El historiador y autor de ‘Sapiens’ cree que al hablar de transexualidad se habla, también, de transhumanismo: de cómo podremos transformarnos gracias a la tecnología
Con la publicación en Estados Unidos de su libro Sapiens, en 2015, el historiador y filósofo israelí Yuval Noah Harari se situó en la primera fila de los intelectuales públicos, una posición que consolidó con Homo Deus (2017) y 21 lecciones para el siglo XXI (2018). El tema central de Harari es la idea de que lo que impulsa a la sociedad humana ha sido, en general, la capacidad de nuestra especie de creer en lo que él denomina ficciones, esas cosas —ya sean dioses o naciones— cuyo poder reside en que existen en nuestra imaginación colectiva; nuestra fe en ellas nos permite cooperar como sociedad. El amplísimo alcance de los textos de Harari, que abarca desde el pasado prehistórico hasta un futuro lejano y oscuro, le ha convertido en una especie de test de Rorschach andante. “La idea equivocada que se suele tener de mí”, dice Harari, que a los 45 años acaba de publicar, como coautor, Sapiens. Una historia gráfica, volumen 2: Los pilares de la civilización (Debate, 2021), dentro de una serie de adaptaciones de su obra a la novela gráfica, “es que soy el profeta del juicio final, o todo lo contrario, que creo que todo es maravilloso”. Cabe la posibilidad de que ambas cosas sean verdad. “Cuando el libro sale a la venta, dejo de controlar las ideas”, dice.
Pregunta. Algunas de las grandes ideas sobre la humanidad que usted ha contribuido a popularizar —que las ficciones y las construcciones sociales tienen poder político, o que el Homo sapiens puede estar acercándose a la obsolescencia por motivos tecnológicos— existen en diversas modalidades desde mucho antes de que escribiera sobre ellas. ¿Qué cree que tiene su forma de transmitirlas para ser tan convincente?
Respuesta. Una hipótesis es que el campo del que procedo es la historia, y muchos intentos recientes de crear este tipo de gran síntesis se han hecho desde la biología y la evolución o desde la economía y las ciencias sociales. En las últimas décadas parecía que las humanidades se habían dado por vencidas y que tratar de construir relatos complejos se había convertido casi en tabú. Pero la perspectiva de las humanidades es esencial. Muchas preguntas filosóficas que preocupan a la humanidad desde hace miles de años están volviéndose prácticas. Antes, la filosofía era una especie de lujo: podías dedicarte a ella o no. Ahora sí que hay que responder a cuestiones filosóficas cruciales sobre qué es la humanidad o la naturaleza del bien para decidir qué hacer, por ejemplo, con las nuevas biotecnologías. Es decir, quizá he llegado a la gente porque vengo de la perspectiva de la historia y la filosofía, y no de la biología o la economía. Además, mi idea central es sencilla. Es la autoridad de las ficciones, el hecho de que, para comprender el mundo, debemos tomárnoslas muy en serio. El relato en el que creemos configura la sociedad que construimos.
Para un relato atractivo es importante tener enemigos humanos. Eso no existe con el cambio climático
P. Cuando está trabajando en algo que implica llegar a conclusiones generales sobre la humanidad, ¿es difícil determinar si esas conclusiones son banales?
R. Bueno, he descubierto que, cuanto más banales son, más impresionan a la gente.
P. ¿Ese es el secreto?
R. Todo esto que digo sobre los relatos de ficción fue una de las cosas más importantes que aprendí en el primer año de la licenciatura en Historia. Pensaba que era un lugar común y que todo el mundo lo conocía. Y resultó que para mucha gente fue un gran descubrimiento saber que existían estas construcciones sociales y la realidad intersubjetiva. Yo pensaba que era la cosa más banal del mundo.
P. Ver que lo que usted consideraba lo más banal del mundo acaba siendo increíblemente popular, ¿le ha vuelto cínico?
R. No. Lo único que significa es que falla la comunicación entre grandes sectores de la comunidad científica y grandes sectores de la población. Cosas que la ciencia y los expertos saben desde hace muchos años siguen siendo novedades para la gente. Así son las cosas.
Invirtiendo el 2% del PIB Mundial podríamos prevenir la catástrofe climática. Es factible
P. Un campo en el que la comunidad científica sí ha sabido comunicar claramente es la dimensión de la crisis climática, y lo que están diciendo los científicos y muchos otros es que es un problema increíblemente urgente. ¿Por qué cree usted, entonces, que sigue faltando la voluntad política mundial para abordar el problema de la manera que requieren las catástrofes al acecho?
