Antes de que Iribar fuera cojonudo, antes de que le apodaran el Txopo o incluso antes de que Iribar fuera simplemente Iribar, a José Ángel Iribar Kortajarena le llamaban Makatza.
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Porque ahora es una leyenda viva del Athletic, el jugador que más veces ha defendido la camiseta rojiblanca (con 614 partidos oficiales en 18 temporadas) y uno de los grandes culpables de que la portería de San Mamés esté siempre tan bien valorada.
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Sin embargo, antes de todo eso, Iribar fue un niño inquieto al que la suerte le bendijo con nacer a escasos metros de la playa de Zarautz y dentro de una familia numerosa en la que se veneraba la educación y a la que le apasionaba el fútbol.
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Fue entonces, en esa época en la que su portería eran dos jerséis y sus dimensiones variaban según la picardía del momento, cuando a Iribar le bautizaron en el pueblo como Makatza. Y así se quedó. Aunque fichara por el Athletic y aunque levantara dos Copas y un Zamora. Aunque su primer penalti se lo tirara Puskas.
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En Zarautz, localidad que el viernes pasado le hizo por fin Hijo Predilecto, el Txopo es Makatza. Y por eso, ese es el nombre –Makatza– escogido por Andoni Egaña para titular el libro que, publicado por la Fundación Athletic, ficciona la infancia y adolescencia de Iribar.
“Ha sido precioso hacer este libro porque ha servido para recordar Zarautz, imaginarlo… Pero es José Ángel lo más importante del libro. Porque es alguien reconocido mundialmente, ídolo en Bizkaia y Euskal Herria y, sin embargo, en Zarautz se le sigue conociendo como Makatza. Sigue siendo ese chaval del pueblo que llegó a ser una estrella internacional y, aún así, no se ha desvirtuado. Demuestra que se pueden ser las dos cosas y eso es admirable”, reconoció Egaña, también zarauztarra, durante la presentación de la publicación. Con todo, aunque hayan pasado los años e Iribar (con 81) ya no sea ese chaval que se divertía jugando al fútbol en la playa, el exguardameta continúa siendo una persona tímida por naturaleza y humilde por convicción. “Me da una responsabilidad tremenda todas las buenas palabras porque no soy tan grande, no soy tan bueno. Soy una persona normal y así me siento. De mi padre aprendí que hay que tratar con respeto a la gente y que la vida hay que afrontarla siempre con ilusión”, dijo el Txopo.
De bronce
Una de las cosas que se abordaron del libro es la obsesión de Iribar por ser un portero alto: “Cuando tenía 12 años, 1,72 metros eran muy buenos”, recuerda el exguardameta. En su memoria también está aquella pared de casa en la que año tras año se colocaba, bien erguido, para que una marca le mostrara el progreso conseguido. Entonces, el joven Makatza no se atrevió ni a imaginar que, décadas después, enfrente de San Mamés, en plena explanada, un Iribar de tres metros saludaría a toda la parroquia rojiblanca. “Me han hecho mucho más grande de lo que soy”, concluyó.
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