Howard Gardner
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El padre de las intelIgencias múltiples ante el reto de la IA
«Lo importante no es si las máquinas serán más inteligentes, sino que protejamos lo que nos hace humanos»
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Howard Gardner
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El padre de las intelIgencias múltiples ante el reto de la IA
«Lo importante no es si las máquinas serán más inteligentes, sino que protejamos lo que nos hace humanos»
Viernes, 13 de Diciembre 2024
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El estadounidense Howard Gardner, considerado el psicólogo especializado en la educación más influyente del mundo, provocó un terremoto en 1983 con una idea revolucionaria: no existe una sola inteligencia, sino muchas formas diferentes de ser inteligente.
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Tradicionalmente se había medido la inteligencia con una única prueba, el test de coeficiente intelectual (CI): si sacabas más de 120, eras un genio; lo normal era un 100; y con menos de 80 necesitabas ayuda.
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Gardner identificó siete tipos distintos de inteligencia: la lingüística y la lógico-matemática (las únicas que medía el CI), pero también la musical, la espacial, la corporal-kinestésica (agilidad), la interpersonal (relacionarse con los demás) y la intrapersonal (comprenderse a uno mismo). Años después añadiría una octava: la naturalista (el interés por la naturaleza).
Su teoría de las inteligencias múltiples provocó un cisma. Muchos psicólogos y educadores de la vieja escuela intentaron desmontarla. Pero miles de maestros a pie de aula entendieron su potencial y millones de alumnos se beneficiaron: de repente, esa niña que no destacaba en mates pero tenía un don para organizar a sus compañeros tenía una ‘alta inteligencia interpersonal’.
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O ese niño que suspendía el análisis sintáctico pero se pasaba las horas observando insectos ya no estaba condenado al fracaso escolar, sino que era un biólogo en potencia. La pregunta ya no era «¿quién es el más listo?», sino «¿en qué destaca cada niño?».
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Que Gardner fuera un referente en Harvard lo ayudó a resistir el vendaval. Cuando su colega Daniel Goleman popularizó el concepto de ‘inteligencia emocional’ quedó claro que la inteligencia humana era demasiado compleja para ser capturada por un simple número. Ahora, cuando la inteligencia artificial sacude nuestro mundo, las ideas de Gardner cobran una renovada relevancia. El veterano profesor se pregunta si la inteligencia humana y la computacional podrán trabajar juntas de manera productiva, o si por el contrario generarán el caos. “Al fin y al cabo, si surgiera un conflicto entre el Homo sapiens y la Inteligencia Artificial General, ¿qué entidad tendría la autoridad o capacidad para mediar en esa disputa?”, advierte.
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XLSemanal. La inteligencia humana ya no está sola, pero no tenemos muy claro si con la inteligencia artificial nos ha salido un competidor o un aliado. ¿En qué quedamos?
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Howard Gardner. Lo primero es que necesitamos repensar cómo usamos la palabra ‘inteligencia’. La llegada de la IA es un acontecimiento tan relevante como la invención del alfabeto o de la imprenta. Ahora bien, el ser humano nunca ha sido la única especie inteligente en este planeta. Hay que considerar la inteligencia de los animales, quizá incluso la de algunas plantas. Y ahora, desde luego, la inteligencia computacional que demuestran estos grandes modelos de lenguaje, como ChatGPT.
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XL. Esos modelos ya nos superan en muchos aspectos…
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H.G. Eso no importa. Todavía jugamos al ajedrez, aunque las computadoras nos derroten fácilmente. Lo importante no es si las máquinas nos superan, sino comprender cuáles son nuestras capacidades únicas como seres humanos. ¡Y protegerlas!
XL. Pero si al final llega una superinteligencia y nos gana en todo, ¿no vamos camino de la irrelevancia?
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H.G. Eso solo ocurrirá si lo permitimos. No es un problema tecnológico, sino una decisión que debemos tomar como sociedad: ¿queremos usar la IA para potenciar las capacidades humanas o para eludir nuestras responsabilidades y que tome las decisiones por nosotros?
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XL. Pongámonos en el mejor de los casos y que muchos seres humanos la usen para beneficiarse. ¿No habría que revisar su teoría de las inteligencias múltiples y añadir el talento para sacarle partido a la IA?
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H.G. Sí. Estamos analizando cómo sería una inteligencia colaborativa entre especies. Y es muy probable que el futuro nos lleve a considerar ‘combinaciones de inteligencias’, donde las capacidades humanas y computacionales se entrelazan y potencian mutuamente. Además, estos sistemas se harán cada vez más inteligentes. Y tendrán capacidades que ni siquiera podemos imaginar. Y tarde o temprano es probable que se desarrollen sistemas híbridos, modelos de lenguaje fusionados con tejido orgánico, o cerebros humanos con implantes de redes neuronales.
