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El secretario municipal de Deusto, Jesús de Gaztañaga, recogió en un libro los «siete meses de ruda lucha» que concluyeron el 29 de octubre de 1924, hace ahora un siglo. Y le puso al volumen el lúgubre título de ‘Pueblos que mueren’. En aquella fecha, se aprobó el real decreto que anexionaba a Bilbao las anteiglesias de Deusto y Begoña, así como un buen pedazo de Erandio, y Gaztañaga quería dejar claro para la historia que los dos municipios habían hecho todo lo posible para evitar esa disolución -que se hizo efectiva el 1 de enero de 1925- y que no existía justificación válida para el avasallador expansionismo bilbaíno: «La anteiglesia de Deusto ha tenido una vida próspera; es más, ha sido un pueblo rico. Y, sin embargo, se ha decretado su muerte», concluía con amargura.
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A las dos anteiglesias -o repúblicas, como se las solía llamar- les había tocado en suerte convivir con un gigante que seguía creciendo: en aquel momento, Begoña andaba por los 11.000 habitantes, Deusto se acercaba a los 9.000 y Bilbao…, Bilbao había superado ya los 100.000.
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«La de Deusto y Begoña era una vida independiente, autónoma, sobre todo en lo administrativo. Eran núcleos más rurales, con una vida más chiquita y cercana al ciudadano.
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En los dos había industria, pero no una megaindustria como la de Bilbao, que era una de las ciudades más importantes de España y tenía una proyección increíble: en la Primera Guerra Mundial, los empresarios bilbaínos habían vendido todo lo que habían querido a los ingleses.
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Bilbao era ya una bestia, la capital del Norte, y había que darle todo lo que deseara», contextualiza el historiador Aritz Ipiña, que ha estudiado aquel proceso en su trabajo ‘No quisieron ser Bilbao’.
Los escudos
Deusto
El escudo de los ‘tomateros’, como se llamaba a los habitantes de la anteiglesia de Deusto
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Begoña
El escudo de los ‘mahatsorris’, como se conocía a los vecinos de la república de Begoña.
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Porque no, no querían. «La casi totalidad de los vecindarios, con excepciones contadas, son contrarios a la anexión», escribió el secretario Gaztañaga, que deploraba «las turbias maquinaciones y los poderosos movimientos tentaculares puestos en juego por Bilbao para devorar a dos municipios modestos».
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En realidad, el hambre territorial de la villa venía de largo. En un escrito dirigido en 1920 al Gobierno español, el propio alcalde de entonces, el socialista Rufino Laiseca, se remontaba a la carta fundacional y hablaba de una «continua lucha» entre el «espíritu nuevo y progresivo» de Bilbao y «el mezquino y arcaico» de las anteiglesias.
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En 1890 se había producido la anexión completa de Abando y antes incluso, en 1870, la de la zona ribereña de Begoña, pero esas ampliaciones se antojaban ya «insuficientes».
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Bilbao reclamó Deusto y Begoña en 1911. Volvió a hacerlo en 1916, añadiendo al menú Barakaldo. Retomó la reivindicación original en 1917.
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El siguiente intento fue la citada carta de Laiseca de 1920. Y, finalmente, en marzo de 1924, con el liberal Federico Moyúa como alcalde y ya bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera, plantearon la incorporación de Deusto, Begoña y parte de Erandio.
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La ley los facultaba para ello, porque la población había superado los cien mil habitantes y, por ese mismo principio, ciudades como Barcelona o Valencia habían fagocitado municipios vecinos. Además, esgrimían unos cuantos argumentos: que los límites entre municipios habían llegado a confundirse, que las anteiglesias prestaban a sus habitantes servicios deficientes y se aprovechaban de los de Bilbao, que en la villa no quedaba hueco para construir…
El antes y después de Deusto
8.800 habitantes tenía la anteiglesia de Deusto en el momento de la anexión a Bilbao. Su apodo tradicional, ‘tomateros’, da una idea de la condición agrícola que tenía el pueblo.
