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Dios, la ciencia, las pruebas. El albor de una revolución

 
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1. El albor de una revolución

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Nunca hubo tantos descubrimientos científicos, tan espectaculares y que hayan aparecido en tan poco tiempo. Estos contribuyeron a transformar del todo nuestra visión del cosmos y han vuelto a poner sobre la mesa, con vigor, la cuestión de la existencia de un Dios creador.

La física del siglo XX, como un río en plena crecida, ha desbordado su cauce para chocar con la metafísica. De esta colisión surgieron elementos que muestran la necesidad de una inteligencia creadora. Estas nuevas teorías enardecen desde hace casi un siglo las disputas de los científicos. Es ante todo esa historia la que queremos contar en este libro.

Vivimos hoy en día un momento sorprendente en la historia de los conocimientos. Los avances en matemáticas y física han sido tales que cuestiones que se creían, para siempre, fuera del alcance del saber humano, como el tiempo, la eternidad, el inicio y el fin del Universo, el carácter improbable de los ajustes del Universo y la aparición de la vida, se han vuelto temas de ciencia.

Estos avances científicos surgieron a principios del siglo XX y han supuesto un vuelco completo respecto a la tendencia de los siglos anteriores de considerar el campo científico incompatible con todo tipo de debate acerca de la existencia de Dios.

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El choque de descubrimientos revolucionarios

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La muerte térmica del Universo es el primero de ellos. Resultado de la teoría termodinámica surgida en 1824 y confirmada en 1998 por el descubrimiento de la expansión acelerada del Universo, esta muerte térmica implica que el Universo tuvo un principio, y todo principio supone un creador.

La teoría de la relatividad, posteriormente, elaborada entre 1905 y 1917 por Einstein y validada por numerosas confirmaciones. Esta teoría afirma que el tiempo, el espacio y la materia están vinculados y que ninguno de los tres puede existir sin los otros dos. Lo que implica necesariamente que, si existe una causa para el origen de nuestro Universo, esta causa no puede ser ni temporal, ni espacial, ni material.

El Big Bang, en tercer lugar, teorizado en los años 1920 por Friedmann y Lemaître antes de ser confirmado en 1964. Esta teoría describe el principio del Universo de manera tan precisa y espectacular que provocó una auténtica deflagración en el mundo de las ideas, hasta tal punto que, en algunos países, los científicos defendieron o estudiaron el Big Bang poniendo en riesgo sus vidas. Dedicaremos un capítulo entero a las persecuciones y ejecuciones, a menudo ignoradas, o bien ocultadas, y que son la prueba trágica de la importancia metafísica de estos descubrimientos.

El ajuste fino del Universo, en cuarto lugar, ampliamente admitido desde los años 1970. Este principio les plantea un problema tan importante a los cosmólogos materialistas que, para evitarlo, se esfuerzan por elaborar modelos puramente especulativos y completamente imposibles de verificar de universos múltiples, sucesivos o paralelos.

La biología, finalmente, que ha evidenciado, al final del siglo XX, la necesidad de un ajuste fino suplementario del Universo: el que permitió que se pasara de lo inerte al mundo vivo. Efectivamente, lo que antes se consideraba como apenas un salto para pasar de un lado a otro de la brecha que separa lo inerte, en su mayor complejidad, de la forma más simple de vida, permitió en realidad franquear un abismo inmenso, muy probablemente sin seguir solo las leyes del azar. Si bien no sabemos actualmente ni cómo se produjo ni, menos aún, cómo replicar tal acontecimiento, sabemos lo suficiente como para evaluar su infinita improbabilidad.

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Durante varios siglos, sin embargo, los sucesivos descubrimientos científicos parecían ir en contra de la fe

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Desde el fin del siglo XVI, los descubrimientos científicos siempre parecían converger para atacar los fundamentos de la creencia en Dios y socavar los pilares de la fe. He aquí una breve recapitulación histórica:

La demostración de que la Tierra gira alrededor del Sol, y no lo contrario (Copérnico, 1543 – Galileo, 1610).

La descripción matemática de un Universo mecanicista simple y comprensible (Newton, 1687).

La edad muy antigua de la Tierra, que no es solo de unos miles de años (Buffon, 1787 – Lyell, 1830 – Kelvin, 1862).

Los postulados deterministas de un Universo en el que no se necesitaban ángeles para empujar los planetas (Laplace, 1805).

La aparición de la vida gracias a un proceso evolutivo natural que tampoco se cuenta en miles de años, sino más bien en millones o miles de millones de años (Lamarck, 1809).

La idea de que esta evolución se fundaba no en una intervención divina, sino en la selección natural (Darwin, 1859).

La teoría del marxismo científico materialista que, como un nuevo albor sumamente seductor, dejaba entrever un mundo de igualdad y de justicia (a partir de 1870).

Las ideas de Freud (hacia 1890) que teorizaban un hombre que ni siquiera domina sus pensamientos, y al que esa nueva ciencia proponía una vida “liberada de sus prejuicios”.

Con cierta fatuidad, el psicoanalista de Viena habló de las “tres humillaciones” que el hombre moderno sufría con Copérnico, Darwin y él mismo. Efectivamente, las heridas de amor propio se acumulaban: el hombre moderno perdía su lugar en el centro geográfico del Universo, perdía su soberbia al enterarse de que “desciende del mono” y, finalmente, con la teoría del inconsciente, acababa perdiendo la autonomía y la responsabilidad de sus pensamientos más profundos.

Así es como, durante tres siglos, de Galileo a Freud, pasando por Darwin y Marx, un gran número de conocimientos que constituían el fundamento aparentemente inquebrantable del pensamiento occidental desestabilizaron sus bases, sembrando desconcierto en numerosos creyentes. En el fondo, no había motivo para sentirse tan profundamente turbado por esos nuevos descubrimientos, pues los que eran auténticos no entraban en contradicción con la fe. Pero faltaba distancia y conocimientos necesarios para tomar conciencia de ello. Estos avances científicos fueron recibidos con incredulidad, hasta con hostilidad, ya que abandonar antiguas certezas y modificar el paisaje mental suele requerir un inmenso esfuerzo.

Exactamente lo contrario hicieron los materialistas, que se apropiaron con entusiasmo de estos descubrimientos y se apoyaron en ellos para justificar sus tesis. Su empresa fue ampliamente facilitada por el hecho de que, de manera simultánea, el progreso técnico permitía erradicar en Occidente las hambrunas y las epidemias, curar la mayoría de las enfermedades, prolongar la duración de la vida, suprimir la mortalidad infantil y facilitar a las personas bienes materiales en una proporción sin precedentes. La ciencia hacía retroceder a la religión, mientras que la opulencia material quitaba todo sentido a la necesidad de volverse hacia un dios para resolver los problemas humanos.

Alentado por este contexto tan favorable, el materialismo parecía reinar de manera absoluta en el mundo intelectual de la primera mitad del siglo XX.

En esas circunstancias, muchos creyentes de Occidente abandonaron su fe con mucha facilidad, ya que para gran parte de ellos era solo el reflejo de una actividad superficial y mundana. Y entre quienes mantuvieron su fe, muchos experimentaron un complejo de inferioridad con respecto al racionalismo. Se quedaron al margen de los debates científicos y filosóficos, ateniéndose a su mundo interior, del que no habrían de salir a riesgo de padecer burlas, desprecio u hostilidad por parte de la clase materialista, convertida en intelectualmente dominante.

