La Peña siempre ha sido uno de esos barrios de la periferia de Bilbao que pocos botxeros conocen excepto su vecinos. Su lejanía del centro siempre ha marcado un devenir histórico a la sombra de las cercanas minas de hierro que ha tenido el cauce fluvial como elemento principal.
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Porque en este punto del recorrido del Nervión, donde realiza una cerrada curva en forma de herradura, deja de ser río para convertirse en ría al llegar hasta aquí, tan aguas arriba, la influencia de las mareas marítimas.
La imagen, una postal a color publicada en la segunda década del siglo pasado, se observa la poca densidad poblacional de la zona y la modernidad del puente que conectaba la zona de la margen izquierda con el paseo de Los Caños, al otro lado de la ría.
El viaducto de Santa Isabel, también conocido popularmente como Puente del Tranvía de Los Caños, fue todo un hito en la arquitectura de la época al ser uno de los primero en todo el Estado de tanta longitud en construirse en hormigón.
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Data del año 1902 y se tendió, en el límite con la colindante Arrigorriaga, como parte del recorrido del tranvía que conectaba la capital vizcaina con las comarcas de Arratia y Durangaldea. Fue obra del ingeniero, Gabriel Rebollo con un estilizado perfil compuesto por cuatro arcos de 35 metros de luz entre los pilares y solo tuvo uso para el transporte tranviario.
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También tuvo el honor de ser el primer paso en contar con postes eléctricos ya que este tranvía fue pionero en abandonar la tracción animal.
El transporte tranviario marcó la vida de miles de vizcainos y desapareció al terminar su concesión en 1964 aunque el último viaje se registraría en noviembre de 1965, hace ya casi seis décadas.
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Sin embargo, el viaducto pervivió. Al perder su uso primigenio, el puente mutó su utilidad para ser solo peatonal, un gran beneficio para los vecinos de La Peña y Bolueta que descubrieron una conexión directa esencial. Es cuando esta zona periférica explotó demográficamente hablando con la inmigración que llegó a oleadas a Bizkaia.
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Aquella población de aluvión provocó la explosión inmobiliaria del barrio que con pocos solares entre las faldas del Pagasarri y la orilla de la ría solo pudo crecer a lo alto. De ahí que el skyline de La Peña lo compongan hoy decenas de torres y bloques espigados que se levantaron tras derribar las viejas casas y caseríos que se observan en la imagen.
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En la instantánea también destaca al fondo el puente con cinco ojos que, cual acueducto romano, salva la vaguada que conforma el arroyo Bolintxu, cuya desembocadura abierta al Nervión se ve perfectamente a la derecha de la postal.
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Pues ese puente no servía para llevar agua, atendía las necesidades ferroviarias de la conexión de Bilbao con la meseta y es una infraestructura que en la actualidad mantiene su funcionalidad para todos los trenes de largo recorrido de Renfe y aquellos que cubre la ruta hacia la ciudad de Orduña.
Pero volviendo al puente que salva la ría y protagonista de la imagen, el mismo desapareció con las riadas de 1983, las que devastaron también el barrio de La Peña, lo que obligó a construir uno nuevo dando paso al actual diseño del ingeniero Carlos Siegrist e inaugurado en 1987.
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El viaducto de Santa Isabel cuenta con otra característica curiosa. Su posición con respecto al cauce no es perpendicular, como es más práctico y habitual, sino que presenta casi 45 grados de ángulo debido a que fue imposible construirlo con su recorrido más corto obligado por la presencia del antiguo molino que durante siglos aprovechó el salto de agua.
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Un plúmbeo edificio que durante décadas permaneció inhabilitado hasta que la ikastola de La Peña necesitó expandirse. Los aitas y amas pusieron los ojos en la vieja fabrica de harinas que sustituyó al molino de El Pontón.
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Ahí fue donde, tras una prolongada rehabilitación, en 1997 inauguraron su actual sede educativa, una tribuna privilegiada sobre el primer puente geográfico que conecta dos orillas de Bilbao.
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