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Sin mitos ni censura. El orgasmo femenino también se tenía en cuenta.

El sexo en la Edad Media

Ni incestuoso ni violento ni reprimido. ¿Cómo era, de verdad, el sexo en la Edad Media? La historiadora Katherine Harvey tiene nuevos hallazgos y nos lleva de viaje en el tiempo hasta el interior de las alcobas medievales.

ISABEL NAVARRO

Lo que hacemos hoy en la cama con nuestra pareja no dista mucho de lo que hacían nuestros antepasados medievales… salvo alguna cosa. Por ejemplo, a ellos ni se les pasaba por la cabeza practicar sexo oral: en una sociedad que asociaba la parte superior del cuerpo con Dios y la moralidad y la parte inferior con la suciedad y el pecado, poner la boca en contacto con los genitales suponía mancillar un órgano creado para más altos cometidos.

Sin embargo, otras prácticas como el sexo interfemoral (el pene introducido entre las piernas de la pareja simulando el coito) eran muy populares, en gran parte, como método anticonceptivo. Nos lo explica la historiadora Katherine Harvey, doctora por el King’s College de Londres, en su libro Los fuegos de la lujuria. Una historia del sexo en la Edad Media (editorial Ático de los Libros), donde desmitifica algunos clichés sobre este periodo histórico.

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Úteros desgastados. Los ‘científicos’ de la época decían que las prostitutas no se quedaban preñadas porque el sexo frecuente les alisaba el útero y no podían retener el semen.
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Según Harvey, y a pesar de lo que nos han contado la literatura y el cine, no hay pruebas de que el derecho de pernada (el mito de que los señores tenían derecho a tomar la virginidad de una novia en la noche de bodas) haya existido (cero puntos para Braveheart), tampoco de que se usasen cinturones de castidad o de que los delitos sexuales quedasen impunes (un tema que sí trató con rigor la película de Ridley Scott El último duelo).

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También desmiente la falta de higiene (no tenían saneamientos ni agua corriente, pero sí existían normas y preocupación al respecto); y, sobre todo, cuestiona un estereotipo doble y contradictorio: ni todo el sexo en el Medievo era desviado, incestuoso, misógino y violento (como en Juego de tronos) ni, debido a la influencia de la Iglesia, estaban todos reprimidos.

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Para los teólogos, el placer sexual existía para garantizar la reproducción humana, mientras que los científicos sostenían que ambos miembros de la pareja producían unas semillas durante el orgasmo y, por tanto, debían alcanzar el clímax de forma simultánea para lograr concebir. De hecho, sorprende gratamente saber que en el siglo XV el placer femenino era tenido en cuenta.

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Orgasmo con ‘semilla’. Se admitía el placer sexual, ya que se creía que una pareja produce sus ‘semillas’ con el orgasmo.

 

 

Un increíble deleite

¿Cómo debería proceder, pues, una pareja casada que desease tener hijos? Cuenta Katherine Harvey que la mayoría de tratados indican que es el hombre quien debe tomar la iniciativa, para a continuación besar, abrazar, así como decir dulces palabras a su pareja antes de tocarle los pechos y efectuar caricias en su zona genital. Él debe estar muy atento a los movimientos oculares y la respiración de su esposa para saber cuándo está lista para la penetración, y añaden que es fundamental que no eyacule hasta que la mujer alcance el orgasmo o, de lo contrario, no se quedará embarazada. Algunas fuentes sugieren incluso que estaría bien que el hombre se untara el pene con ungüentos para provocar en ella un «increíble deleite».

Además, la posición en que se mantenía el coito era considerada crucial, y la religión insistía en la postura del misionero por cuestiones de salud reproductiva, ya que se creía que mantener relaciones sexuales de pie hacía que «la semilla se elevase hacia arriba y después cayese» o bien provocaba en el niño malformaciones. Si se mantenían relaciones tumbadas de lado, decían, «la semilla se acumulaba en un lado del útero y se impedía la procreación»; y, lo que es peor, si la mujer estaba menstruando, los hijos nacerían con lepra.

La posición en el coito era crucial. La pareja debía llegar al clímax de forma simultánea para concebir

Evidentemente, por su experiencia cotidiana las prostitutas sabían que procreación y placer no estaban realmente vinculados, pero ‘la ciencia’ especulativa de la época lo justificaba diciendo que, en su caso, se debía a que las relaciones sexuales frecuentes provocaban en ellas que el útero fuera demasiado liso para retener el semen.

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Pero si el cuerpo femenino se entendía solo parcialmente en el Medievo, la anatomía masculina no corría mejor suerte. Se creía que las erecciones eran el resultado de un espíritu ventoso dentro del cuerpo, por lo que a un hombre con dificultades se le recomendaba algo tan poco sexy como comer «alimentos que produjeran viento, como los garbanzos».