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XL. En tal caso, ¿no está el concepto mismo de humanidad en juego?
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H.G. Quizá el Homo sapiens solo sea un capítulo en la historia del planeta y una frase en la historia del universo. Y que la transición hacia ese futuro poshumano implique la integración de la tecnología en nuestros cuerpos y mentes. El desafío reside en asegurar que esta transformación sea positiva para el conjunto de la humanidad y que preserve los valores que consideramos esenciales.
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XL. Me temo que nos costará ponernos de acuerdo. Ahí están los derechos humanos: indiscutibles en la teoría, pero luego en la práctica…
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H.G. Como especie, somos capaces de lo mejor y de lo peor. Pero no debemos subestimar que no nos limitamos a crear los primeros instrumentos musicales: Bach compuso suites exquisitas para violonchelo, y Yo-Yo Ma puede interpretarlas espléndidamente. Los planes de estudio deberían dedicar mucho más tiempo a las humanidades: a enseñar lo que nos hace humanos, lo que hemos conseguido, nuestras maravillosas creaciones. Nos ayudaría a que los cimientos de lo que venga después se construyan sobre nuestros mejores logros, no sobre nuestras peores tendencias.
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Howard Gardner —aquí retratado en su casa por su hijo Jay hace unos años, prueba de que la inteligencia no está reñida con el caos…— es plenamente consciente de los peligros derivados de la inteligencia artificial.
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«Me tomo muy en serio estas advertencias sobre los peligros de la IA, especialmente cuando vienen de alguien como Geoffrey Hinton. Y el hecho de que haya ganado… Leer más
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XL. ¿Y qué es lo que viene después?
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H.G. Seamos realistas: no somos la culminación gloriosa de la evolución. Desde la ciencia y la medicina ya podemos alterar el genoma, mejorar o eliminar rasgos, crear otros nuevos. Desde la tecnología podemos crear entidades que nos superarán con creces. Eso no quiere decir que nos vayamos a extinguir. Aunque tampoco garantiza que los poshumanos vayan a ser nuestros descendientes directos. Nos gustaría poder reconocernos en ellos, pero no sabemos si seguiremos siendo ‘nosotros’.
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XL. Antes de que llegue ese escenario, ¿no le preocupa que usemos la IA como el que invoca al genio de la lámpara y que nos acabemos convirtiendo en unos comodones?
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H.G. Por supuesto. Solo un avestruz que mete su cabeza bajo tierra dejaría todo el pensamiento a las máquinas. Necesitamos educar a las futuras generaciones sobre cómo funcionan realmente los algoritmos para que no sean engañados por sus productos y recomendaciones, y para que sepan cuándo moderar su uso o incluso prescindir de ellos.
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XL. Esa IA cada vez más potente va a convivir con varias generaciones que ni siquiera chequean lo que dice, como si no les preocupase demasiado si se equivoca o si miente…
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H.G. El origen del problema está en un uso equivocado de la tecnología, en convertirla en el sustituto de la experiencia humana. Cuando se les pide que enumeren los eventos más importantes de sus vidas, muchos jóvenes no mencionan acontecimientos políticos, económicos o culturales; solo las redes sociales. Porque carecen de esa experiencia real… Esperan que la vida funcione como una app de su teléfono móvil, rápida y eficiente; que les diga qué hacer y cómo sentirse. Pero la vida no funciona así. Siempre hay accidentes, pérdidas… Y superar las decepciones es lo que hace que la vida valga la pena.
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XL. Sin embargo, y a pesar de ser nativos digitales, tampoco parecen muy preparados para no tragarse los bulos…
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H.G. ¡Pues hay que remangarse! No solo los jóvenes. Yo me incluyo. Solo porque haya mucha desinformación ahí fuera no debemos desanimarnos ni rendirnos. Son tiempos convulsos que nos exigen un esfuerzo extra. A todos.
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XL. ¿Y qué podemos hacer?
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H.G. Ayudarlos a desarrollar sus músculos creativos, su espíritu crítico. La mente también necesita ir al gimnasio. Si eso significa limitar el acceso a los teléfonos, especialmente en edades tempranas, estoy a favor de hacerlo. Australia acaba de promulgar tal legislación. Pero los adultos a su alrededor deben hacer lo mismo. Los niños nunca escuchan lo que dices, pero siempre miran lo que haces… y lo que no haces.