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La segunda mitad del siglo XX ve el crepúsculo de esta tendencia materialista que parecía irresistible

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Hasta mediados del siglo XX, la razón humana estaba por tanto encerrada en tres marcos de análisis, que la aislaban de toda aspiración espiritual: el marxismo, el freudismo y el cientificismo. Pero terminaron por aparecer grietas, primeros signos de un desmoronamiento que iba a ser total.

En la primera mitad del siglo XX, la creencia en un Universo simple, mecanicista y determinista fue aniquilada por la confirmación de la exactitud de los principios de la mecánica cuántica y de sus postulados de indeterminación.

En 1990, el fracaso y el hundimiento del bloque marxista soviético, así como el abandono en paralelo de esa doctrina económica por el bloque comunista asiático, resultaron ser la prueba de la falsedad de las tesis materialistas marxistas. Al mismo tiempo, este desmoronamiento reveló los horrores económicos, políticos y humanos que engendraron estos sistemas, así como la existencia de los gulags, en los que los muertos se contaban por millones.

Esta desilusión ha sido casi concomitante con el cuestionamiento de las teorías freudianas. Publicado en 2005, El libro negro del psicoanálisis[1] hace un balance crítico de la vida y del ocaso de ese ídolo intelectual de mediados del siglo XX. Sin embargo, aunque haya caído de su pedestal,[2] el ídolo dejaba detrás de él lo que había engendrado, esencialmente una concepción de la educación muy permisiva y la libertad sexual. Todo esto iba a modelar de manera duradera el Occidente moderno.

Aunque ciertamente la destrucción simultánea de estos tres pilares intelectuales del materialismo no generó un retorno de la fe, sí desvitalizó considerablemente ese sistema de pensamiento, que recibió un nuevo golpe con los descubrimientos cosmológicos citados anteriormente. Estos aportaban argumentos científicos sumamente potentes en favor de la existencia de un Dios creador. Por ese motivo fueron muy mal recibidos por los científicos ateos, que se opusieron a ellos desde los años 1930 y con posterioridad, mientras fue razonablemente posible hacerlo.

Dedicaremos un largo capítulo a esa resistencia de los materialistas, que tomó diferentes formas, desde el apoyo sistemático a las teorías especulativas alternativas –como el Big Crunch o los universos múltiples– para contrarrestar el Big Bang, hasta la deportación e incluso la ejecución de numerosos científicos en la URSS y en Alemania. Lo que dice mucho acerca de la capacidad de los hombres para aceptar tesis científicas que van en contra de sus creencias…

Esta evocación de la historia de las ideas era necesaria para situar nuestra reflexión en su contexto histórico e ideológico. Si fue difícil para los creyentes aceptar las teorías de Galileo y Darwin, aunque en el fondo sus descubrimientos no eran incompatibles con la fe, será más difícil aún para los materialistas aceptar y asimilar la muerte térmica del Universo y sus ajustes finos, ya que esos descubrimientos les plantean problemas insuperables. No se trata efectivamente de una simple actualización de su pensamiento, sino de un cuestionamiento radical de su universo interior.

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La aceptación de la verdad suele verse impedida por nuestras pasiones

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Nuestra capacidad para aceptar una tesis, incluso científica, no depende solamente de las pruebas racionales que la acreditan, sino también de la implicación afectiva vinculada a las conclusiones de dicha tesis.

Es así como, a modo de ejemplo, podemos ver que hoy hay temas científicos emotivamente neutrales, como, por ejemplo, la causa de la extinción de los dinosaurios, el origen de la Luna, la manera en que el agua apareció en la Tierra o la desaparición brutal del hombre de Neandertal, asuntos acerca de los cuales los científicos debaten a veces con vivacidad, pudiendo cada uno sostener tesis diferentes e incluso opuestas, pero cuyas implicaciones intelectuales, sean cuales sean, serán finalmente aceptadas por todos, ya que se trata de temas que carecen de contenido emocional.

Sin embargo, a partir del momento en que se entra en temas sensibles que, incluso cuando son temas científicos, están en parte politizados, como el calentamiento climático, la ecología, el interés de la energía nuclear, el marxismo económico, etcétera, la inteligencia no se ve tan libre de razonar con normalidad, ya que las opciones políticas, las pasiones y los intereses personales interfieren con el uso de la razón.

El fenómeno es particularmente acusado cuando se aborda el tema de la existencia de un Dios creador. Frente a esta cuestión las pasiones se ven aún más exacerbadas porque lo que está en juego, en ese caso, no es un simple conocimiento, sino nuestra propia vida. Tener que reconocer, al concluir un estudio, que uno podría ser tan solo una criatura procedente y dependiente de un creador es algo que muchas personas consideran como un cuestionamiento fundamental de su propia autonomía.

Ahora bien, para muchas personas, el deseo de ser libres y autónomas, de poder decidir solas sus acciones, de no tener “ni Dios ni amo” prima por encima de todo. Su yo profundo se siente agredido por la tesis deísta y se defiende movilizando todos sus recursos intelectuales, ya no para buscar la verdad, sino para defender su independencia y su libertad, consideradas prioritarias.

Por lo tanto, no es sorprendente que este tema suscite reacciones que suelen ir desde una incómoda indiferencia hasta la burla, el desprecio e incluso la violencia, en lugar de generar una argumentación seria.

Es revelador, por ejemplo, que se prefiera dedicar mucho tiempo y dinero a la búsqueda de eventuales extraterrestres, como en el marco del programa SETI (Search for Extra-Terrestrial Intelligence: búsqueda de inteligencia extraterrestre), en lugar de dedicar un poco de atención a la hipótesis de un Dios creador. Si existe, ¿qué es Dios, en efecto, sino un superextraterrestre? Contrariamente a extraterrestres potenciales, su existencia es más probable y mejor admitida, y las huellas de su acción en el Universo son más tangibles. Tal desequilibrio revela al fin y al cabo una forma de miedo. Para un espíritu materialista, captar lejanas señales de vida extraterrestre es, en verdad, emocionante, pero no implica un cuestionamiento existencial; al contrario, tomar conciencia de que Dios existe es algo que se hace corriendo el riesgo de una enorme conmoción interior.

La ideología y las sugerencias pueden por lo tanto ser un obstáculo a la aceptación de la verdad y al examen sereno de las pruebas capaces de revolucionar nuestra concepción del mundo.

En el umbral de este libro, nos parece importante precisar que no tenemos ni el deseo ni la ambición de militar en favor de una religión, tampoco pretendemos adentrarnos en disquisiciones acerca de la naturaleza de Dios o de sus atributos. La intención de este libro es tan solo reunir en un mismo volumen un balance, puesto al día, de los conocimientos racionales relativos a la posible existencia de un Dios creador.

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Determinar en primer lugar lo que es una prueba en ciencia

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Para establecer claramente el valor de las pruebas que vamos a presentar, en primer lugar estudiaremos qué es una prueba, en general, y en el ámbito científico, en particular.

