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El guardián del arteErich Šlomović y la Colección VollardEl misterioso judío que salvó de los nazis cientos de obras maestras, antes de ser gaseado
Ambroise Vollard, acaso el más importante marchante de arte del siglo XX, murió repentinamente en 1939. Su espectacular colección —Renoir, Degas, Picasso, Cézanne, Gauguin, Chagall…— quedó en manos de su brazo derecho, un joven judío, de origen serbio, Erich Šlomović, que meses después debió escapar de París tras la ocupación nazi ocultando centenares de obras maestras en una huida digna de una película de aventuras.
Jueves, 10 de Agosto 2023, 13:00h
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Arrecia la tormenta. Es la una de la tarde. De repente, un frenazo demasiado brusco y el coche que marcha a toda velocidad por la carretera de Pontchartrain, en la región de las Yvelines, en la campiña francesa, derrapa sobre el suelo mojado. El conductor sale ileso, pero el pasajero apenas sobrevive unas horas. Así desapareció, el 21 de julio de 1939, Ambroise Vollard a los 73 años, en un para algunos misterioso ‘accidente’ en el que podría haber tenido alguna participación la mafia de Córcega, algo nunca demostrado.
De rostro tuberculoso y estatura imponente, Vollard, hijo de un notario, fue un buscador de gangas con ojo de coleccionista cuya genialidad fue la de ganarse la confianza de pintores noveles. Después de montar la primera exposición de Cézanne en 1895, acogió en su galería parisina a un «pequeño novato» de nombre Pablo Picasso.
Sus cenas se fueron haciendo así legendarias. En su bodega reunió alrededor de una bandeja criolla a la flor y nata de la vanguardia: Cézanne, Renoir, Degas, Redon… Vollard acabó siendo conocido en el mundo entero y su talento como ya consagrado galerista y coleccionista de arte hacía soñar. En Belgrado, por ejemplo: allí un chiquillo solitario atesoraba un libro de imágenes dedicado a Renoir y redactado por Vollard mismo. El niño, hijo de un sastre judío, sintió tal fascinación que escribió al marchante: «Estimado señor Vollard, su libro sobre Renoir me ha entusiasmado. Cuando sea mayor, me gustaría ser como usted. Erich Šlomović, 13 años».
Estamos en 1928. Vollard tiene ya 62 años. Acostumbra recibir medio centenar de cartas al día. Todas le solicitan ayuda, experiencia, obras para exponer… Esta no le pide nada. Toma la pluma y responde: «Querido joven amigo, su maravillosa carta me ha alegrado. Estudie, trabaje, fórmese y, cuando sea mayor y venga a París, será un gran placer recibirlo».
Siete años más tarde, un joven demacrado con traje gris y corbata llama a la puerta del marchante. A Erich Šlomović lo conducen a una salita. Sentado junto a Vollard, el pintor Henri Matisse. Los criados traen cuadros y, uno tras otro, los colocan sobre un caballete.
A los 13 años, Erich Šlomović escribió a Vollard: «Cuando sea mayor, me gustaría ser como usted». Vollard lo invitó a visitarlo cuando creciese. Siete años más tarde, Šlomović llegó a París y Vollard lo contrató
Vollard pide a Erich su opinión sobre las obras. Sorprendido por el refinado gusto de su huésped, lo contrata esa misma tarde. El objetivo de Erich era sencillo: ser «como Vollard» para ofrecer a Belgrado una colección de arte moderno de talla internacional. Durante casi cinco años, hasta la muerte de su protector, Šlomović trabajó a su lado e intimó lo suficiente con los artistas más brillantes de su época como para dejarse fotografiar en la intimidad con Matisse, Chagall, Maillol o Bonnard. ¿Pero el talento de seducción, un gusto y olfato raros son realmente suficientes para amasar obras maestras firmadas por Cézanne, Picasso, Degas, Derain, Rouault…? La duda, planteada por algunos, es razonable, pero los hechos están ahí.
Al morir Vollard en julio de 1939, Erich Šlomović se encontró a la cabeza de una colección de casi 600 obras. Ese poder le duró apenas meses, ya que tras la ocupación nazi de París, Šlomović debió huir a Yugoslavia a finales de aquel mismo año, llevándose consigo todo cuanto pudo: un tesoro integrado por 48 Renoirs, 29 Degas, 12 Vlamincks, 11 Bonnards, 11 Redons, acuarelas de Cézanne, Gauguin y Pizarro, una aguada de Chagall, estatuas de Maillol, el Retrato de Fernande Olivier, de Picasso… En total, 429 obras. Las 200 restantes las escondió en los sótanos de la Société Genérale de París, en una caja fuerte que los nazis no encontraron y que, terminada la guerra, no se abrió definitivamente hasta 1989 cuando acabaron las diversas disputas legales que lo impidieron durante décadas.
En aquel momento, ya 1940, el príncipe regente en Yugoslavia, Paul Karadjordjevic, se niega a exponer la colección de un judío desconocido en su museo de Belgrado. Šlomović vuelve a meter su colección en los baúles y se sube a un tren con destino a Zagreb. El 24 de noviembre de 1940 logra exponer en la Casa de Bellas Artes. El éxito de la exposición se comenta en la prensa. Šlomović se convierte en un gran personaje, pero no encuentra apoyos para abrir su propio museo, como desea. Decepcionado, regresa a su casa en Belgrado. El 6 de abril de 1941 vuelven las urgencias: la Luftwaffe bombardea la ciudad.
