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‘Tenemos que hablar’, de Rubén Amón: vine por la aventura y me quedé por la conversación

El ensayo del periodista es una reivindicación de “hablar para hablar” y no por hablar, una llamada de atención y una de guía con consejos prácticos y descripciones de aciertos y fallos

El periodista Rubén Amón.
El periodista Rubén Amón.ESPASA

Tenemos que hablar, de Rubén Amón, es un ensayo sobre la conversación. Destaca su valor y alerta de una situación de cambio y peligro. La transformación tecnológica y comunicativa altera su naturaleza. Estamos en contacto con más gente y a la vez más solos, participamos en más intercambios pero son más superficiales, estamos más conectados pero más distraídos. Nunca se ha escrito y leído tanto, y a la vez perdemos capacidad de concentrarnos en lo que leemos y oímos.

La conversación es un arte natural y delicado: conviene seguir unas reglas para provocar la espontaneidad, que es el terreno más divertido y fértil. El libro de Amón es una reivindicación de “hablar para hablar” y no por hablar, una llamada de atención y una de guía con consejos prácticos y descripciones de aciertos y fallos: entre los errores y vicios están la amalgama (especialidad del tertuliano), la tendencia que diagnosticó Mike Godwin a que toda discusión online desemboque en una comparación con Hitler o el abuso de tópicos y frases hechas (ya advirtió William Safire que hay que huir de ellos como de la peste).

Amón también habla de la censura y de la autocensura: critica efectos de la legislación antiterrorista sobre cuestiones de libertad de expresión o la existencia de delitos contra los sentimientos religiosos, y lamenta el prestigio moral del victimato y la expansión de la sensiblería. Describe prototipos como el cuñado, esboza con un tono costumbrista de irritación irónica taxonomías de conversaciones y recuerda, con Hume, que lo que nos gusta de los buenos conversadores no es la información que nos dan sino el placer que nos brindan: “la mejor virtud de una conversación consiste precisamente en la ausencia de un propósito u objetivo”. Traza una breve historia de la charla y sus estudiosos, analiza los efectos del silencio y la importancia del lenguaje no verbal, y defiende los beneficios terapéuticos de la conversación: podría decirse que hablar alarga la vida. Algo que se aprende leyendo esos apuntes históricos es que a menudo hemos pensado que la conversación estaba en peligro o en decadencia.

Director de La Cultureta y colaborador en Más de Uno y El hormiguero, Amón también tiene un interesante capítulo sobre las tertulias, donde divide a los tertulianos entre los no alineados, los corporativos (que asumen posiciones de un grupo editorial) y las imposiciones de partidos políticos. Señala la figura del político tertuliano (y cuenta que Carlos Alsina, escéptico ante este espécimen, rechazó la propuesta del PSOE de incorporar a La brújula a un joven desconocido llamado Pedro Sánchez), ironiza sobre las características del oficio, y describe la fachosfera y la sanchosfera (“el régimen de mansedumbre y de sumisión donde prevalece la devoción a Sánchez por encima de cualquier principio político y decencia ética”). Tenemos que hablar es un ensayo generoso, ligero y lleno de referencias: desde Josefa de Amar y Borbón hasta Marta García Aller, desde Sergio del Molino hasta Philip Tetlock, desde Woody Allen hasta Marcel Proust, desde Virginia Woolf hasta Rojas Marcos, desde Verdi y Mozart hasta los salones del XVIII, pasando por Gracián, las tertulias de Balbín y la sabiduría de Sócrates y Boskov. Irónico, apasionado, inteligente, sin miedo a la contradicción y con aire de rapidez y sprezzatura, el propio ensayo asume un tono menor aunque trate de asuntos que sabe cruciales y recuerda a una conversación en buena compañía.

 

 

 

 

 

Sobre la firma

Daniel Gascón
 
 
 

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