Determinaremos luego las implicaciones de dos tesis o creencias opuestas: la creencia en la existencia de un Dios creador, por un lado, y la creencia en un Universo puramente material, por el otro, ya que el materialismo es una creencia como cualquier otra. Veremos que las implicaciones que generan estas dos tesis son numerosas y pueden ser validadas o invalidadas, según el caso, si se confrontan con la observación del mundo real.

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Primera parte: panorama de las pruebas científicas más recientes

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Se trata de los descubrimientos revolucionarios evocados en nuestra introducción, a saber, la muerte térmica del Universo, el Big Bang, el ajuste fino del Universo, el principio antrópico que deriva de él y, por fin, la cuestión del paso de lo inerte al mundo vivo. Cada uno de estos descubrimientos dará lugar a un examen detallado.

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Segunda parte: pruebas del ámbito de la razón ajenas al campo científico

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En una segunda parte, estudiaremos las pruebas que provienen de otros campos del conocimiento, no científicos, pero que, aun así, tienen que ver con la razón. En ciencia como en historia o en filosofía, siempre resulta fecundo interesarse por las anomalías o las contradicciones; o sea, por los hechos que carecen de explicación racional razonable si no se admite otra realidad que la del Universo material. Forman parte de este campo preguntas como: ¿De dónde vienen las verdades inexplicables de la Biblia? ¿Quién pudo ser Jesús? ¿El destino del pueblo judío puede explicarse así sin más? ¿Qué pasó exactamente en Fátima en 1917? ¿El bien y el mal pueden ser decididos sin límites por el hombre? Etcétera.

También diremos algo acerca del lugar y del valor actual de las pruebas filosóficas y del interés renovado que matemáticos como Gödel aportaron en este ámbito.

El conjunto proporcionará al lector un amplio panorama de argumentos convincentes.

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Tercera parte: para acabar con las objeciones habituales

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Concluiremos por fin aportando respuestas a los argumentos que sirvieron en el pasado, y siguen siendo utilizados hoy, para considerar como imposible –o al menos indecidible– la existencia de un Dios creador. Argumentos como: no existe ninguna prueba de la existencia de Dios, pues, de lo contrario, se sabría; Dios no es necesario para explicar el Universo; la Biblia solo es un conjunto de leyendas primitivas llenas de errores; las religiones solo engendraron guerras; si Dios existe, ¿cómo explicar la existencia del mal en la Tierra? Etcétera.

Si bien estas preguntas están trilladas, las examinaremos seriamente aportando explicaciones tan claras como sea posible.

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Un signo de los tiempos

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El lector notará que la gran mayoría de los conocimientos que fundamentan las pruebas que vamos a presentar a continuación son posteriores al comienzo del siglo XX. No se trata de una elección nuestra, sino de la confirmación de que los tiempos cambian y de que estamos propiamente en el albor de una revolución intelectual.

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Un proyecto fundado ante todo en la razón

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La composición de este libro tal vez parezca inhabitual, y algunos podrán sorprenderse de encontrarse a la vez ante conocimientos científicos modernos, reflexiones acerca de la Biblia o incluso el relato de un milagro en Portugal.

Pero todo esto tiene su lugar en nuestro libro, ya que la teoría que pretende que “No existe nada fuera del Universo material” implica necesariamente que tampoco existan los milagros, y que todas las historias, incluso las más sorprendentes, tengan siempre que poder ser explicadas sin recurrir a hipótesis sobrenaturales. De hecho, verificar la existencia de milagros y la insuficiencia probada de toda explicación natural es la prueba perfecta de la falsedad de dicho supuesto y, por tanto, de la veracidad de lo contrario.

En definitiva, Dios existe o no existe: la respuesta a la pregunta acerca de Dios existe independientemente de nosotros; y es binaria. Es sí o es no. Esto ha sido un obstáculo por la falta de conocimientos hasta ahora. Pero la exposición de un conjunto de pruebas convergentes, a la vez numerosas, racionales y procedentes de diferentes campos del saber, independientes unas de otras, aporta una luz nueva y tal vez decisiva sobre esta cuestión.

2. ¿Qué es una prueba?

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Presentar un panorama de las pruebas de la existencia de Dios privilegiando aquellas que provienen de los descubrimientos recientes de la Ciencia:[3] tal es el objeto de este libro.

Si todos tenemos una visión bastante clara de la definición de las palabras Dios y ciencia, de lo que significan y cubren,[4] tal vez no ocurra lo mismo con la palabra prueba, que se emplea en dos sentidos bastante diferentes, lo que podría crear un malentendido acerca de la naturaleza y del alcance de las pruebas que vamos a presentar más adelante. Por lo tanto, es necesario aportar precisiones.

El presente capítulo, al ser independiente de los siguientes, puede ser dejado de lado por los lectores que lo consideren demasiado arduo.

I.  Qué es una prueba en general

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Según el diccionario de la Real Academia Española, una prueba es “la razón, argumento, instrumento u otro medio con que se pretende mostrar y hacer patente la verdad o falsedad de algo”; según Wikipedia, “una prueba científica es lo que sirve para sostener o refutar una teoría o una hipótesis”. En todos los casos, los diccionarios están de acuerdo en decir que una prueba es “lo que sirve para establecer que una cosa o una teoría es verdadera”. Esta definición resulta perfecta para nuestro estudio, cuyo objetivo es establecer cuál de estas dos tesis es verdadera, a saber: “el Universo fue realizado por un Dios creador”, o lo que resulta ser casi lo contrario, “el Universo es exclusivamente material”,[5] en el sentido de excluir toda existencia fuera del Universo físico.

En general, la palabra prueba se emplea acerca de argumentos que no son demostraciones absolutas, si bien dejan un cierto lugar a la duda. Por ello, están abiertas a la contestación, pueden variar con el tiempo y no implican necesariamente una adhesión unánime. Por otro lado, también estamos familiarizados, desde que descubrimos las matemáticas, con el otro sentido de la palabra, que es el de prueba absoluta. Ambos sentidos no se oponen: se diferencian por su campo de aplicación y por la fortaleza de sus resultados. Las pruebas absolutas constituyen por lo tanto un subconjunto de la palabra prueba, un caso particular que solo se aplica a algunos ámbitos.

Vamos a empezar por el concepto de prueba absoluta, porque es el más simple.

II. Las pruebas absolutas, pruebas del ámbito formal

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El ámbito formal, o ámbito teórico, es el de la abstracción lógica y de los universos limitados. Incluye las matemáticas, los juegos, la lógica pura, la metafísica y algunos razonamientos filosóficos, así como todos los campos caracterizados por el hecho de que las reglas y la lista de hechos iniciales se encuentran fijados de antemano y en número limitado.

En este ámbito, se parte de axiomas, de principios y de hipótesis en número finito, lo que excluye todo tipo de imponderables: nada puede interferir en el razonamiento.

Por eso, en el ámbito formal, un razonamiento justo aplicado a datos correctos conduce siempre a una conclusión justa, indiscutible y definitiva.

Así pues, se puede demostrar que, en la geometría euclídea, un triángulo cuyos lados son iguales tiene tres ángulos idénticos, que el cuadrado de la hipotenusa de un triángulo rectángulo es igual a la suma del cuadrado de sus dos otros lados, o que, en una situación dada, en el juego del ajedrez, un jaque y mate en tres jugadas es absolutamente imparable.

