Adolfo Guiard, el impresionista bilbaíno que no tiene precio
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El Museo de Bellas Artes de Bilbao cruzó la meta en primer lugar y se llevó el lienzo ‘Carrera de caballos’ de Adolfo Guiard. La pinacoteca adquirió en subasta dicha obra, de pequeñas dimensiones y elaborada durante la estancia del autor en París, por 3.958,38 euros esta primavera. Un montante aparentemente bajo para una pieza del considerado como uno de los mejores impresionistas españoles, pero es que el pasado mes de septiembre, la casa de subastas Hindman de Palm Beach (Estados Unidos) vendió su ‘Mujer con sombrero rojo’, un óleo de mayores dimensiones, por 4.725 dólares, cantidad similar a la anterior.
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El desenlace fue aún menos afortunado en 1999, cuando quedó desierta la puja por ‘Mademoiselle Sanlaville’ en la casa londinense de Christie’s con un precio de salida de entre 91.700 y 122.000 dólares.
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Un cuarto de siglo después, el creador vasco recupera protagonismo. El museo bilbaíno le dedica una sala dentro de su exposición ‘Familia Sota. Arte y Mecenazgo’ y el Prado lo incluye en la muestra ‘Arte y transformaciones sociales en España (1885-1910)’.
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Quizás sea un buen momento para recuperar su figura y reparar la injusticia artística y comercial.
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La grácil Marie Sanlaville puede proporcionar algunas razones que expliquen la situación actual. La retratada fue la bailarina principal del Ballet de la Ópera y modelo frecuente de Edgar Degas, amigo del bilbaíno y uno de los protagonistas de este movimiento.
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Hace un año, su ‘Danseuse à la barre’, de pequeño formato, fue adjudicada por 5,6 millones de dólares. «En España hay pintores impresionistas y posimpresionistas con el mismo nivel que los franceses, pero con una cotización muy diferente y que no trascienden cuando salen a la venta», lamenta Llucià Homs, analista del mercado del arte.
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«Falta por parte de las instituciones una política de posicionamiento de la plástica española, tanto moderna como contemporánea, estrategia de larga duración que no se ha hecho».
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Los intereses del galerista Michel Mejuto también se remontan a finales del siglo XIX, cuando surgen las primeras vanguardias. Ha gestionado una docena de piezas de Guiard y ‘Árboles’, la última, «una pequeña tabla», fue vendida por unos 11.000 euros hace unos meses.
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«Su producción es escasa, poco más de 200 obras, y las más importantes están en la Sociedad Bilbaína, el Club Marítimo del Abra, el Bellas Artes o el Museo de Álava», señala para explicar su baja estimación comercial.
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«No hay piezas relevantes para alimentar el mercado, al contrario de lo que ocurre, por ejemplo, con Darío Regoyos, coetáneo y amigo, o el escultor Paco Durrio, que residió en París y tuvo encargos del gobierno. Guiard goza de una demanda local que lo asume todo, pero se trata de un desconocido fuera de nuestro entorno».
El pintor trabajaba ‘a plein air’, como sus colegas franceses, tardaba más de un mes en elaborar sus primorosas tablillas y falleció con tan solo 56 años. «Formó parte de una generación esplendorosa que iba contra el curso establecido, es decir la Academia de Roma y el acceso a los concursos oficiales como horizonte», señala y menciona a otros grandes de su tiempo como Anselmo Guinea, Francisco Iturrino e Ignacio Zuloaga.
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«Todos vivieron la bohemia». Tras su paso por la capital gala, regresó a la Villa. «Hay que tener en cuenta que en Bilbao, ciudad emergente, no tenía competencia, mientras que París era un hervidero».
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Adolfo Guiard debería ser el pintor vasco más cotizado hoy, muy por encima de Aurelio Arteta o Antonio de Guezala, según Eduardo Gutiérrez, director de Lorenart. Esta firma se ha hecho con una colección de 27 piezas del autor pertenecientes a todos sus periodos,con una jerarquía de precios que 7.000 a 100.000 euros, y en la que aparecen ejemplos cualificados como ‘El Sena’, realizado en su época francesa.
