pedro construida por Constantino, que sería derruida en el siglo XVI por el papa Julio II para empezar a levantar la actual, era una clásica basílica romana adaptada al culto cristiano, de 92 metros de longitud por 65 de anchura.
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En esta imagen, que muestra el edificio ‘abierto’, se aprecia el ábside, el arco triunfal, la enorme nave central, el atrio, con la llamada fuente del Paraíso, y la gran escalinata de acceso. Al sur de la iglesia se ve el mausoleo severiano, con un obelisco.
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La ilustración arqueológica e histórica es una disciplina histórica en sí misma, con autores de referencia como Angus McBride o Peter Connolly.
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Este último dedicó buena parte de su trabajo a la civilización romana. La rigurosidad que caracterizó su trabajo, ceñido siempre al dato arqueológico contrastado, es el testigo que han recogido Marqués y Aparicio con el suyo. Solo que en su caso los pinceles y la pintura han sido reemplazados por la tecnología digital.
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No en vano, el libro cuenta con un capítulo que equivale al ‘making of’ de las películas. En él «Detallamos todos los programas y procedimientos que hemos utilizado en el libro, como Blender, Substance 3D Painter o Marvelous Designer», explican. «Pero lo que no hemos usado, en ningún caso –puntualiza Marqués– ha sido la inteligencia artificial».
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