Theodor Kallifatides | Escritor
«El entretenimiento es la nueva religión»
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Theodor Kallifatides | Escritor
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Theodor Kallifatides (Molaoi, 1938) emigró a Suecia cuando tenía 26 años y se ha integrado en la vida de aquel país hasta el extremo de escribir su obra literaria en sueco. Pero en sus textos, este novelista que primero se interesó por la poesía y también ha hecho guiones cinematográficos y hasta dirigió una película, vuelve con frecuencia a su país y sus gentes.
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«Soy un griego con correcciones», dice en esta entrevista con un toque de humor. Kallifatides, cuyo nombre suena para el Nobel de Literatura desde hace varios años, publica ahora en castellano las tres novelas que sentaron las bases de su prestigio literario.
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Son historias que describen la vida en Grecia durante la Segunda Guerra Mundial (‘Campesinos y señores’), la inmediata postguerra (‘El arado y la espada’) y el final de la guerra civil (‘Una paz cruel’, esta aún pendiente de aparición; todas en Galaxia Gutenberg).
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– Un escritor es sobre todo su lengua. Usted escribe en sueco, pero lo que cuenta en los libros de la trilogía lo vivió o se lo contaron en griego, su lengua materna. ¿Se pierde algo en ese traslado?
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– Ciertamente algo se pierde, pero también algo se gana. Porque la lengua griega en aquella época estaba contaminada por todas las mentiras políticas, sociales y religiosas a raíz de la ocupación nazi del país y la guerra civil que vino después. La libertad podía significar obediencia; la verdad podía significar mentiras; los adversarios políticos eran considerados traidores; la pobreza extrema podía llamarse frugalidad, etc. No podía usar ese idioma.
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– ¿Y qué le dio el sueco?
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– El sueco me ofreció la oportunidad de escribir la verdad, de confiar en las palabras. La oportunidad de mostrar que un no era un no, no un tal vez ni un sí. De estos tres libros solo ha aparecido uno en griego, traducido por otra persona. Fue un fracaso total. Nadie quería la verdad, preferían su propia mitología. No sé si los libros aparecerán algún día en Grecia.
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– ¿Se identifica con usted mismo cuando lee sus libros traducidos al griego?
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– Sí. Sin embargo, soy escritor, invento cosas, cambio cosas; busco la verdad pero también la mejor manera de contarla. No escribo solo para expresarme sino también para expresar y describir la vida y los hechos de otras personas. Busco tanto la verdad como la belleza de la expresión.
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Escribo la historia de una sociedad en guerra y afectada por la pobreza, no solo la historia de mí mismo. Quería describir mi pueblo, mi gente, no solo a mí mismo. Después de todo, el drama griego es más grande que yo.
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– Llegó a repudiar el griego y desde hace mucho sueña en sueco, pero siguen emocionándole más las canciones en griego. ¿Pasa con la lengua materna lo que con los primeros amores, que siempre se añoran por muy mal que terminaran?
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– ¡Oh sí! Me gusta esa definición de la lengua materna como el primer amor. Estoy de acuerdo con ella. Estoy enamorado del idioma griego, siempre lo he estado, y el hecho de que todavía pueda usarlo después de vivir más de sesenta años en Suecia es la prueba.
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Pero cuando se trata de canciones no es solo una cuestión de la letra, sino también de la música. El sonido griego, encarnado por Hatzidakis y Theodorakis y los que les precedieron, todos grandes músicos, ha definido los latidos de mi corazón. ¿Cómo olvidarlo?
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– También ha explicado que no es capaz de inventar historias. ¿Eso solo se lo puede permitir alguien que procede de un país con tantas historias? Quizá un escritor suizo o canadiense, países sin golpes de estado, gobiernos extremistas ni tentaciones autoritarias, debe recurrir a la invención en mayor medida.
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– Es cierto que heredé muchas historias, no necesito inventar unas nuevas. Otros escritores han tenido otras vidas, quizá no tan intensas, no tan afectadas por grandes acontecimientos, pero cada vida tiene su historia, incluso la tiene un cenicero, como dice Chéjov. Hasta la vida más tranquila tiene su drama. La cuestión es darse cuenta, verlo.
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– En su país las heridas de la guerra y la dictadura posterior aún no han cicatrizado. En España pasa lo mismo y periódicamente se reabren. ¿Es una maldición de quienes no tenemos una cultura calvinista, más práctica y menos dada a la flagelación permanente?
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– Lo dice usted mejor que yo. La flagelación permanente es nuestra forma de ser cristianos. Déjeme contarle una breve historia, que es completamente cierta. A un monje no le gustaba la vida tranquila y fácil en el monasterio.
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Quería sufrir más. Entonces pidió que le construyeran un habitáculo completamente rodeado por un muro, sin un lugar para sentarse. Allí estaba aislado, solo le daban algo de comida por un agujero. Años más tarde empezó a quejarse. «¿Cuál es el problema?», le preguntaron. «Aquí nos estamos volviendo demasiado cómodos», respondió.
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– Hablando de pasado, usted advierte de que en ese pasado ha habido delitos, pero que no podemos cambiar la Historia. Sin embargo, esa es la tentación más potente hoy en la política y algunos movimientos sociales: reescribir la Historia y juzgar a personas y acontecimientos a la luz de los valores de hoy.