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El galerista no cree en las sorpresas a golpe de martillo. A su juicio, el mercado ha sufrido una catarsis que impide precios desorbitantes e inesperados. «La sociedad ha madurado y ahora tiene acceso al valor de las piezas», indica, aunque también alude a la emoción por identificación que explica el interés de los compradores locales por obras que remiten a su entorno más cercano.
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¿Y fomentar la proyección exterior? «Resulta imposible si no hay instituciones de por medio», sentencia. «Lo hemos intentado con Menchu Gal en Nueva York y Roma, y es carísimo».
El guante lo recoge Javier Novo, coordinador del Área de Conservación e Investigación del Museo de Bellas Artes, al admitir que el pintor está «en la hoja de ruta» de la institución.
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«Toca hacer un proyecto en torno a su figura y efervescencia. Tanto en Bilbao como en aquel París de 1890». Es necesario revisitarlo, ponerlo en la palestra y «declarar que es un grande de la historia del arte».
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La muestra dedicada a Ramón de la Sota recuerda la pasión del empresario por Guiard, del que llegó a poseer medio centenar de obras. ‘El aldeano de Bakio’, un lienzo de grandes dimensiones, destaca dentro del conjunto.
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«Con esta aportación se consagra como un pionero de la modernidad. Sorolla tardaría una década en sumarse a las nuevas corrientes», explica Novo, y recuerda que con su exposición en 1891 en la Sociedad El Sitio «eclipsó al resto».
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El interés de los profesionales es una clave para su revalorización y la tesis doctoral del comisario Javier González de Durana es una referencia ineludible. El exdirector del Artium, entre otras instituciones, alude al carácter del hijo de un fotógrafo francés y una bilbaína para explicar también esa falta de proyección.
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«Era un tipo dionisiaco que no entendía la pintura como algo obsesivo», aduce. El artista fue, en cierta forma, víctima de sí mismo. «El propio Degas dijo que si hubiera permanecido en París habría triunfado».
Ahora bien, cualquier interpretación exige perspectiva. Hace cinco años, el cuadro ‘Meules’ de Claude Monet fue rematado por cerca de 102 millones de euros, pero en 1868 el autor, hundido en la miseria, intentó suicidarse arrojándose al Sena.
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El apoyo económico del galerista Paul Durand-Ruel sostuvo a Renoir, Sisley o Pissarro, hasta que la positiva recepción obtenida en EE UU contagió el gusto europeo y se abrió a la innovación.
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Hoy, la pintura impresionista se ha convertido en un valor refugio para tiempos de zozobra, deseado por empresarios norteamericanos y asiáticos. ¿Podría Guiard convertirse en objeto de esa voracidad? «Las obras potentes no salen al mercado», advierte González de Durana. «No hay mucho material para crear esa ansiedad y precios altos, pero sí hay posibilidades de alcanzar el reconocimiento nacional e internacional».
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La actualización del catálogo y su visibilidad en Madrid son requisitos esenciales. «El creador se halla en la frontera entre el Reina Sofía y el Prado, y creo que le corresponde estar en el primero». Las instituciones, ya sea el Museo de Bellas Artes o la Consejería de Cultura, deberían, en su opinión, asumir ese esfuerzo por proyectarlo con una antológica ambiciosa con 50 de sus piezas fundamentales.
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La escasa producción no es óbice, según su punto de vista. «Tampoco Van Gogh pintó mucho», arguye y defiende la existencia de una docena de piezas maestras dentro de su trayectoria. «Adolfo Guiard no buscó la consagración ni intentó exponer en la capital. Tan solo quería ser famoso entre El Arenal y Atxuri, pero eso no invalida su trayectoria ni la hace menos interesante y apasionante».
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