La NASA encuentra «polvo oscuro» al abrir la ‘caja’ dejada por Osiris-Rex con muestras del asteroide Bennu
Las partículas tienen el tamaño de un grano de arena
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Es solo el principio, pero los análisis preliminares de las muestras recuperadas del asteroide Bennu, y que llegaron hace unas semanas a la Tierra, muestran agua y moléculas orgánicas. En concreto, carbono. Esto significa que los componentes básicos de la vida, los ‘ladrillos’ que impulsaron que hoy estemos aquí, podrían estar presentes en esa roca. No se trata de algo baladí: este hecho podría respaldar la teoría de que la vida llegó desde el espacio, en uno de esos cuerpos que hoy también flotan por el cosmos. Sin embargo, tal y como han señalado todos los presentes en la conferencia, en la que también ha participado el administrador de la NASA, Bill Nelson, «esto es solo el principio».
«Esto es un tesoro científico que será desentrañado en las próximas décadas», ha señalado por su parte Dante Lauretta, profesor de ciencia planetaria y cosmoquímica en el Laboratorio Planetario y Lunar de la Universidad de Arizona, además de responsable del análisis de los restos de Bennu.
Finalmente se han podido recolectar 60 gramos de asteroide, una cifra algo alejada de las primeras estimaciones (se llegaron a barajar unos 250 gramos), si bien ha sorprendido la gran cantidad de polvo y guijarros alrededor de la cápsula. Un material extra que ha supuesto la ralentización del trabajo pero que también ha ofrecido un primer vistazo de lo que habrá en el interior. De hecho, ya se han han podido sacar algunas valoraciones, como por ejemplo la diversidad de tamaños y colores. «Indica que tenemos diferentes tipos de roca», señalaba Frances McCubbin, el responsable de las operaciones para sacar toda la muestra del interior de la cápsula.
De momento, se han recopilado imágenes con un microscopio electrónico de barrido, mediciones infrarrojas, difracción de rayos X y análisis de elementos químicos. También se utilizó tomografía computarizada de rayos X para producir un modelo informático en 3D de una de las partículas, destacando su interior diverso e incluso iluminando el abundante carbono y agua de la muestra. «No podemos esperar por ver lo que hay dentro», ha afirmado Lauretta.
«A medida que observamos los antiguos secretos preservados dentro del polvo y las rocas del asteroide Bennu, desbloqueamos una cápsula del tiempo que nos ofrece conocimientos profundos sobre los orígenes de nuestro sistema solar -ha continuado el responsable de este primer vistazo científico a los restos-. “La abundancia de material rico en carbono y la presencia de minerales arcillosos acuíferos son solo la punta del iceberg cósmico (…) Con cada revelación de Bennu, nos acercamos más a desentrañar los misterios de nuestra herencia cósmica”.
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Las partículas tienen el tamaño de un grano de arena
La misión Osiris-Rex partía en septiembre de 2016, en un viaje que duró dos años hasta llegar a su objetivo: Bennu. Este asteroide, de unos 500 metros de longitud, fue mapeado por la sonda, que en 2020 finalmente se posó sobre él para recoger las muestras. El trabajo fue complicado: se trataba de una roca mucho más porosa de lo pensado, y la nave tuvo que utilizar sus cohetes para no quedar encallada (se hundió cerca de medio metro en las entrañas de Bennu). “El material de distintos tipos que encontramos fuera da buena cuenta de los problemas que tuvimos entonces”, ha señalado durante la rueda de prensa McCubin.
No es la primera vez que se recoge material de un asteroide: Hayabusa 1 y Hayabusa 2, misiones de la agencia espacial japonesa JAXA fueron las pioneras. Sin embargo, aquellas incursiones han logrado rescatar apenas una decena de gramos de los asteroides Itokawa y Ryugu, la décima parte que Osiris-Rex.
“Hemos elegido el asteroide adecuado y hemos traído la muestra necesaria”, ha afirmado por su parte Daniel Glavin, el responsable de los restos de asteroides recogidos en las misiones de exploración espacial de la NASA. Porque Bennu no es un asteroide cualquiera. Por varios motivos: para empezar, a pesar de que se encuentra normalmente a unos 300 millones de kilómetros de nosotros, cada seis años se nos acerca peligrosamente. Tanto que los astrónomos ya han dado una fecha que podría ser crítica para nuestro planeta: el 24 de septiembre de 2182. Sin embargo, las posibilidades, aunque reales, son bajas: uno entre 2.700, alrededor del 0,037%, según datos de la propia agencia espacial estadounidense. Aún así, Osiris-Rex podría tener la clave en caso de que hubiera que desviar a Bennu de la misma forma que se desvió otra roca con la misión DART (la primera misión de defensa planetaria y que, además, cumple justo ahora un año).
Aspectos catastrofistas aparte, Bennu es un asteroide importante porque es una ‘cápsula del tiempo’ de los comienzos del Sistema Solar. Se cree que se formó hace unos 4.500 millones de años y que ha permanecido inalterado desde entonces, si bien surgió tras el impacto de dos objetos progenitores, hace mil o dos mil millones de años. Es por ello que, al contrario que otros cuerpos que caen hacia nosotros y que se ven alterados por el roce con la atmósfera terrestre o por la contaminación una vez que están en el suelo, puede brindarnos información de primera mano sobre los primeros momentos en la formación del Sistema Solar. De ahí que la NASA haya tenido tanto cuidado al sacar las muestras de la cápsula. “Se han documentado todos y cada uno de los pasos que hemos seguido hasta sacar los restos”, ha explicado McCubin. “No ha sido un proceso rápido, pero teníamos que asegurarnos de que las muestras eran prístinas”.
Tan solo la cápsula de la misión Osiris-Rex aterrizó en el desierto de Utah. La nave solo se acercó a la Tierra para lanzarla, y después inició un nuevo camino hacia el asteroide Apophis, otra de las rocas potencialmente peligrosas que amenazan nuestro planeta.
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Rebautizada como Osiris-Apex, la nave llegará a la roca en 2029. No recogerá muestras, ya que el cabezal con el que se llevaron a cabo la operación estaba incluido dentro de la cápsula que llegó en septiembre a nuestro planeta. Aún así, orbitará durante unos 15 meses la roca, recabando datos que puedan servir para comprender el pasado y hacer frente al futuro.
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