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– No veo ningún sentido a reescribir la Historia. Algunas cosas del pasado eran aceptadas, estaban permitidas, formaban parte de la vida cotidiana en sociedades anteriores a la nuestra. Eso es así. Podemos cambiar nuestros valores sin tirar a la basura todo lo que la gente ha pensado antes. Ser inteligente a costa de los demás es fácil; ser inteligente a costa de uno mismo es la verdadera dificultad.
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– Sigo con sus argumentos. La historia moderna es pura mitología, la verdad no importa. ¿También cree que eso que se llama ‘el relato’ lo impregna hoy todo?
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– Bueno, es que ahora vivimos en el reino de los hechos alternativos: la verdad es una cuestión de elección individual y el valor de lo que sucede medido en términos de entretenimiento es más importante ahora que nunca.
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El entretenimiento es la nueva religión. Nos morimos de risa como el filósofo Crisipo de Solos, que murió riéndose de sus propios chistes.
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– A usted le parece que Europa está corrompida. Y sin embargo es el sueño de muchos, un ámbito que reúne a centenares de millones de personas unidas por una cultura que tiene su origen precisamente en Grecia.
¿Es su lado sueco o su lado griego el que resulta tan crítico con Europa?
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– Déjeme decirle que hace años fui elegido en Suecia ‘europeo del año’. Nunca he estado en contra de la idea de una Europa unida. Pero, ¿qué queda hoy de los ideales y propósitos de los fundadores de ese proyecto? Casi nada. Los partidos fascistas crecen en todas partes, Europa retrocede, la desigualdad aumenta, la pobreza también, los ricos se vuelven más ricos.
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Tanto como ciudadano griego lo mismo que como sueco estoy en contra de lo que está sucediendo ahora en Europa. Estoy en contra como ser humano. Miro a mis nietos y pienso: ¿qué les dejamos?
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– En ‘El arado y la espada’ sostiene que en Grecia hay más pasado que presente. ¿Del futuro ni hablamos?
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– No lo sé, pero no se ve brillante. Me temo que nuestros problemas actuales, la pobreza, la migración, la contaminación, serán aún mayores en un futuro próximo.
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– Y advierte en cuanto tiene ocasión de que sin los clásicos Europa dejará de existir. Pero esos clásicos, al menos en España, están arrinconados en la escuela. ¿Sucede igual en Grecia?
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– Ocurre lo mismo en todas partes, más o menos. ¿A quién le importan los clásicos cuando los cantantes pop son los verdaderos reyes? Por supuesto, hay alguna resistencia aquí y allá, pero en general la educación clásica está desapareciendo lentamente.
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Por otro lado, sabemos que lo que sucede hoy no necesariamente sucederá mañana. Quizá los jóvenes, especialmente las mujeres y los inmigrantes, tengan un impacto en cómo van a evolucionar las cosas.
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– Alguna vez ha asegurado que la belleza es la única virtud que se puede ver. Pero también hay que haber sido educados para apreciarla. ¿Lo estamos hoy?
– En esa frase concreta estaba citando a Platón. Dicho eso, estoy de acuerdo con lo que plantea. Apreciar la belleza exige cierta educación.
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– Ese humanismo que usted reclama sería una estupenda preparación para valorar esa belleza, pero no lo apreciamos demasiado. El individualismo más feroz se ha impuesto en nuestras sociedades.
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– Sí, es cierto. La nueva religión es el ego pero al mismo tiempo es una paradoja.
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¿Recuerda esa escena de Monty Python donde un grupo de personas grita «todos somos individuos» y luego aparece ese pequeño que dice «yo no lo soy» y empiezan a golpearlo? Hemos inventado algo nuevo: el individualismo colectivo. Esta es una paradoja digna de Zenón.
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– Leyendo a los autores anglosajones que llegaron a Grecia en la parte central del siglo XX (Durrell, Graves, Fermor…) vemos que hablan de la fascinación que les causan los dioses y los héroes clásicos, que creen ver en todas partes.
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En sus obras o las de alguien como Márkaris aparece algo mucho más cotidiano: la lucha política, la supervivencia, la sabiduría de un pueblo para resistirlo todo, la picaresca… ¿Cómo se explica esa diferencia?
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– Creo que la explicación es sencilla. Esos escritores visitantes eran caballeros que buscaban el pasado, en la Historia y los mitos. Tenían buenas intenciones pero eran turistas en la realidad griega, no la padecían. Por eso han escrito libros maravillosos sobre lo que pensaban que era Grecia, no sobre lo que es Grecia.
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– Dice en ‘Campesinos y señores’ que en cada pueblo griego hay (o al menos había en los años cuarenta) un santo, un loco y una puta. ¿En qué se diferencia en eso Grecia de otros países?
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– Añadamos un traidor. Es una larga tradición griega, el traidor. Quizá refleje la necesidad de afrontar el fracaso. No es culpa nuestra, pero fuimos traicionados. Los espartanos en las Termópilas fueron traicionados por Efialtes de Tesalia. En griego moderno, su nombre ha llegado a significar un muy mal sueño, una pesadilla.
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– ¿Ha dejado ya de sentirse inmigrante en Suecia?
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– ¿Por qué debería dejar de sentir lo que soy? Soy un inmigrante, pero he tratado de aprender mi nuevo país; he tratado de aprender el idioma, de entender a su gente, su forma de pensar y de sentir. Mis hijos son mis raíces en Suecia y mis nietos también. Estoy casado desde hace 53 años con mi esposa sueca, pero yo no soy un sueco. Soy griego con correcciones.
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