R. Para elaborar un relato atractivo es importante tener unos enemigos humanos. Con el cambio climático, eso no existe. Y nuestra mente no ha evolucionado para absorber este tipo de historia. Cuando evolucionamos como cazadores-recolectores, nunca se planteó que pudiéramos cambiar el clima de manera perjudicial para nosotros, así que esa era una historia que no nos interesaba. Lo que nos interesaba era que algunos miembros de la tribu estaban planeando matarnos. Por eso tenemos un problema narrativo con el cambio climático. Por suerte, todavía estamos a tiempo de arreglarlo. Según las informaciones más fiables que he leído, si empezamos ahora a invertir el 2% del PIB anual mundial en desarrollar tecnologías e infraestructuras sostenibles, debería ser posible prevenir una catástrofe climática. Y lo mejor del 2% es que, aunque es mucho dinero, es perfectamente factible. Si necesitáramos el 20% le diría que es imposible, que es demasiado tarde. ¿Pero el 2%? Reasignar el 2% del presupuesto de una partida a otra es el trabajo de cualquier político. Sabemos hacerlo. No debemos caer en la posición apocalíptica de que se nos acaba el tiempo y es el fin del mundo, sino centrarnos en algo más práctico: el 2% del presupuesto. No hace falta más.
P. ¿Se puede crear un relato que cautive con la reasignación del 2% del PIB mundial?
R. Hablar del 2% del PIB no impresiona mucho, pero eso es precisamente lo que tiene de bueno. Es esperanzador. No hace falta que transformemos toda la economía y volvamos a vivir en una cueva. Basta con que reasignemos el 2%. Ya está. Me parece un mensaje muy potente. Y hay otros relatos. Si observamos movimientos como el de Greta Thunberg y todos los jóvenes, lo que están diciéndole al mundo es que estamos sacrificándolos en el altar de nuestra codicia y nuestra irresponsabilidad. No están hablando de algo confuso como la cantidad de CO₂ en la atmósfera. Es un drama humano en el que los viejos sacrifican a los jóvenes.
P. Ya sé que le hacen muchas veces esta pregunta u otra parecida, pero ¿cómo interpreta que sus obras sean tan populares en Silicon Valley? Como ha señalado usted, allí hay gente cuyo trabajo tiene consecuencias muy peligrosas. No es posible que su polaridad en ese mundo sea mera coincidencia.
R. Se pueden decir muchas cosas. Un motivo por el que creo que mi obra es popular en esos círculos es que, aunque critico varias cosas que hacen y digo que algunas representan un grave peligro para la humanidad, también destaco que esas cosas son quizá lo más importante que está pasando en el planeta. Por eso, si los criticamos pero también destacamos la importancia de lo que hacen, es halagador para ellos pensar que el futuro de la humanidad está hasta cierto punto en sus manos. Para ser algo generoso con estos personajes, diré que desde luego no creo que sean el Mal. Han hecho algunas cosas buenas. Conocí a mi marido a través de internet, en una de las primeras aplicaciones de citas para homosexuales de Israel, y estoy agradecido por ello porque, como hombre gay en una ciudad israelí pequeña y provinciana, ¿cómo iba a conocer hombres? Lo que sí diría es que en Silicon Valley no son conscientes de su enorme influencia. Tienen la intención y la esperanza de cambiar el mundo y cuentan con un profundo conocimiento de la tecnología, pero no tan profundo de la historia, la sociedad y la psicología humana. En definitiva, como historiador sé que los textos pueden adquirir vida propia. Si quienes escribieron el Nuevo Testamento pudieran ver lo que la Inquisición y los cruzados hicieron con las ideas de poner la otra mejilla y de que los mansos iban a heredar la tierra, seguramente se revolverían en sus tumbas. Pero así es la historia. Qué se le va a hacer.
Muchas preguntas filosóficas que preocupan desde hace miles de años están volviéndose prácticas
P. ¿Hay alguna idea que esté todavía germinando y que quizá le parece demasiado radical para su público?
R. Le voy a dar dos ejemplos, uno grande y otro pequeño. Cuando escribí Homo Deus, lo que más me interesaba era qué hay después del humanismo y del liberalismo. Pensaba que el liberalismo y el humanismo eran los mejores relatos que ha creado la humanidad. Ahora tenemos que dejarlos atrás a causa de las revoluciones tecnológicas del siglo XXI, que ponen en tela de juicio sus ideas e hipótesis más básicas. Sin embargo, durante los cinco últimos años, he renunciado a avanzar en esa dirección debido a los acontecimientos políticos en gran parte del mundo. En lugar de ello he empezado a tener que librar batallas en la retaguardia para convencer a la gente sobre el humanismo y el liberalismo cuando lo que quiero, en realidad, es ver lo que hay después.
