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Un caso real e ilustrativo para situar el tema de la dopamina: «Mi paciente era una chica enganchada a las compras online. El ‘colocón’ comenzaba con la decisión de qué comprar, continuaba mientras esperaba el paquete y culminaba cuando lo abría. El efecto no duraba más allá de lo que tardaba en arrancar la cinta de Amazon y ver el contenido. A pesar de tener la habitación llena de baratijas y deudas de miles de euros, era incapaz de detenerse. Así que para mantener este ciclo en marcha, pasó a pedir productos cada vez más baratos -llaveros, tazas, gafas de sol de plástico- y a devolverlos inmediatamente después de recibirlos», cuenta el caso Anna Lembke, psiquiatra de la Universidad de Standford (California) y autora del best seller ‘Generación dopamina’.
¿Qué es la dopamina?
Un error de base. La dopamina no es la hormona de la felicidad, tiene que ver con el placer y la recompensa, que es distinto. «El placer tiene un precio muy alto, la intranquilidad de la búsqueda constante», advierte Juan Carlos Pascual Mateos, miembro del comité ejecutivo de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental. Como una pescadilla que se muerde la cola, una rueda de hámster que no para… cuando obtengo placer solo quiero más. Y vuelve a girar la rueda. Este es el ciclo: liberación de dopamina (‘subidón’), bajón y búsqueda otra vez de ese pico, cada vez más esquivo. Es lo que le sucede al adicto a las drogas, al juego, al sexo, a los videojuegos… José Antonio Molina, psicólogo experto en conductas adictivas y autor de ‘SOS. Tengo una adicción’, pone este símil a sus pacientes. «Cuando hacemos algo gratificante como bailar, leer un libro, comer… nuestra ‘corriente eléctrica’ pongamos que va a 220 vatios, pero un día probamos la cocaína y el cuerpo experimenta un chispazo de 500 vatios. ¿Qué ocurre? Que al cerebro los 220 vatios de antes se le quedan cortos. Ya no nos resulta satisfactorio salir a bailar o leer porque no nos proporciona el mismo ‘chute’ que la cocaína. Entonces dejamos de ir a bailar, de comer, de leer… porque con lo único que alcanzamos el placer, lo único que nos pone ‘a 500’, es la cocaína. Pero cuando el consumo es repetido desarrollamos tolerancia al placer, lo que hace que esos chispazos sean cada vez menos gratificantes. ¿Y qué necesitamos para volver a sentirlos? Consumir más y más». En esta línea, la doctora Lembke define la dopamina como «la moneda universal para medir el potencial adictivo de cualquier experiencia».
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«La dopamina es un neurotransmisor, que es la manera que tienen las neuronas de comunicarse. A la conexión entre dos neuronas se le llama sinapsis y en este espacio sináptico es donde se libera la dopamina, que tiene un papel fundamental en diferentes funciones como la recompensa y el placer, pero también en otras como el movimiento, el estado de ánimo, la motivación o la memoria» (Juan Carlos Pascual Mateos, psiquiatra).
¿Solo le importa el placer?
«No. La dopamina tiene que ver con la recompensa, sí, pero también tiene un papel fundamental en el estado de ánimo, la motivación, la memoria o el movimiento,», explica el doctor Pascual Mateos «Los enfermos de párkinson sufren una pérdida de neuronas dopaminérgicas y, por tanto, un déficit de dopamina en una determinada zona del cerebro y por eso se les trata con fármacos dopaminergéticos. «Estos mejoran la enfermedad, pero a veces acarrean efectos negativos como el descontrol de los impulsos con deshinbición sexual o conducta ludopática». En el caso de las personas con esquizofrenia, continúa el experto, también se produce un desequilibrio de dopamina: «Estos pacientes tienen hiperactividad dopaminérgica en una parte del cerebro que les provoca alucinaciones y delirios y, a la vez, un déficit en otras zonas que les lleva a sentirse desmotivados y sin iniciativa para hacer actividades».
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«La adicción es el consumo continuo y compulsivo de una sustancia o comportamiento compulsivo -juegos de azar, sexo, comida- que no cesa a pesar del daño que causa a la propia persona o a otros» (Anna Lembke).
El ciclo: así se convierte alguien en adicto
1. Quiero algo
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Pienso en comer chocolate y busco hasta encontrar la tableta. El propio proceso de búsqueda, lo que anticipa la recompensa de comer chocolate es, en sí, muy motivador. Y en el cerebro se produce, por ello, una liberación de dopamina. «Cuando liberamos mucha dopamina, el sistema nervioso pone en marcha su sistema de autorregulación para reducirla, por ejemplo reabsorbiendo la neurona presináptica ese exceso y eliminándolo», explica el psiquiatra. Así, recuperamos el equilibrio. «El problema surge cuando alteramos de forma artificial ese mecanismo de liberación de dopamina y rompemos el equilibrio añadiendo un aporte de dopamina externo como los tóxicos». A propósito de esto, Daniel Z. Lieberman y Michael E. Long, psiquiatra y físico, respectivamente, y autores del libro ‘Dopamina’ (Península), explican la diferencia entre los desencadenantes naturales de dopamina y los que no lo son. «Cuando estamos hambrientos, no hay nada más motivador que conseguir comida. Pero, en cuanto comemos, la motivación por obtener comida desciende debido a la activación de los circuitos de la saciedad y a la detención del circuito del deseo. Son sistemas de control y equilibrio que existen para que todo permanezca estable. Pero para el crack, por ejemplo, que es una droga muy adictiva, no existe ningún circuito de la saciedad. Los toxicómanos toman drogas hasta que pierden el conocimiento, se ponen enfermos o se quedan sin dinero. Si le preguntas a un drogadicto cuánto crack quiere, solo hay una respuesta: más».