Las pruebas en el campo formal son pruebas absolutas, y, por lo tanto, se hablará más bien de demostración. Cuando son conocidas y se han verificado, concitan la convicción de todos, porque son universales y definitivas en el tiempo y en el espacio. Son absolutas, aun cuando el número de razonamientos sucesivos utilizados para alcanzarlas sea muy elevado.

Las ciento veinticinco páginas de razonamientos que fueron necesarias al matemático inglés Andrew Wiles para demostrar el célebre teorema de Fermat son la perfecta ilustración de ello. Para demostrar dicho teorema (según el cual xn + yn= zn es imposible si n es superior o igual a 3), Andrew Wiles trabajó durante años, encadenando razonamientos que recurrían a diferentes ramas de las matemáticas, antes de publicar su demostración en 1995. Una vez verificado cada razonamiento por matemáticos competentes, en cada uno de los campos utilizados, la exactitud de la demostración de este teorema fue aceptada sin discusión ni excepción alguna por toda la comunidad científica. Sin embargo, la prueba experimental de la exactitud del teorema sigue siendo imposible, lo que constituye, sin duda, un hecho notable.

En matemáticas, hablaremos de demostración para referirnos a una prueba absoluta. Tales pruebas absolutas implican el asentimiento general y no pueden conocer ningún tipo de variación en el tiempo.

Sin embargo, las pruebas absolutas no existen en lo real, llamado habitualmente ámbito empírico. A continuación, vamos a ver por qué.

III. Las pruebas del ámbito empírico

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En el ámbito empírico, que es el de nuestro mundo concreto, un razonamiento justo aplicado a datos correctos no lleva necesariamente a una conclusión exacta. Ignorar esta verdad, que es, sin duda, sumamente contraintuitiva, lleva a menudo a los dirigentes a cometer graves errores cuando hay que decidir.

Efectivamente, para estar seguro de acertar hay que tener en cuenta el conjunto de todos los datos y parámetros que intervienen en el problema. Ahora bien, en el mundo real, difícilmente podemos ser exhaustivos y recabar todos los datos disponibles. Y aun cuando así fuera, su magnitud sería demasiado grande como para poder ser tomada en consideración.

Por consiguiente, en el ámbito empírico, las pruebas absolutas no existen, o, al menos, generalmente no están a nuestro alcance. Solo existen pruebas de fuerzas variables cuya suma puede, no obstante, conducir a una íntima convicción más allá de toda duda.[6]

Una historia trágica y real ilustrará esta sorprendente realidad.

En los años 1950, la cosecha de trigo en China fue mala. Los responsables agrícolas informaron a Mao Tse-Tung (Mao Zedong) de que los gorriones se comían gran parte de las semillas sembradas, lo que era verdad. Mao realizó un razonamiento justo, a saber: si se mataba a los gorriones, esa gran porción de semillas no iba a ser comida por los pájaros en cuestión, lo que era exacto, y que por ende las cosechas iban a aumentar en proporción, lo cual resultó ser falso. La decisión de hacer desaparecer a los gorriones fue aplicada en 1958, en la época del Gran Salto Adelante, sin experimentación previa, de manera inmediata y en todo el país. Esto provocó una gran hambruna, que generó millones de muertos. Resulta que había un elemento que intervenía en este problema, elemento que no fue tomado en cuenta por Mao y sus consejeros: si bien los pájaros se comen efectivamente parte de las semillas, devoran sobre todo lombrices e insectos, que, a su vez, comen y destruyen de manera aún más notable las cosechas. Como lo vemos con esta trágica historia, un único dato que no fue tomado en cuenta condujo al resultado inverso que el razonamiento inicial hacía esperar.

En el ámbito empírico, o sea, en nuestro mundo, una prueba es más que un argumento, pero menos que una demostración matemática.

Como las pruebas comunes del mundo empírico no son absolutas, se procura por lo general aumentar su número y diversificar sus orígenes, para establecer de la manera más sólida posible la verdad de la tesis que supuestamente sostienen. Por ello, en el campo empírico, se habla por lo general de pruebas en plural, mientras que, en el ámbito formal, se habla de prueba o de demostración en singular, ya que basta, por definición, con una sola prueba o demostración.[7]

Empecemos por ilustrar, gracias a dos ejemplos familiares, el carácter no absoluto de las pruebas del ámbito empírico corriente y la necesidad que se deriva de ello, a saber, el disponer de una pluralidad de pruebas procedentes de diversos horizontes.

Tomemos el ejemplo de un juicio en el marco de un caso criminal. El fiscal tendrá que aportar las pruebas de la culpabilidad del acusado. Dichas pruebas podrán ser materiales, o no. Tendrán, según el caso, una fuerza variable. Podrá tratarse de huellas ADN, del grupo sanguíneo de eventuales manchas de sangre, de huellas dactilares que corresponden a las del acusado o de huellas de pasos en el suelo. También deberá probarse el móvil del crimen y, por fin, aportar testimonios que acrediten la presencia del acusado en el lugar de los hechos. Los testimonios tendrán un valor más o menos importante según la personalidad del testigo, su edad, su profesión o incluso su reputación. Los testimonios convergentes de varios testigos independientes, o sea, que no se conocen entre sí, tendrán más importancia que los que provienen de un mismo grupo familiar. Cabe decir que ninguna de esas pruebas podría considerarse como absoluta, ya que hasta la presencia de una prueba material podría ser el resultado de un complot bien tramado. No obstante, si las pruebas son a la vez numerosas, fuertes, convergentes e independientes, los miembros del jurado podrán adquirir una íntima convicción, más allá de toda duda razonable, lo cual les va a permitir tomar una decisión acerca de la culpabilidad del acusado.

Otro ejemplo: si los habitantes de un pueblo descubren por la madrugada animales de su rebaño degollados, pueden sospechar la presencia de un oso en los alrededores y buscar pruebas para confirmarlo. Analizarán pues toda una serie de indicios posibles: presencia de mordeduras en las víctimas, huellas de pasos, restos de comida o, incluso, presencia de deyecciones. Por fin, interrogarán a una serie de testigos, directos o indirectos: al hombre que vio al hombre que vio al oso. El conjunto de estas pruebas, más o menos convincentes y de naturaleza bien distinta, les permitirá forjarse una opinión y tomar las medidas adecuadas.

Estos dos ejemplos ilustran el hecho de que, en el campo empírico, como ocurre en una investigación, es necesario disponer de un conjunto de pruebas, de la mayor cantidad posible de pruebas convergentes e independientes, para alcanzar una convicción más allá de toda duda razonable.

Desde esta perspectiva, este libro no pretende aportar la demostración de la existencia de Dios, sino un conjunto de pruebas racionales, numerosas, convergentes y que provienen de diferentes ámbitos, y, por lo tanto, independientes. Lo que en sí es mucho. Agrupadas, estas pruebas tendrían que ser capaces de ganarse la convicción del lector. Sin embargo, en última instancia, el lector juzgará por sí mismo.

IV. Las pruebas del ámbito empírico en ciencia

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Las ciencias de la naturaleza forman parte del ámbito empírico: las pruebas absolutas tampoco existen en este campo. En las ciencias experimentales, los pasos habituales consisten en partir de la observación para construir una teoría que tenga predicciones observables en el mundo real.

