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La noticia era la más breve de la sección de Deportes de EL CORREO del 3 de mayo de 1966. «Ha muerto, a los 64 años, don Juan Gómez Lecube, ex jugador de la Real Sociedad, Celta y Atlético de Madrid y entrenador del Lérida y Condal».
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Nada se decía de los que probablemente sean los dos datos más llamativos del personaje cuyo fallecimiento se notificaba. Uno, que era primo de José Antonio Aguirre, primer lehendakari del Gobierno provisional del País Vasco.
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El otro, que había sido espía al servicio de la Alemania nazi, lo que le costó un durísimo encarcelamiento en Inglaterra después de ser capturado en la isla de Trinidad, cuando se dirigía a Panamá para realizar una misión cuyos detalles siguen siendo un misterio.
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«Fue una casualidad. Estaba recabando información de los entrenadores que había tenido el Lleida –y Lecube era uno de ellos– para poder completar mi base de datos sobre la historia del club», cuenta el periodista deportivo Oriol Jové al explicar cómo descubrió la historia del personaje, que reconstruye en su libro ‘Lecube, el futbolista de Hitler’ (ed. Almuzara).
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Jové se topó con un documento que mencionaba a Lecube en la página web de los archivos nacionales del Reino Unido. «Como todavía no había cumplido los dieciocho años y no tenía tarjeta de crédito, le tuve que pedir a mi padre que pagara las tres libras esterlinas que costaba» descargarlo.
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Era un expediente de 247 páginas en el que se recogían todos los informes sobre Lecube, «un importante agente de la Abwehr –la inteligencia militar alemana– en Barcelona a principios de los años 40».
Hasta entonces Jové sabía que, además de entrenador, Lecube había sido un célebre extremo derecho conocido como ‘la motocicleta humana’ por su velocidad imbatible y su destreza en el campo. Pero aquellos papeles del MI5 revelaban una historia que «me atrapó desde el primer momento. Me fascinaba que un antiguo entrenador de mi equipo pudiera tener un pasado tan trepidante».
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Hasta 1942 la vida de Lecube fue todo lo normal que podía ser la de un futbolista profesional de cierta fama en la España de la primera mitad del siglo XX.
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De padre madrileño y madre guipuzcoana, nació por circunstancias laborales de su progenitor en Ribadeo (Lugo) en 1902. La familia se trasladó pronto a Bilbao, donde, al morir su madre, Juan acabó viviendo con sus tíos y su primo José Antonio Aguirre, al que estuvo muy unido y con el que compartía su pasión por el fútbol.
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Tras pasar por los juveniles del Arenas de Getxo, Lecube debutó en la Gimnástica de Torrelavega en la temporada 1922-1923. de ahí pasó al Celta de Vigo y de este al Atlético de Madrid.
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Era conocido porque se cubría la cabeza con un pañuelo, un supuesto homenaje a Pichichi, el histórico jugador del Athletic, pero en realidad un recurso para ocultar su alopecia, que le atormentaba.
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Su carrera deportiva fue fulgurante. Se retiró en 1930 para dedicarse a las carreras de galgos, de las que era seguidor ferviente, y convertirse en funcionario de Hacienda tras la guerra civil.
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El contacto con el III Reich llegó de la mano de un agente mexicano, que lo reclutó como espía en Barcelona. Su misión consistiría en informar de los movimientos aliados a través del Canal de Panamá, a donde viajaría con la excusa de visitar a su hermano.
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Lecube embarcó en el trasatlántico Cabo de Buena Esperanza el 1 de junio de 1942.
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Pero los servicios secretos británicos, que seguían a su contacto mexicano, lo tenían en el punto de mira. Con la excusa de completar un papeleo le hicieron bajar del barco en la isla de Trinidad con otros dos españoles, con los que fue capturado y trasladado a Inglaterra encerrado en las bodegas de un carguero holandés.
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En Camp 020
Por orden de Herbert Morrison, ministro del Interior del gobierno de Churchill, Lecube fue internado en Camp 020 de Londres, un presidio para espías.
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Allí, siempre encerrado en celdas de castigo, vivió una sucesión de interrogatorios, malos tratos y amenazas con acabar en la horca que aguantó durante casi tres años defendiendo siempre su inocencia, a pesar de que le presentaban una y otra vez las pruebas que lo incriminaban.
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Hasta sabían su nombre en clave: Espina. También sabían que tenía una amante, Amparito, y una hija ilegítima de dos años, y le amenazaron con contárselo a su mujer, Elena. No funcionó. Lecube siguió sin ceder.
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«Aunque hemos interrogado a Lecube durante varios meses, no hemos conseguido sacarle ninguna confesión y, aunque no perdemos la esperanza, nuestras posibilidades de éxito deben considerarse ahora muy problemáticas», escribió el abogado H. P. Milmo, del MI5, en un informe fechado el 1 de mayo de 1943. «Sin embargo, no hay la menor duda de la culpabilidad de Lecube», añadía.
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No hubo forma. Lo dieron por un caso imposible, «el prisionero más problemático y difícil que hemos tenido a lo largo de la guerra». Acabada esta, no tenía sentido mantener a Lecube encerrado, de modo que fue deportado y regresó a España en 1945, donde rehizo su vida, volvió con Amparito –su familia lo rechazó– y regresó al fútbol como entrenador.
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Nunca habló de su vida de espía, así que a su historia «le falta la última pieza, la más importante y la que nunca tendrá: la versión de los hechos del propio Lecube», concluye Oriol Jové.
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