Una semana después, la capital serbia es invadida por los alemanes. La familia Šlomović decide refugiarse en algún lugar del campo. Parten en dirección a Bacina, al sur de Belgrado, a bordo de un camión lleno de muebles, fiambreras y cajas de Erich. Encuentran refugio en una granja. Han salvado el pescuezo. Ahora les falta disimular la voluminosa colección.
Una noche levantan un muro de doble fondo adosado a la cocina de la granja y apilan en su interior los preciados baúles. En otoño de 1941, unos oficiales, perdidos en Bacina, preguntan a un paisano si alguien habla su idioma en la aldea para poder indicarles el camino. Paralizado, el anciano les nombra «los Šlomović», sin darse cuenta del efecto que el apellido podía surtir en las SS. Erich, su padre y su hermano fueron arrestados. No se los volvió a ver jamás. Šlomović tenía 27 años. Algunos sostienen que murió en una cámara de gas.
En noviembre de 1944, Roza, la madre de Erich, vuelve a Belgrado y le pide al futuro presidente, Ivan Ribar, amigo de hace tiempo, que le facilite un transporte para recuperar los cuadros. Roza añade que, a cambio de un apartamento y una pensión vitalicia, está dispuesta a ceder al Estado la colección de su hijo. Después regresa a Bacina, derriba el muro y se sube al tren destino a Belgrado.
Es el 31 de diciembre de 1944. Con ella, viajan sus dos hijos y su prima, Mara. En el vagón del equipaje, cuatro grandes cofres metálicos. El tren atraviesa las tierras gélidas de Serbia y, a las tres de la mañana, colisiona con un convoy militar. Tres cadáveres se retiran de los escombros: son Roza y sus hijos. Maldita colección. Mara apenas está levemente herida. Deposita las cajas en la casa de un pariente de Belgrado y rehace su vida en otra ciudad. Las autoridades la encuentran en marzo de 1948. Embarazada de ocho meses, no tarda en entregarles las llaves del tesoro. Un total de 365 obras hicieron su entrada en el Museo Nacional de Belgrado en 1951. No están todas las obras expuestas en Zagreb en 1940. Faltan 80.
En 1957, los herederos de la rama materna de los Šlomović intentan recuperar por la vía legal la colección de su primo Erich. En vano. Tras doce años de juicios en la Yugoslavia comunista se decreta que pertenecen a Serbia.
Cuando la madre de Šlomović fue a rescatar los cuadros, sufrió un accidente. Murieron ella y sus hijos. De nuevo, la maldición
El caso reaparece el 7 de noviembre de 1980 en París cuando la Société Générale decide abrir un cofre alquilado en 1938 por un tal Erich Šlomović y cuyos pagos sólo se efectuaron durante cinco años. En su interior: 14 lienzos de Renoir; las Bañistas, de Picasso; un Guitarrista, de Matisse; los Árboles en Collioure, un cuadro fauvista de Derain. También hay obras de Bonnard, Gauguin y Utrillo, 12 dibujos de Cocteau dedicados a Šlomović… En total, unas 200 pinturas, bosquejos, estampas, fotografías y manuscritos.
En realidad, la cueva de Alí Babá acaba de abrirse por segunda vez. La primera fue en 1948. En aquel momento, el cofre fue forzado, pero los banqueros consideraron las obras garabatos sin importancia.
Por eso se volvió a cerrar, se olvidó y la segunda parte de la colección Šlomović, que escondió antes de marcharse de París hacia Yugoslavia, dormitó durante 32 años más. Con la intención de cobrar los impagos, la Société Générale llama esta vez a dos tasadores para organizar una subasta. Valoración total de salida: cinco millones de francos (para saldar una deuda de 30.000). Al final, la subasta no se produciría. Varias semanas antes se interpusieron tres recursos para impedirla. Los querellantes: el Estado yugoslavo, los primos Šlomović y los herederos de Vollard.
El juicio entre las familias Vollard y Šlomović duró quince años. Se disputaban la propiedad de los cuadros que Erich consiguió librar de las garras de Hitler, experto en expolios de arte. Los Šlomović alegaban que se trataba de obras mayormente menores (dibujos y grabados) de artistas muy famosos que Vollard había regalado a Erich para que montase su propia galería con cartas de recomendación para Bonnard y otros pintores y marchantes. Los Vollard sostenían, en cambio, que Erich había quedado custodiando la colección tras la accidentada muerte del coleccionista y que la inmediata confusión de la ocupación de París le permitió disponer de todos los cuadros. En 1996, se desestimó finalmente la querella de los Šlomović: solo les pertenecían varios esbozos y fotos dedicadas a Erich. El resto se subastó en junio de aquel mismo año en Sotheby’s.
Se trató de 140 obras entre las que se cuenta un autorretrato de Renoir dedicado por el artista a «Ambroise Vollard, mi pesado simpático». Es uno de los cuadros que podrían sembrar cierta duda sobre Šlomović: ¿cómo pudo adquirir Erich un lienzo dedicado a Vollard? ¿Fue un obsequio de su protector mientras vivía? ¿O Erich lo sustrajo tras su muerte? ¿Fue Erich un aficionado superdotado o un cortesano sin escrúpulos? De lo que no hay duda es de que nos ha legado un patrimonio que, sin él, habría tenido un muy incierto destino.
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