Así pues, según Karl Popper, “en las ciencias empíricas, que son las únicas capaces de dar informaciones acerca del mundo en el que vivimos, las pruebas no existen, si se entiende la palabra prueba como un hecho que establece de una vez por todas la verdad de una teoría”.[8]

En ciencia experimental, la validez de una tesis se construye sobre el encadenamiento de dos etapas, al menos, de las cuatro posibles que citamos a continuación:

La primera etapa consiste en la creación de una teoría elaborada a partir de una observación. La teoría tiene como objeto crear un universo simple y manejable que sea una representación o una analogía del Universo real. Este universo teórico incluye una lógica interna que genera normalmente una serie de “conclusiones, implicaciones o predicciones”. Estas predicciones son imprescindibles para poder establecer la validez de la teoría en cuestión.

La segunda etapa consiste luego en comparar estas predicciones con las observaciones en el Universo real. Si, una vez verificadas, las observaciones están en desacuerdo con las predicciones, entonces la teoría es falsa; ahora bien, si concuerdan, la teoría puede ser verdadera. Por otro lado, cuanto más numerosas son las implicaciones y cuanto más precisas, tanto más la teoría puede ser considerada como sólidamente establecida.

Estas dos primeras etapas constituyen la base mínima de toda teoría científica. En muchos casos, afortunadamente, se puede ir más lejos.

La tercera etapa consiste, cuando sea posible, en crear un modelo matemático del universo teórico, luego operar con él y estudiar los resultados y predicciones que se derivan de ello. Resultados y predicciones que luego compararemos con la realidad. Si el modelo corresponde a la realidad, el nivel de la prueba se verá reforzado, sobre todo si el modelo prevé consecuencias inesperadas que luego se revelan exactas.

La cuarta etapa, finalmente, cuando esta se puede realizar, tiene un valor demostrativo aún más fuerte; esta etapa consiste en la posibilidad de repetir la experiencia. Si la teoría puede ser verificada experimentalmente de manera repetida, el nivel de prueba conferido por esta cuarta etapa es entonces sumamente elevado.

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Ilustración con la teoría de la gravedad de Newton

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Para ilustrar estas etapas, la teoría de la gravitación, que todos conocemos, resulta ideal. Constituye un ejemplo perfecto de encadenamiento de las cuatro etapas. Según se suele contar, fue observando una manzana al caer como Isaac Newton se preguntó por qué caía de manera perpendicular al suelo.

Primera etapa, la teoría: a partir de la observación inicial, Newton imagina una teoría según la cual los cuerpos son atraídos por una fuerza que solo es función de sus masas y de la distancia que los separa.

Segunda etapa, las predicciones: como primeras consecuencias verificables de su teoría, constata que efectivamente la manzana cae al suelo, y no lo contrario, porque la manzana es pequeña y porque la Tierra es grande. Por otro lado, una manzana del hemisferio sur caerá siempre sobre la tierra, aunque el manzano y los habitantes se encuentren cabeza abajo, desde el punto de vista de un observador del hemisferio norte. Las implicaciones de la teoría resultan conformes a la realidad.

Tercera etapa, el modelo matemático: Newton desarrolla un modelo matemático de su teoría postulando que la fuerza de atracción entre dos cuerpos es proporcional a su masa e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa, según una fórmula de tipo F= Gm1 m2/d2. A partir de ese modelo, logra calcular la órbita de los planetas, llegando a formas elípticas que ni Copérnico ni Galileo habían podido imaginar, pero que Kepler había adivinado al observar el curso del planeta Marte. Finalmente, desarrollando su modelo, obtiene un calendario predictivo de los eclipses de Luna y de los planetas.

Cuarta etapa, la experimentación: el calendario y las predicciones en cuestión, que son verificables por todos en aquel entonces, se verifican y se revelan exactos. La comparación con la realidad funciona; mejor aún, la dimensión predictiva, inesperada, se confirma. La teoría se encuentra por lo tanto probada y la comunidad científica se adhiere a ella con prontitud.

Ulteriormente, la teoría de la gravitación de Newton fue remplazada por la teoría de la relatividad de Einstein, lo que no significa que la teoría de Newton sea errónea. Simplemente, se ha pasado de una buena aproximación de la realidad a una aproximación superior. Son teorías convergentes.

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Las teorías científicas pueden ser clasificadas en grupos que corresponden a niveles de prueba diferentes

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La validez de una teoría depende, por lo tanto, del número de etapas a las que ha podido ser sometida con éxito.

Así, según sea confirmada por dos, tres o cuatro de las etapas enunciadas anteriormente, su nivel de fuerza podrá ser clasificada en grupos diferentes, que van del grupo 2, el más fuerte, al grupo 6, el más débil, ya que reservamos el grupo 1 para la prueba absoluta.

Grupo 1: prueba absoluta del campo teórico o formal.

Grupo 2: teorías que pueden ser cotejadas con la realidad, que se pueden modelizar (en el sentido matemático) y experimentar. Este grupo incluye una gran cantidad de ciencias, como la mayoría de los campos de la física, la mecánica, la electricidad, el electromagnetismo, la química, etcétera. Para este grupo, las pruebas son tan fuertes que se aproximan a pruebas absolutas y son difícilmente discutibles, incluso cuando puedan ser refinadas en el futuro gracias a nuevos modelos convergentes.

Grupo 3: teorías cotejables con la realidad, que se pueden modelizar, pero no experimentar. Este grupo incluye numerosas ciencias como la cosmología, la climatología (particularmente las investigaciones sobre el calentamiento climático), la econometría, etcétera. Aunque no sean experimentables, estas teorías se pueden modelizar y las predicciones que resultan del modelo pueden ser verificadas. En este grupo, el nivel de prueba es alto.

Grupo 4: teorías cotejables con la realidad, experimentables, pero que no se pueden modelizar. Este grupo incluye la mayoría de los campos de las ciencias como la fisiología, la farmacología, la biología, etcétera. Estas teorías también son poderosas porque, aunque no se puedan modelizar, la repetición de la experimentación aporta un nivel de verificación elevado y, por lo tanto, altamente probatorio. En este grupo, como en el anterior, si bien por motivos diferentes, el nivel de prueba es elevado.

Grupo 5: teorías cotejables con la realidad, pero que no se pueden modelizar ni experimentar. Este grupo de teorías es más débil en términos de fuerza probatoria que los anteriores. Incluye, no obstante, numerosos campos que nadie imaginaría eliminar de la esfera científica. En este grupo se encuentra el evolucionismo darwiniano, que no se puede modelizar ni experimentar (o en todo caso, no fue posible hacerlo durante un siglo). Incluye también numerosas cuestiones científicas, como la paleontología (por ejemplo, la extinción de los dinosaurios, la desaparición del hombre de Neandertal, etcétera.), el origen de la vida en la Tierra, el origen de la Luna, el origen del agua en nuestro planeta, etcétera.

En este grupo, las teorías no se pueden modelizar ni experimentar, se verifican solamente gracias a la confrontación de sus conclusiones con lo que puede ser observado en el mundo real. A este grupo pertenecen las teorías antagónicas, a saber, “existe un Dios creador” y “el Universo es únicamente material”. Efectivamente, estas dos teorías no se pueden modelizar ni experimentar, pero sus conclusiones lógicas, que son numerosas, como lo veremos, pueden ser cotejadas con la realidad exactamente como las otras teorías del mismo grupo.