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Todo está en la cabeza. Detalle de Las tentaciones de san Antonio, del Bosco. Se creía que el semen se producía en el cerebro por la similitud entre ambas texturas.
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También hubo un gran debate sobre la forma en que se producía el semen, y todos coincidían en que procedía del excedente del alimento, que se convertía en sangre y luego «se fermentaba y blanqueaba por la fuerza de los testículos». La otra gran duda era si se producía en todo el cuerpo o solo en el cerebro, una teoría reforzada por la similitud entre la textura del cerebro y la del semen…

Ningún hombre casado es virgen

El sexo en el matrimonio era bienvenido y hasta obligatorio, pero por debajo de la ley bullía el deseo y los datos que recoge Katherine Harvey en su libro: los nacimientos ilegítimos y los embarazos de novias sugieren que un número considerable de parejas mantenían relaciones sexuales prematrimoniales.

Eso sí, en Castilla, los hombres que repudiaban a su prometida después de mantener relaciones sexuales podían ser castigados con cuantiosas multas y pagar sumas mucho mayores que quienes rompían un compromiso no consumado.

 

La prostitución era vista como un mal necesario. En muchas ciudades había burdeles municipales

Se daba por sentado que los jóvenes varones serían sexualmente activos antes del matrimonio y en el sínodo de Aquisgrán (año 862) se afirmaba que «casi no hay ningún hombre que se haya unido a su mujer en matrimonio siendo virgen». De hecho, la prostitución era toda una institución en la sociedad medieval. Desde san Agustín, las discusiones eclesiásticas sobre el tema se referían a ella como un mal necesario en un mundo imperfecto.

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Un falso mito. En la Edad Media no había cinturones de castidad. Este es del siglo XV, inicio de la Edad Moderna.
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Así que, en esencia, las actitudes medievales hacia las prostitutas eran comparables a las que se tenían en la época hacia los usureros judíos: su existencia era incompatible con las doctrinas de la Iglesia, pero se toleraba porque sus servicios eran útiles para la sociedad. En gran parte del continente, las autoridades urbanas no solo no condenaban esta actividad, sino que decidieron regularla y beneficiarse de su carga impositiva.

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A partir del siglo XV, numerosas ciudades como Dijon, Núremberg y Múnich fundaron burdeles municipales y establecieron zonas (los barrios rojos), a veces amuralladas, donde las prostitutas podían vivir y trabajar bajo la supervisión de funcionarios públicos. Pero esta actitud regulatoria y consentidora contrasta con lo que se daba simultáneamente en otras regiones, donde se seguían centrando en el castigo y la expulsión. En Londres, por ejemplo, las mujeres condenadas por proxenetismo o prostitución recibían castigos en una escala ascendente que incluía el rapado del cabello, presiones públicas, la picota y el destierro a la tercera infracción.

La práctica del sexo anal era considerada algo aberrante para las autoridades, incluso practicado entre parejas del sexo opuesto

Sin embargo, la actividad sexual más cruelmente castigada era la homosexualidad masculina. En los primeros años del siglo XV, 26 sodomitas fueron ejecutados en Bruselas. En 1357, Nicoletus Marmanga, un gondolero veneciano, y Johannes Braganza, su aprendiz, fueron condenados a morir en la hoguera por mantener relaciones sexuales «contra natura».

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Sexo prohibido. La homosexualidad se castigaba con la muerte. Y la sodomía entre hombre y mujer también, ya que implicaba alterar «el orden natural de las cosas».
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La práctica del sexo anal era considerada algo aberrante para las autoridades, incluso practicado entre parejas del sexo opuesto, ya que, al igual que la zoofilia, se creía que alteraba «el orden natural de las cosas». En 1481, Giovanni Furlan, un pescador de Venecia, fue decapitado y quemado en castigo por su «frecuente sodomía con su propia esposa».

Condenada a muerte o esclava

Además, en aquella Europa, tampoco había tolerancia con las relaciones interreligiosas. Una musulmana podía ser ejecutada por acostarse con un cristiano, aunque a menudo se le conmutara la pena si se convertía en esclava de la Corona. Perdía su libertad y el delator recibía una parte del precio de venta.

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Y es que las relaciones sexuales con personas de otras razas y religiones eran ofensivas para la sensibilidad medieval (casi tanto como hacerlo con un demonio: lo peor de todo), pero las autoridades eran conscientes de que estos delitos eran menos frecuentes que el adulterio o la sodomía, casi incontrolables ambos.

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¿Nos reconocemos? ¿Podemos mirarnos en este espejo? El último tercio del siglo XX en Occidente ha sido revolucionario para la emancipación de las mujeres y los homosexuales en su capacidad para decidir cómo, cuándo, dónde y con quién… pero no estamos libres de contradicciones.

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Al fin y al cabo, como explica Harvey, «es difícil hacer cuadrar la aparente apertura mental del mundo medieval –donde podías pasear por la calle de las prostitutas de camino a una iglesia con esculturas obscenas– con su tendencia a reprimir los deseos y castigar a los transgresores. Así que quizá solo podamos concluir que, en lo que al sexo se refiere, las personas del Medievo eran tan confusas –y estaban tan confundidas– como nosotros».

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