P. ¿Qué hay después?
R. No estoy seguro. No he conseguido avanzar mucho más allá de lo que escribí en Homo Deus. Ahí examinaba de qué manera se está desintegrando la revolución de la información al ser humano, el fundamento del humanismo y el liberalismo. Veía que el nuevo fundamento es el flujo de datos en el mundo, hasta el punto de cambiar incluso la comprensión de lo que es un organismo, lo que es un ser humano; el ser humano deja de ser este yo mágico, autónomo, con libre albedrío y capaz de tomar decisiones sobre el mundo. Ahora, el ser humano, como todos los demás organismos, no es más que un sistema de procesamiento de información que fluye sin cesar. No tiene características fijas. ¿Qué consecuencias políticas tiene este cambio? ¿Y sociales? No estoy seguro. Eso es lo que me encantaría investigar.
P. ¿Y el ejemplo pequeño?
R. Estoy leyendo un libro que trata de las nuevas teorías sobre personas transexuales, no binarias y todo eso. El libro que leí justo antes hablaba de los primeros tiempos del cristianismo. Y me llama la atención lo similares que son las dos cosas. Gran parte del debate actual sobre género es extrañamente similar a lo que discutían aquellos primeros cristianos sobre la naturaleza de Jesucristo y la Trinidad. Lo que se preguntaban era, en esencia, si Jesucristo era una persona no binaria. Si Jesucristo era divino, humano, o divino y humano, o ni divino ni humano. Veo en esto ecos de muchos de los debates actuales sobre la naturaleza del ser humano y la persona. ¿Podemos ser ambas cosas? ¿Podemos ser solo una? Y, si ese otro no piensa como yo, entonces es un hereje. En realidad, los héroes de los primeros cristianos eran los mártires y los monjes ascetas, como el famoso Simón, que pasó años encima de una columna. Estaban investigando los límites del cuerpo humano con lo que tenían a su alcance. Ahora, con las cuestiones de género, nos hacemos más preguntas sobre lo que podemos hacer con el cuerpo, si podemos cambiarlo de esta manera o aquella. Hay enormes diferencias entre las dos cosas, pero las neuronas de mi cerebro empezaron a mantener esta conversación sobre el cristianismo primitivo y los debates actuales sobre el género.
P. Por suerte, la historia nos enseña que todos los debates dentro del cristianismo se resolvieron de forma amistosa.
R. Lo que pasa es que, en aquella época, todas esas sectas cristianas que debatían eran diminutas, insignificantes. Pero después se vio que los debates sobre doctrina, quiénes fueron los ganadores y los perdedores, tuvieron una repercusión inmensa en la evolución de la historia humana. Y he aquí una reflexión más seria: creo que el motivo de que los debates sobre las personas transexuales, no binarias y todo lo demás generen tanto ardor es que la gente quizá tiene la sensación subconsciente de que los debates del futuro versarán sobre lo que podemos hacer con el cuerpo y el cerebro humanos; cómo podemos rediseñarlos, cómo podemos modificarlos. La primera realidad práctica a la que nos hemos topado con estos interrogantes es el género. Podemos decir que la gente es intolerante y muy susceptible cuando se habla de sexo y género, pero creo que, en realidad, sabe de forma subconsciente que este es el primer debate sobre el transhumanismo. Habla de lo que podemos hacer con la tecnología para transformar el cuerpo, el cerebro y la mente de los seres humanos. Por eso es por lo que los debates son tan acalorados.
P. ¿Qué dice de usted y de los relatos que le parecen más atractivos el hecho de que piense que los debates sobre género —de los que se puede muy bien interpretar que se ocupan de unos seres humanos que quieren que se los trate como a todos los demás aquí y ahora— son, en realidad, sobre la angustia a propósito del transhumanismo en el futuro?
R. ¡Es que esa es la cuestión! El transhumanismo es una reflexión sobre qué es ser humano. Quiero decir, hay distintos tipos, pero una interpretación es que el transhumanismo desarrolla al máximo las verdaderas posibilidades del ser humano. Y eso, por supuesto, depende de lo que pensemos que es un ser humano. Esa es la pregunta a la que queremos dar respuesta, y no es fácil.
© 2021, The New York Times Company.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.