Grupo 6: teorías que no se pueden cotejar con la realidad, ni modelizar, ni experimentar. Este grupo se limita a teorías especulativas, como la teoría de los multiversos o universos llamados “paralelos”. Dado que estas teorías no generan ninguna implicación observable, no son sino totalmente hipotéticas y sin verificación posible.

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Cuadro que resume el posicionamiento de los seis grupos de pruebas

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En el cuadro adjunto, resumimos los dos campos y los seis grupos de pruebas, que van de la prueba absoluta del ámbito formal a la prueba nula del último grupo, tal como nos parece posible clasificarlas.

Esta metodología a la que nos adherimos es análoga a la del filósofo de las ciencias de origen austríaco Karl Popper (1902-1994). Según Popper, la condición para que una tesis pueda ser considerada como científica es que proceda de una teoría, que a su vez provenga de una observación, y que esta teoría sea potencialmente refutable; en otras palabras, que tenga suficientes predicciones observables que puedan ser contrastadas, y, eventualmente, rechazadas. Para él, la refutabilidad es la verdadera clave que permite decir que una teoría o una tesis es científica o no.

Notemos que, según esto, las tesis de los multiversos no serían tesis científicas, ya que carecen de realidad observable; y que, a la inversa, la de la no existencia de Dios cumple con todos los requisitos para poder serlo.

Al respecto, hay que saber que cierto número de científicos y de filósofos comparten la opinión de que la tesis de la existencia de Dios o la de su inexistencia son tesis científicas. Es el caso, por ejemplo, de Richard Dawkins, uno de los jefes de fila del ateísmo contemporáneo, quien, en su exitoso libro El espejismo de Dios,[9] afirma lo siguiente: “La hipótesis de Dios es una hipótesis científica sobre el Universo que hay que analizar con el mismo escepticismo que cualquier otra”; “O bien existe, o bien no existe. Es una cuestión científica; tal vez se conozca un día la respuesta, pero, mientras tanto, podemos pronunciarnos con fuerza acerca de su probabilidad”; “Contrariamente a Huxley, diré que la existencia de Dios es una hipótesis científica igual que cualquier otra. Incluso si es difícil de verificar de manera práctica, pertenece a la misma categoría […] que las controversias acerca de las extinciones del Pérmico y Cretáceo”.

Finalmente, dado que ninguna prueba es absoluta fuera del campo formal,[10] lo que puede y debe convencer es la existencia de un conjunto de pruebas independientes y convergentes. Por ello, este libro no se limita a las pruebas que proceden del campo de la ciencia, sino que también presenta las que derivan de la filosofía y de la moral, así como las que proceden de los enigmas históricos para los cuales no existe ninguna explicación materialista aceptable.

Así pues, los capítulos de la segunda parte de este libro abordarán cuestiones relativas a la historia, la Biblia, la existencia de Jesucristo y un milagro en Portugal. Si estos capítulos pueden ser considerados por algunos como incursiones fuera del campo científico que no vienen al caso, no constituyen desbarres, sino que son el resultado de una decisión perfectamente justificada por la necesidad de reunir pruebas procedentes de diversos horizontes.

Una vez aclarado el tema de la naturaleza de las pruebas, la búsqueda de las implicaciones de las dos tesis, “el Universo fue realizado por un Dios creador” y su casi contrario, “el Universo es exclusivamente material”, va a ser el propósito de nuestro siguiente capítulo.

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3. Implicaciones que derivan de las dos teorías: “existe un Dios creador” versus “el Universo es exclusivamente material”[11]

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Acerca del Universo, dos teorías se enfrentan: una teoría materialista, según la cual este es exclusivamente material, y otra que postula la existencia de un Dios creador. Al no poder ser modelizadas ni experimentadas, solo se puede establecer la solidez de estas dos teorías opuestas gracias al examen de sus implicaciones respectivas, tal como hemos visto en el capítulo anterior.

Pero ¿acaso existen esas implicaciones?

En efecto, es bastante corriente considerar que no existiría ninguna consecuencia observable de la existencia o inexistencia de un Dios creador. Sin embargo, esta opinión es tan frecuente como errónea.

Este capítulo tiene como objeto mostrar que esas implicaciones existen y que incluso son numerosas. Algunas de ellas, como “el Universo tuvo un comienzo” o “las leyes del Universo no deben poder ser constatadas como muy favorables a la vida”, predicciones que durante mucho tiempo se creyeron fuera del alcance del conocimiento humano, se han vuelto temas sobre los cuales, actualmente, los científicos están en condiciones de debatir.

Ante las dos columnas que se ven en el cuadro, destacan claramente tres hechos relevantes:

En primer lugar, el número de implicaciones observables es elevado, lo que es muy favorable para decidir entre las dos teorías. En efecto, cuantas más implicaciones observables y cotejables con la realidad existan, más sólidamente fundada resultará ser la decisión final acerca de la veracidad de una u otra teoría.

En segundo lugar, las implicaciones que derivan de las dos teorías no son simétricas. La teoría de un Universo exclusivamente material genera muchas más implicaciones que la de un Universo procedente de un Dios creador. Sobre todo, sus implicaciones son mucho más tajantes y precisas que las que implica la teoría opuesta. Por eso, el camino más directo para validar la existencia de un Dios creador pasa por la demostración de la imposibilidad de un Universo puramente material.

En tercer lugar, si bien no se pueden modelizar ni experimentar, estas dos teorías forman parte del grupo 5 de nuestra clasificación de pruebas, ya que tienen importantes implicaciones contrastables con la realidad. Recordemos que en ese grupo las teorías pueden verse validadas o invalidadas gracias a la confrontación de sus implicaciones con el mundo real. Así es como las dos teorías, “el Universo es únicamente material” y “el Universo procede de un Dios creador”, se sitúan en el mismo plano que las otras teorías científicas del grupo 5, al que pertenece, por ejemplo, la teoría de la evolución, teoría que a nadie se le ocurriría excluir del campo de la ciencia.

Cada una de estas implicaciones será ahora el objeto de un análisis más detenido, con el fin de determinar sus razones de ser y su alcance.

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I. Estudio de las implicaciones de la tesis “el Universo es exclusivamente material”

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Si el Universo es exclusivamente material, entonces:

  1. El Universo no puede tener un comienzo

Efectivamente, y por dos motivos, uno de ellos filosófico y el otro científico:

    1. Filosófico, ya que, como Parménides expuso en el año 450 a. C., “de la nada absoluta no puede salir nada”[12] y ningún filósofo serio cuestionó, nunca, esa evidencia lógica.[13]
    2. Científico, ya que una de las leyes del Universo mejor establecidas indica que “nada se pierde y nada se crea”[14] y que la materia y la energía son equivalentes, dando un total estable. Por consiguiente, toda variación del total masa-energía es imposible.[15] Y una aparición de masa-energía a partir de nada al principio del Universo violaría esa ley.