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49.000 personas residen hoy en el distrito de Deusto.
Deustoarras y begoñeses dedicaron aquellos siete meses de pelea política y administrativa, de marzo a octubre, a refutar con empeño esas razones.
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Las fronteras, decían, no podían estar más nítidas y figuraban en todos los mapas. Las anteiglesias cobraban menos impuestos y, en algunos aspectos, superaban a Bilbao en las prestaciones: incluso enviaron notarios a barrios bilbaínos como Olabeaga o Zorroza para certificar sus carencias y su falta de saneamiento.
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Y, finalmente, hicieron la estimación de que Bilbao aún tenía capacidad para albergar a 270.000 habitantes más, por mucho que las limitaciones de espacio hubiesen llevado a ‘externalizar’ equipamientos como el cementerio.
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«Se produjo un debate en los ayuntamientos y en la población, pero no tanto en la prensa: es un debate que no se hace público, porque la dictadura prohíbe los artículos de opinión.
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En Begoña y Deusto se lleva muy mal. Incluso llegan a plantear un referéndum, porque saben que lo ganarían. En Deusto recogen firmas de ochocientos cabezas de familia contra la anexión. En Begoña, recabaron la opinión en contra de las principales instituciones», evoca el historiador.
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Pero no sirvió de nada. No hubo votación y el real decreto ‘degradó’ a Deusto y Begoña, que a partir de 1925 se convirtieron en entidades menores integradas en Bilbao. Hoy despiertan la sonrisa algunos comentarios del secretario Gaztañaga: «Deusto conservará en muchos años su fisonomía típica de pueblo labrador», vaticinaba.
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Y también planteaba la «imposibilidad absoluta» de que en Begoña (que incluía el actual Santutxu) «el núcleo urbano pueda nunca unirse con el de la anteiglesia».
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El Ayuntamiento de Bilbao no se esforzó mucho por preservar el patrimonio de los antiguos municipios. El Ayuntamiento de Deusto resultó dañado durante un bombardeo en la Guerra Civil y se derribó poco después. El de la República de Begoña, ubicado detrás de la basílica, aguantó hasta que, en 1957, se excavaron los túneles de Avenida Zumalacárregui.
El antes y el después de Begoña
11.400 vecinos era el censo de Begoña. Se les conocía como ‘mahatsorris’. Además, Bilbao incorporó la zona de Lutxana, en Erandio, con otros 7.000 habitantes.
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67.000 vecinos suman hoy los distritos de Begoña y Otxarkoaga-Txurdinaga.
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¿Qué queda de aquello? Pocos años después de la anexión vino la guerra, que todo lo desbarata, y décadas después el éxodo rural aportó gran cantidad de población que no sabía nada de la identidad primigenia de Deusto y Begoña.
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Pero, aun así, en las conversaciones cotidianas de los dos barrios se sigue «yendo a Bilbao» o «bajando a Bilbao», como si se tratase de una entidad distinta. «Yo soy de Deusto y eso lo he vivido toda la vida, siempre hemos mantenido esa identidad propia», apunta Aritz Ipiña, cuyo abuelo era nacido en Deusto y no en Bilbao.
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En Begoña, sin la frontera física de la ría, quizá esa personalidad se haya ido diluyendo en mayor medida, pero un grupo de vecinos y grupos culturales lleva unas cuantas décadas indagando en aquellos orígenes.
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«En 1924 Begoña era un barrio de baserritarras, con pequeños talleres en la parte de Bolueta, muy conocido en Bilbao por los txakolís y con un peso muy importante del euskera.
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Puede que la llama se haya mantenido más encendida en Deusto, pero también aquí hay zonas como Arbolantxa que mantienen un sentido increíble de pertenencia a Begoña», explica uno de los participantes en la iniciativa, Jon Martínez.
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El fin de semana pasado, una kalejira enlazó los dos barrios, las dos antiguas anteiglesias, para hacer «un ejercicio de memoria» y que los viejos pueblos no sufran la muerte definitiva del olvido.
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