Alejandro G.J. Peña | Filósofo
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Cuando Alejandro G. J. Peña (Málaga, 1993) tenía diez años y asistía a clases en un centro para alumnos de altas capacidades, una profesora pidió a todos los integrantes de su grupo que dibujaran lo que más miedo les daba.
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Quienes se sentaban a su alrededor plasmaron arañas, pistolas, hombres lobo… Él fue el último que terminó su tarea y entregó un folio que había ido pintando por completo de negro.
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Entonces, la maestra le preguntó si su miedo mayor era a la oscuridad. Su respuesta fue: «No, a la nada». Graduado en Filosofía y con varios másteres y un Doctorado, profesor en la Universidad Internacional de La Rioja, Peña confiesa que comenzó a pensar en la muerte y a leer cuanto caía en sus manos sobre el asunto cuando estaba en primero de Bachillerato.
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«Hoy no les explicamos a los niños qué es la muerte. Quizá por eso tengo una curiosidad desmesurada por ello, por la razón por la que tenemos que morir. Es algo que no concibo ni tolero».
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Ahora prepara un segundo Doctorado en Comunicación sobre fútbol, un tema sobre el que bromea tras una conversación tan seria y crepuscular como cualquiera que aborde el inevitable hecho de la llegada de la Parca: «Si eres del Málaga hay menos distancia de la que parece entre la muerte y el fútbol», dice con una sonrisa.
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En plena elaboración de esa nueva tesis, ha publicado ‘El arte de vivir la muerte’ (Ed. Berenice/Almuzara), un libro en el que repasa lo que los grandes pensadores de todas las épocas han reflexionado sobre el asunto, así como el reflejo que ha tenido en la literatura y otras disciplinas artísticas.
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– Somos el único ser de la naturaleza consciente de su muerte. ¿Eso nos lleva a vivir de otra manera?
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– Claro. Tener la muerte presente nos ayuda a valorar más la vida. También los animales presienten el peligro y tienen alguna conciencia tanática, pero viven como si fueran inmortales.
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La muerte puede ser la razón por la que la vida cobra sentido. Es lo que hace que merezca la pena vivir. Y elegir, que al fin y al cabo en eso consiste la vida, es una pequeña forma de morir porque con cada elección se cierran ciertas puertas y hay caminos que ya no recorrerás.
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– Con frecuencia los jóvenes se creen inmortales. Piensan que la muerte es algo que sucede a otros pero nunca les va a ocurrir a ellos. Quizá hasta que fallece alguien muy próximo.
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– Esa es la razón por la que hacemos locuras en la juventud que ponen en riesgo nuestra vida y a veces incluso la de otros. Por eso, saber de nuestra muerte, reflexionar sobre ella, nos ayuda a no hacerlas y a tener más respeto por la vida de los demás.
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Yo tengo 30 años y soy joven aún pero ya no haría cosas que hacía antes. Sin embargo, hay gente mayor que yo que necesita experiencias cercanas a la muerte.
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«A quien dice que querría ser inmortal, le pregunto: ‘¿Y qué harías dentro de 100 años o de 500?’»
Problemática inmortalidad
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– Eludimos hablar de la muerte, se la ocultamos a los niños, que antes, en un ámbito rural, la vivían con naturalidad. ¿Por qué?
– Nadie quiere dejar el mundo si tiene una calidad de vida aceptable. Vivimos en un entorno demasiado aséptico en el que no necesitamos hablar de la muerte. Es una consecuencia del progreso, porque ahora no nos enfrentamos a peligros a diario. Nuestra vida se ha vuelto cómoda, demasiado cómoda.
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Por eso hablar de la muerte es de mal gusto. No sé la razón por la que queremos enterrar la muerte, pero es un flaco favor. Parece contraproducente hablar de la muerte y al tiempo queremos saber sobre ella.
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– Habla en su libro del tedio mortal de una vida sin fin. Ya lo reflejó Saramago en su novela ‘Las intermitencias de la muerte’, en la que esta queda en suspenso para los habitantes de un pueblo. Y todo son problemas.
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– La inmortalidad es un concepto que está muy poco pensado. No hemos reflexionado sobre las implicaciones de una vida sin fin. Yo no querría la inmortalidad pero tampoco quiero morir.
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A quien dice que querría ser inmortal siempre le pregunto: «¿Y qué harías dentro de cien años, o de 500, o de 1.500?» No han reparado en eso.
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– La clave es el dolor. ¿Eso es lo que cambia la perspectiva sobre la muerte?
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– El dolor es una ignominia imposible de evitar. Reclama nuestra atención al momento, algo que ni siquiera hace la muerte, que nos duele a lo largo del tiempo. Y el dolor más incurable, para el que no existe remedio, es el que podríamos llamar dolor del alma. Tenemos una vida que queremos vivir, de la que obtenemos felicidad, gusto, placer… Cuando alguien no quiere vivir es porque cree que su vida carece de sentido. En ese caso, ¿merece la pena seguir? Ahí el dolor te lleva a pensar que no. Cuando el dolor se encona, se da una putrefacción del alma y la muerte se mira con otros ojos.
«El amor es una estrategia para aligerar el peso de la muerte»
– Un ser humano no es solo biología. ¿Nos consuela saber que algo nuestro quedará tras la partida? Una herencia genética, un libro que hemos escrito, una casa que levantamos con nuestras manos, un árbol que plantamos…
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– Más allá de la biología, hay senderos que el humano toma para ser inmortal. ¿Es un consuelo? Para mí, sí. El amor, por ejemplo, es una estrategia para aligerar el peso de la muerte. Escribir un libro es proyectar tu ser y es algo que puede ayudar a otras personas. Me consuela pensar que voy a dejar hijos, un legado escrito, discípulos. El recuerdo es muy importante porque tu ser sigue viviendo entre otras personas. Unamuno, Machado o un tío mío recientemente fallecido siguen viviendo de alguna manera. Eso es importante.