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«Hemos transformado el mundo, un lugar de escasez, en un lugar de abundancia abrumadora: drogas, comida, noticias, juegos de azar, compras, Instagram… y un móvil que nos proporciona dopamina digital 24 horas al día» (Anna Lembke).
2. ¡Qué subidón! Pico de dopamina
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Cuando obtenemos la recompensa, se produce el ‘subidón’. Siguiendo el símil del psicólogo, el cuerpo pasa de 220 a 500 en un instante. «Se experimenta un pico de dopamina, un placer intenso aunque efímero. La primera descarga de dopamina es espectacular». Tanto, que querremos volver a experimentarlo otra vez. Y aquí empiezan los problemas. Una aclaración: «La drogadicción no es signo de carácter débil o una falta de fuerza de voluntad. Lo que sucede es que los circuitos del deseo acaban en un estado patológico debido a la sobreestimulación», explican en su libro Liberman y Long.
3. En busca del subidón perdido
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El adicto provoca una liberación de dopamina solamente pensando en consumir. Como si el cerebro le dijera: ‘Ey, vuelve a ponerme a 500 vatios de nuevo’. «El problema es que cuando se consume reiteradamente, el efecto ya no es el mismo. Necesitas más cocaína para sentir lo de las primeras veces, comprar más prendas online, jugar más a las tragaperras, beber todos los días… Más dosis para lograr el mismo efecto». Es la rueda de la adicción. ¿Y qué sucede en el cerebro? «Llega un momento en el que, aunque liberemos mucha dopamina, ya no notamos ese efecto, ese placer intenso. Sucede porque no hay suficientes receptores para hacerse cargo de esa dopamina», orienta el psiquiatra.
4. Llega el bajón, déficit de dopamina
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No es solo que ese subidón cada vez sea más esquivo. Es que a esto se añade el malestar por cómo nos condiciona la vida esa búsqueda constante del placer. «Aunque una persona con ludopatía esté endeudada, cuando está jugando la motivación es tan grande que bloquea esas sensaciones desagradables: me estoy quedando sin dinero, estoy rompiendo la familia… que sí aparecen cuando ha acabado de jugar». ¿Y cómo huir de ese malestar? Volviendo a buscar el placer. Aunque todo se desmorone alrededor (economía, familia, trabajo, relaciones sociales…), al adicto solo le importa lograr la recompensa, no puede pensar en otra cosa. «Una persona adicta a las compras, abre el enésimo paquete y entonces se da cuenta de que ya no llega a final de mes y de que tiene catorce mil prendas en el armario que no necesita. Se siente tan mal que vuelve a comprar más porque es lo único que le llena, aunque ya no sienta esa gratificación del principio», resume José Antonio Molina.
¿Cómo salir de la rueda?
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Cuenta José Antonio Molina el caso de un paciente suyo: un hombre adicto al alcohol, la cocaína y el juego que lleva un mes de abstinencia total. «Al principio, su mente solo le recordaba la sensación de ‘subidón’ que le proporcionaba consumir, así que fue duro.
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«Pero después de cuatro semanas está reactivando de forma natural su sistema de recompensa». Recurriendo al símil de los vatios, su cerebro ha aceptado que ya no se va a poner a 500 y que la vida a 220 también es placentera. «Me contaba el otro día que volviendo a casa en coche sintió una especie de felicidad interior.
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Venía de un evento familiar y había sido capaz de sentirse bien. Antes también iba a eventos familiares, pero no encontraba recompensa en ello porque solo pensaba en consumir». De hecho, si sigue ‘limpio’, cada vez se sentirá mejor. «El tiempo de abstinencia juega a favor del adicto.
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Si una persona deja de jugar a las tragaperras tres o cuatro semanas, su cabeza empieza a dejar de pensar tanto en ello», asegura el doctor Pascual. Y eso se hace poniendo límites o dificultando la conducta problemática.
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«Al principio, la persona no puede llevar dinero, ni tarjetas porque si un día le das 50 euros para que vaya al banco a pagar un recibo, en cuanto pase por delante de un bar va a sentir el impulso de entrar a jugar a las máquinas».
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La cuestión es frenar la conducta para dejar de tener esas liberaciones de dopamina. Volver a poner el cuerpo a 220 en lugar de a 500. «No es que no jugar le proporcione placer al exadicto, pero sí le aporta ese bienestar de no tener que buscar constantemente el placer. Le da calma». Y, poco a poco, la persona vuelve a hacer esas pequeñas cosas que le hacían sentirse bien antes de la adicción: leer, dar un paseo, salir a bailar, leer un libro… Las que aportaban esa gratificación saludable a 220 vatios.
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