Esta primera implicación es capital para nuestro estudio, ya que es binaria y ofrece solamente dos posibilidades. Por lo tanto, si se admite como verdadera la afirmación: “si el Universo es solamente material, no puede tener un inicio”, dicha afirmación tiene como corolario la siguiente: “si el Universo tuvo un inicio, existe un creador”. Dicha afirmación, harto conocida, carecía anteriormente de valor argumentativo porque era indecidible y considerada como totalmente fuera del alcance del conocimiento humano. Actualmente, cosa extraordinaria, la cuestión del comienzo del Universo se ha vuelto científica y puede ser decidida, hasta diríamos zanjada, especialmente desde los descubrimientos recientes de la muerte térmica del Universo y de la cosmología del Big Bang.

No nos sorprenderemos de que dichas afirmaciones sean rechazadas por los eruditos materialistas. Para ellos se trata de una necesidad, porque no pueden admitir la consecuencia que derivaría de un comienzo del Universo, a saber, la existencia de un Dios creador. Por ese motivo siempre van a preferir sostener cualquier otra hipótesis, aunque carezca de fundamento.

  1. El Universo no puede tener un fin (muerte térmica), ya que un fin implica un inicio

El segundo principio de la termodinámica definido por Clausius a partir de los estudios de Carnot establece que, sin aporte exterior de información o de energía, todo sistema cerrado se desgasta y ve crecer su entropía.[16] Pasa con el Universo lo mismo que con una vela que va consumiéndose poco a poco; si miramos hacia el futuro, tarde o temprano se acabará. Al mismo tiempo, si miramos hacia el pasado, la entropía disminuye, o sea, que el orden crece, pero no puede crecer de manera infinita, lo que implica que un sistema cerrado que se degrada y se consume desde la eternidad sea inconcebible. Como ya lo habían notado los materialistas, como Ernst Haeckel,[17] en reacción a estos descubrimientos, si el segundo principio de la termodinámica es verdadero, dicho principio entraña un comienzo del Universo, ya que, si el Universo existiera desde siempre, se encontraría desgastado desde la eternidad.

Convencido por el carácter evidente de ese razonamiento, el célebre filósofo marxista Friedrich Engels le escribió a Karl Marx el 21 de marzo de 1869: “El estado de gran calor original a partir del cual todo se enfría es absolutamente inexplicable; es incluso una contradicción y esto presupone la existencia de un Dios”.[18] Por lo que llegó a sostener que el segundo principio de la termodinámica tenía que ser falso, ya que aceptarlo llevaba a reconocer un comienzo del Universo y, por lo tanto, un creador, hipótesis incompatible con el materialismo dialéctico.[19]

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  1. Las leyes deterministas se aplican de manera general y las cosas se distribuyen según las leyes de azar

Si no hay Dios y si el Universo es exclusivamente material, entonces tiene que ser regido por leyes fijas e inmutables, excluyendo todo tipo de finalidad. Por lo tanto, todos los procesos en acción en el Universo solo pueden ser fruto del azar, que se convierte así, necesariamente, en el único motor de la evolución de las cosas. Por consiguiente, debe descartarse que las leyes del Universo son muy favorables al ser humano (salvo en el caso de la teoría especulativa de los multiversos). El ajuste fino del Universo y el principio antrópico, en ese caso, son imposibles.

  1. No pueden existir los milagros

Si las leyes del Universo material se aplican siempre y en todos lados de manera determinista, los milagros son imposibles y los hechos que se cuentan solo pueden ser puras invenciones o errores de apreciación.

  1. No pueden existir las profecías ni las revelaciones

Por los mismos motivos, no puede haber profecías, o sea, descripciones claras de un acontecimiento improbable e imprevisible en un lejano porvenir, y dichas profecías solo pueden derivar de la credulidad o de una forma de confabulación. Del mismo modo, toda revelación es imposible.

  1. El bien y el mal no existen de manera absoluta, se pueden determinar de manera democrática, sin límites.
  2. El mundo de los espíritus –diablo, ángeles, espíritus malignos, posesiones, exorcismos– no existe.

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II. Estudio de las implicaciones de la tesis “existe un Dios creador”

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A la inversa, si el Universo proviene de un Dios creador, entonces:

  1. Se puede esperar que el Universo tenga un objetivo, una finalidad

Si la creación del Universo procede de una intención inteligente, es lógico que la evolución del Universo se entienda como un orden y se desarrolle en una dirección predeterminada.

  1. Se puede esperar también que el Universo presente un orden y sea inteligible

Si el Universo ha sido creado por un dios perfecto e inteligente, si fue concebido para que surja la complejidad en general y el hombre en particular, es lógico que exista un orden y sea inteligible.

  1. Se puede esperar que el Universo tenga un comienzo

Si procede de un creador, es lo más natural.

  1. Los milagros son posibles

Ya sea por las causas primeras (cuestionamiento de las leyes corrientes del Universo), ya sea por las causas segundas (coincidencias providenciales).

  1. Las profecías y las revelaciones son posibles

Un Dios creador, omnisciente, conoce el futuro: las profecías por lo tanto son posibles, del mismo modo que las revelaciones.

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III. Lo que un materialista coherente tendrá que considerar como verdadero

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Ante las implicaciones que hemos evocado, un materialista coherente no podrá contentarse con creer exclusivamente en la materialidad del Universo, o sea, en la inexistencia de un dios, de un diablo y de las almas, creencias que son finalmente fáciles de sostener.

Si quiere ser lógico y coherente, tendrá también que creer y sostener simultáneamente todas las afirmaciones evocadas a continuación, afirmaciones que son concretas, analizables y exigentes.

El Universo carece de comienzo.

El Universo no se dirige hacia su muerte térmica, contrariamente a lo que se acepta hoy, de manera general.

El Universo es ciertamente favorable al hombre (ajuste fino del Universo), pero, ya que se trata de algo estadísticamente imposible, deben existir necesariamente miles de millones de millones de universos, aunque se trate de una mera hipótesis de la que no se tiene hoy prueba alguna.

Algunas leyes de la física, entre las más importantes, admitidas como universales e inamovibles, han sido transgredidas en algunos momentos de la historia del Universo (por ejemplo, el principio de conservación de masa-energía en el momento del comienzo del Universo).

En el campo filosófico y moral, el bien y el mal, al no tener un carácter absoluto, carecen de límites y se pueden decidir democráticamente.

Todos los hechos de milagros, profecías y revelaciones conocidos no son sino ilusiones y charlatanismo.

Vamos a empezar por examinar las dos primeras creencias que fundan el materialismo, a saber, que el Universo no puede haber tenido un comienzo y que no se dirige hacia su muerte térmica: estas dos afirmaciones son falsas, como lo vamos a ver.