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– La literatura y las artes han mostrado batallas contra la muerte. Pero son batallas para prolongar la vida unos días, un tiempo. Ni siquiera el arte puede convencernos de que esa batalla se puede ganar.
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– A la muerte nadie le gana la batalla. Aunque ahora hay transhumanistas que tienen ese deseo y hablan cada vez más de ello. Hemos jugado a ser dioses y seguimos haciéndolo. Unas preguntas: si viviéramos 500 años, ¿seguiríamos envejeciendo?, ¿mantendríamos nuestras capacidades actuales o se irían deteriorando?, ¿cómo nos adaptaríamos a los cambios de un mundo acelerado? Tampoco tengo interés en saber si algún día ganaremos la batalla a la muerte. Me interesa vivir bien mi vida. Eso es lo importante.
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– Las novelas y el cine nos han mostrado escenas que desafían todas las leyes conocidas, desde coches que se convierten en monstruos a humanos que vuelan. Pero hay pocos relatos en los que los personajes resuciten. O si lo hacen es como muertos vivientes, para dar miedo. ¿Por qué?
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– ¿Por qué? No sé si tengo respuesta para esa pregunta. ¿Por qué inmortalidad sí y resurrección no? ¿En un plano real parece más factible la primera? Quizá esa sea la gran pregunta en ese ámbito concreto.
«Elegir es una forma de morir, porque en cada elección se cierran algunas puertas»
Lugar de memoria
– La muerte abre camino al recuerdo. Las tumbas son lugar de memoria. Los enterramientos existen desde una época en la que las preocupaciones de los seres humanos eran muy básicas. ¿Qué nos dice eso?
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– Que la muerte es algo muy misterioso. Creo que eso explica por qué se han hallado restos de enterramientos voluntarios ya desde el Paelolítico medio. Se hacen tumbas para salvaguardar la memoria. La vida es como una habitación sin luz en la que estamos desorientados, acompañados por personas a las que amamos y en quienes nos apoyamos. Al estar a oscuras podemos hacernos daño, tememos lo que hay al otro lado. Si perdemos a una de esas personas, al menos queremos saber dónde están sus restos.
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– ¿Eso explica la tortura que significa para sus familiares cuando alguien muere pero no se halla su cuerpo y por tanto no pueden enterrarlo o incinerarlo? Es el caso de quienes desaparecen en un accidente en el mar o esos aún más terribles en los que quien ha dado muerte a una persona se niega a decir dónde está el cadáver.
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– Así es. Nos da tranquilidad saber que sus huesos o sus cenizas están cerca. Cuando perdemos a un familiar nos reconforta que sea así. Tiene que ser terrible no poder dar tierra a sus restos o arrojar las cenizas a un lugar simbólico. Pensemos en el caso de Marta del Castillo. A estas alturas, lo único que quieren sus padres es hallar el cuerpo.
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– Cita en su libro a Séneca cuando decía que el único motivo para no odiar la vida es que no nos retiene a la fuerza. Pero en la mayor parte de las sociedades el suicidio es un tema tabú y está socialmente mal visto.
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– Sigue siendo un acto inaceptable aunque de alguna manera esté justificado. Antes el suicidio estaba considerado una patología o un pecado mortal. Ahora se ha normalizado algo en el sentido de que se comprenden mejor las razones para ello. El problema es que nos cuesta entender cómo alguien ha llegado a ese extremo y por eso la sociedad no lo admite. Es también la razón de que cada vez haya más programas públicos o privados con recursos para evitar suicidios. Deberíamos admitir que, llegados a un punto, cada persona es dueña de su vida, con independencia de lo que deje tras de sí. En cambio, sigue habiendo un cierto tufo a psicopatología, como si quienes lo hacen no estuvieran bien de la cabeza. Con frecuencia, quienes se suicidan a edades muy tempranas no han madurado los amplios conceptos de la vida y la muerte.
«No sé si se trata tanto de despersonalizar la muerte como de despersonalizar el dolor»
– Otra cuestión sobre el final de la vida: cada vez es más común morir en un hospital, rodeados de personal sanitario, con los familiares esperando en el pasillo. ¿Despersonalizamos la muerte?
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– Estamos buscando evitar el dolor. La asepsia que se ha instalado en torno a la muerte es casi enfermiza. Pero la razón es esa: evitar el dolor al agonizante, a sus familiares. No sé si trata tanto de despersonalizar la muerte como de despersonalizar el dolor. Y si no toleramos el dolor, ¿cómo vamos a tolerar la muerte? Ha habido un salto en la forma de tratar la muerte, siempre en el sentido de esquivar el sufrimiento mayor a quienes siguen vivos. Si nos preguntaran si preferiríamos morir en nuestra casa o en un hospital, ¿qué diríamos?
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– Dé la pregunta por hecha. ¿Qué preferiría usted?
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– Estoy convencido de que preferiría morir en mi casa, porque eso es algo que transmite paz. Esa es la muerte que se ha perdido. Ahora, cuando una persona que está muy mal entra en un hospital sabe, como también intuyen los suyos, que saldrá de él en un ataúd. Es algo así como un analgésico para el alma.
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