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XL. Cuando un niño puede generar instantáneamente una imagen o corregir su escritura con un clic, ¿no se pierde algo esencial en el aprendizaje?
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H.G. Solo si permitimos que los niños se vuelvan dependientes de las aplicaciones; entonces irán a lo fácil. Pero mírelo desde otro punto de vista: en el siglo XVI solo unos pocos individuos educados en Europa tenían el potencial de convertirse en Leonardo da Vinci o Miguel Ángel. Hoy, millones tienen la opción de ser Leonardo si eligen aprovecharla… La cuestión es cómo usamos estas herramientas para expandir su creatividad y su afán de exploración; no para limitarlas.
XL. ¿Y quién les va a enseñar, las propias máquinas? ¿Vamos a criarlos con robots?
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H.G. ¡No, por favor! Prefiero seres humanos de carne y hueso que amen a los niños. Los seres humanos aprenden principalmente de otros seres humanos, aunque sean imperfectos. Es lo que la religión, la literatura y el arte han hecho durante mucho tiempo. Es lo que hacen las figuras que nos inspiran.
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XL. Hoy los que inspiran (o deberían) son los influencers…
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H.G. Sí, en detrimento de los verdaderos mentores. Un mentor ejerce una influencia que se dilata en el tiempo y que es personal, de tú a tú. No es algo que se pueda repartir entre miles o millones de seguidores en redes sociales. Y un mentor no busca tener más seguidores, el mentor intenta ser un ejemplo y hacer lo que es correcto.
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XL. ¿Es imposible usar TikTok para educar?
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H.G. No digo eso… Los estudiantes necesitan una guía de buenas influencias que usen sus talentos y plataformas de manera constructiva. Lo que echo de menos son figuras que nos inspiran incluso si ya no están entre nosotros. Pienso en Gandhi, Nelson Mandela, la Madre Teresa… ¿Pero a quién tenemos hoy? A Elon Musk… Que nadie piense que Musk es la persona más importante del planeta, porque no lo es.
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XL. Hubo una época en la que Silicon Valley era una fuente de inspiración…
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H.G. Cierto. Incluso Steve Jobs, que fue uno de los que nos trajo todo esto, era una persona con unas inquietudes que iban más allá de ganar dinero. Ahí está su interés por la espiritualidad, su búsqueda para encontrar su propio camino, su valoración de la belleza.
XL. ¿No está imponiendo Silicon Valley su agenda, la queramos o no?
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H.G. El curso de la historia no se puede controlar, ni siquiera hay que intentarlo; los avances van llegando… Lo crucial es cómo reaccionamos a lo que está sucediendo, detectar los riesgos y afrontarlos.
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XL. ¿Vislumbra que la IA pueda adquirir conciencia?
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H.G. Es un tema demasiado especulativo, ¿cómo lo demuestras? Los sistemas computacionales podrían ser entrenados para fingir conciencia. Para los seres humanos, ser conscientes constituye la más impresionante y también la más esquiva de nuestras capacidades. Hay razones para creer que solo en los últimos diez mil años los miembros de nuestra especie alcanzaron el tipo de conciencia y autoconciencia que hoy damos por sentadas.
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XL. ¿Debemos dejar que la IA tome decisiones éticas, que decida qué está bien y qué está mal?
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H.G. «Decir que un dispositivo es ético me parece un error conceptual. La ética requiere debate entre seres humanos dentro de una comunidad, junto con principios y sanciones apropiados. Podríamos programarlo para seguir ciertos estándares, pero la ética involucra preguntas de gran calado para las que no hay respuestas fáciles. Ahí es donde entran en juego el diálogo humano, el juicio, la sabiduría. Y las máquinas pueden ser inteligentes, pero decir que son sabias es otro error categórico.
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XL. Tiene usted cinco nietos, ¿le preocupa qué les deparará el futuro?
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H.G. Cómo no. Cuando cumplí 80 años, le di a cada uno un ‘testamento ético’ firmado. Espero que mucho después de que me haya ido, recuerden nuestra pequeña ceremonia y aprecien lo que su abuelo valoraba… incluso si no siempre están de acuerdo con lo que pensé y escribí.
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XL. ¿Y cuál es su mensaje para las generaciones futuras?
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H.G. Que quiero que dominen las nuevas tecnologías, pero que no olviden que somos una especie frágil. Me preocupa el ascenso de los fascismos, de los totalitarismos y de las fuerzas antidemocráticas alrededor del mundo. Si no nos enfrentamos al cambio climático, si no controlamos las armas, si no resistimos la violencia y la guerra, ya no habrá un planeta, y todas nuestras discusiones sobre educación e inteligencia serán irrelevantes.
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