La inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar.

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Esta fue la reflexión que debió tener la primera generación de Delicatessen López Oleaga cuando comenzó siendo una tienda de ultramarinos en 1904. En los primeros años de este negocio de Bilbao de toda la vida, se podía encontrar mucha variedad en sus productos, desde alimentos hasta zapatillas del hogar.

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¿Anécdotas sobre los 120 años de historia? Hay muchas. Entre ellas, la generación actual recuerda que a su padre le llamaban y bajaba de su casa a atender a los clientes aún estando la tienda cerrada. En sus inicios, el hecho de tostar el café era una tradición arraigada en la tienda ya que era un producto muy solicitado.

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Después de la Guerra Civil, en plenos años de posguerra, tuvieron que reinventarse y sustituir el café, que dejó de llegar a la tienda, haciendo de la necesidad virtud.

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En época de hambruna, con la segunda y tercera generación activa, pasaron a tostar cacahuetes. Para no machacar el producto, le quitaron unas cuantas hélices al tostador y comenzaron a comercializar unos cacahuetes que no se imaginaban el éxito que les iba a reportar.

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Tuvieron tal repercusión entre la ciudadanía bilbaina que se acercaban al establecimiento, situado en la calle Astarloa, con pan negro para comerse los cacahuetes, incluso con la cáscara. Este peregrinaje ha hecho que la cuarta generación continúe, a día de hoy, comercializando el mismo producto.

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En la actualidad se cargan entre cinco y seis kilos de cacahuetes que se van haciendo, unos por la mañana y otros por la tarde, para que estén calientes. Entre risas, la generación actual cuenta que cuando viene viento sur, el olor llega hasta la Gran Vía y la gente dice que el aroma les ha traído como zombies.

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Imagen de la fachada en los años 50, entre 1955 y 1956.

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Imagen de la fachada en los años 50, entre 1955 y 1956. Cedida

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El comercio centenario mantuvo el alma de ultramarinos hasta que, en los años 80, comenzaron a llegar las grandes superficies a la capital vizcaina.

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A lo largo de los 120 años en los que el negocio ha estado activo, han sido cuatro las generaciones que se han hecho cargo del comercio familiar. Todas ellas comenzaron siendo muy jóvenes. El abuelo de los actuales propietarios lo hizo con 14 años, acompañando a su tío. A la misma edad también lo hizo su padre.

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La incorporación de la actual generación no llegó hasta los 16, por parte de Marisol, y a los 18 años se unió Pedro. La generación actual relata que fue a la tercera a la que le tocó apretarse el cinturón. En la actualidad, y en la misma ubicación, Marisol y Pedro están especializados en vinos y licores. En sus baldas, cuentan con más de 400 tipos de vino diferentes, más de 100 ginebras, casi 200 whiskies, más de 100 rones y ochenta o noventa tipos de champán.

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A esta oferta, se suman productos de aquí como anchoas, bonito, quesos, foies y algo de embutido.

Para mantenerse entre uno de los lugares referentes de la villa, Pedro y Marisol comparten su fórmula más efectiva, el trato con el cliente, a la que se suma un producto de primera calidad que conocen al detalle.

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Afirman que están pendientes 24 horas al día los siete días de la semana, incluso con la tienda cerrada. De hecho, como anécdota, indican que algunos clientes les llaman para que les aconsejen un tipo de vino según la comida que van a comer.

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No obstante, a diferencia de prácticamente todos los negocios, Delicatessen López Oleaga no comercializa sus productos por internet. En esta dirección exponen que esperan aguantar de esta manera porque no quieren perder el trato personal con el cliente, tan característico del comercio, que les ha aupado hasta el estatus en el que se encuentran.

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La quinta generación de Delicatessen López Oleaga está en el aire. Confiesan que hay una sobrina que, por el momento, se está formando académicamente.

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