Notas:

[1] El libro negro del psicoanálisis, dirigido por Catherine Meyer, Sudamericana, Buenos Aires, 2007.
[2] Una tribuna publicada en la revista francesa L’Obs en otoño del 2009 y firmada por sesenta psiquiatras reclamaba la exclusión de los psicoanalistas de la universidad, del hospital público y de los peritajes judiciales.
[3] Dado que, en el pasado, la ciencia pudo parecer el principal discurso opuesto a la idea de la existencia de Dios, es importante valorar el vuelco que conoció a lo largo de los cien últimos años.
[4] La definición de las palabras Dios y ciencia figuran en el glosario de este libro.
[5] Estas dos teorías opuestas no abarcan totalmente el campo de lo posible. En su frontera se sitúan creencias bastante difundidas acerca de espíritus o fuerzas espirituales que no procederían necesariamente de un Dios creador. Se trata, sobre todo, de religiosidades primitivas (animismo, chamanismo, etcétera), de las religiosidades y filosofías asiáticas (budismo, hinduismo, brahmanismo, etcétera), del New Age… Pero estas creencias nunca se ven “teorizadas” de manera racional, y no dicen nada acerca de la naturaleza y del origen de esas supuestas fuerzas espirituales o de esos espíritus: permanecen incomprensibles e incluso sus propios adeptos son incapaces de presentar una exposición lógica al respecto. En esas condiciones, resulta imposible incluirlas en una reflexión basada en la razón. Buda, por ejemplo, asume claramente la elección de una renuncia a la razón ante estos temas, ya que según su enseñanza “el origen del mundo es imposible de conjeturar, no hay nada que conjeturar sobre ello, y solo aportaría locura y vejaciones a quien lanzase conjeturas. ¿Y por qué estos temas son tan imposibles de declarar para mí? Pues porque no están vinculados a la meta y no son fundamentales para una vida santa. No conducen al desengaño, a la ausencia de pasión, al cese, a la tranquilidad, al conocimiento directo, al despertar de uno mismo, a la liberación. Por eso no declaro nada al respect”. (Ver sobre este tema An Introduction of Buddhism: Teachings, History and Practices, Peter Harvey, Cambridge University Press, 2013, pp. 32-38: «Rebirth and Cosmology»).
[6] Contrariamente a las pruebas absolutas, las pruebas ordinarias requieren in fine ser juzgadas, o sea, requieren un salto intelectual.
[7] Por ese motivo, este libro se titula Dios, la ciencia, las pruebas y no Dios, la ciencia, la prueba.
[8] Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, Paidós, 2010.
[9] Richard Dawkins, El espejismo de Dios (Madrid, Booket, 2013).
[10] Ante esta teoría, cabe precisar que pueden existir pruebas opuestas de manera simultánea, ya que las apariencias a veces son engañosas. Los dos ejemplos históricos evocados a continuación permiten recordarlo. En la época de la controversia acerca de la rotación de la Tierra sobre sí misma, que acompañaba la de la rotación de la Tierra alrededor del Sol, algunas personas presentaban pruebas bastante serias de que la Tierra no giraba sobre sí misma. Efectivamente, señalaban que, si fuese el caso, un arquero que tirase una flecha a la vertical tendría que verla caer al oeste de sus pies y no a sus pies. Esta experiencia fue realizada entonces, y la flecha caía a los pies del arquero. Por el mismo motivo, dos cañones apuntando en sentido contrario, uno hacia el oeste y otro hacia el este, tendrían que haber enviado dos balas de cañón idénticas a distancias diferentes. Ahora bien, tampoco era el caso. Evidentemente, por aquel entonces se ignoraba el principio de inercia y, por ello, esas pruebas de no rotación de la Tierra, si bien eran falsas, pudieron inducir a error, al menos durante cierto tiempo.
[11] “Exclusivamente material” en el sentido en que no existe nada fuera de la materia: nada fuera del Universo físico, constituido por el espacio-tiempo y la materia o la energía.
[12] En ParménidesLe PoèmeFragments, Marcel Conche, Épiméthée, PUF, París, 1996, Fragmento VIII. Ver también el artículo de B. Brunor en sus Índices pensables: “Es el gran Parménides, hacia el año 500 antes de nuestra era, quien tuvo esa idea propiamente genial. Se dijo a sí mismo: –En realidad, cuando uno lo piensa, nunca existió la nada absoluta. —¿Por qué afirmas esto, Parménides?, preguntan sus interlocutores. —Porque, si hubiese existido la nada absoluta, seguiría existiendo, y no habría nada” (en Le hasard n’écrit pas de messages. Tomo III: http://www.brunor.fr/PAGES/Pages_Chroniques/25-Chronique.html).
[13] Con excepción de algunas personas que intentaron sostener lo contrario, como John L. Mackie y Peter Atkins.
[14] “Nada se pierde, nada se crea, todo se transforma” es una cita apócrifa de Antoine Lavoisier acerca de la conservación de las masas durante el cambio de estado de la materia; ver al respecto Traité élémentaire de chimie, París, Cuchet, 1789. Dicha afirmación es muy cercana a la del filósofo Anaxágoras, que escribió en sus Fragmentos (siglo V a. C.): “Nada nace y nada muere, pero las cosas que ya existen se combinan, y se vuelven a separar”. Einstein confirmará la exactitud de este principio con la ley de conservación del total de la masa y de la energía.
[15] La conservación de la energía puede no ser del todo exacta en un Universo en expansión como el nuestro. Pues a medida que el espacio se amplía por efecto de la expansión, la energía inherente al espacio (energía oscura) aumenta. Al mismo tiempo, la energía de las radiaciones disminuye, ya que las longitudes de onda de los fotones se estiran en el espacio que está en expansión. Existen, por lo tanto, leves variaciones que hay que tomar en cuenta: los dos efectos contrarios no se compensan del todo.
[16] Ver “entropía»+”, como los demás términos técnicos, en el glosario al final del libro.
[17] Ernst Haeckel (1834-1919) escribía: “Considero como la suprema ley de la naturaleza, la más general, la verdadera y única ley fundamental cosmológica, la ley de substancia. […] La ley química de la conservación de la materia y la ley física de la conservación de la fuerza forman un todo indisoluble. Desde toda eternidad, el Universo infinito fue, es y seguirá siendo sometido a la ley de substancia. El espacio es infinitamente grande e ilimitado. Nunca está vacío, sino en todas partes lleno de substancia. Del mismo modo, el tiempo es infinito e ilimitado, no tiene ni comienzo ni fin, es la eternidad. La substancia se encuentra en todas partes y en todos los tiempos en un estado de movimiento y de cambio ininterrumpido. El movimiento eterno de la substancia en el espacio es un círculo eterno, con fases de evolución que se repiten de manera periódica. Si esta teoría de la entropía fuera exacta, sería necesario que a ese fin del mundo que se admite correspondiese también un inicio, un mínimo de entropía en el cual las diferencias de temperatura de las partes, distintas del Universo, hubiesen alcanzado su máximo. Estas dos ideas, según nuestra concepción monista y rigurosamente lógica del proceso cosmogenético eterno son, una y otra, totalmente inadmisibles. Ambas están en contradicción con la ley de la substancia. El mundo no ha comenzado y tampoco terminará. Del mismo modo que el Universo es infinito, seguirá estando en movimiento de manera eterna. La segunda propuesta de la teoría mecánica del calor contradice la primera y debe ser sacrificada” (Los enigmas del Universo, Iena, 1899).
[18] Friedrich Engels, Cartas sobre las ciencias de la naturaleza y las matemáticas, carta n.° 68.
[19] Ver La dialéctica de la naturaleza, primera parte, 1875.

Este texto corresponde al inicio del libro Dios, la ciencia, las pruebas. El albor de una revolución que, con traducción de Amalia Aconda, revisada por J. M. Lacruz, acaba de publicar la editorial Funambulista.

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Bolloré (izqd.) y Bonnassies. Foto: Bruno Gasperini