Entre la taberna y el café: vida y bebida en ‘Luces de bohemia’

Luces de Bohemia

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Escena de la obra de teatro ‘Luces de bohemia’, dirigida por Eduardo Vasco, en el teatro Español de Madrid.Javier Naval (Teatro Español)

La obra, publicada de manera definitiva por Valle-Inclán hace justo un siglo y que se representa estos días en el Teatro Español, en Madrid, ofrece una radiografía certera de los ambientes de socialización madrileños de comienzos del siglo XX


“Luz de acetileno. Mostrador de cinc. Zaguán obscuro con mesas y banquillos. Jugadores de mus. Borrosos diálogos. Máximo Estrella y Don Latino de Hispalis, sombras en las sombras de un rincón, se regalan con sendos quinces de morapio”. Como en un destino fatal, los protagonistas de Luces de bohemia han ido a parar, una noche más, a la Taberna de Pica Lagartos, sobrenombre poco halagüeño con el que los parroquianos de la tasca conocen a Venancio, el dueño y encargado de “medir” copas de anís de Rute y vino de ínfima calidad.

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Así arranca la tercera escena de Luces de bohemia, la genial obra de teatro que Ramón María del Valle-Inclán publicó de manera definitiva hace ahora 100 años y que se representa estos días, dirigida por Eduardo Vasco, en el Teatro Español, en Madrid, hasta el 15 de diciembre.

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Que una taberna sea un lugar central en la trama no debe extrañar al público del siglo XXI. Abiertas 21 horas diarias, las tascas se convirtieron en el paradigma de la socialización popular en el Madrid de comienzos del siglo pasado.

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Las bodegas servían para ahogar las penas en alcohol barato, pero también para hacer negocios de poca monta, hablar de toros, jugar a las cartas o ajustar cuentas, a menudo con violencia. Valle-Inclán conocía a la perfección el paisaje y paisanaje de aquellos sitios, donde se dejaba ver asiduamente, como la Cervecería Alemana, donde era conocido el proverbial mal perder al mus de don Ramón, afirma Andrés Sánchez Magro en su libro Tabernas de MadridLo castizo en el siglo XX (Almuzara, 2023); o la de Antonio Sánchez, a la que acudía, como tantos otros, para disfrutar de sus famosas torrijas, de las que llegaron a venderse del orden de 2.000 al día en tiempos del escritor gallego, como señala Román Fernández-Cañadas Morillo en Las tabernas más antiguas de Madrid (Ediciones La Librería, 2023).

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De sus constantes visitas debió de tomar buena nota Valle, pues en la taberna de Pica Lagartos se condensan los personajes y objetos que dotaban a estas tascas de un ambiente entre lo cochambroso y lo hiperbólico, y cuya mera descripción hacía casi innecesario aplicar su universal técnica del esperpento.

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La descripción que enmarca la tercera escena recoge los elementos clásicos de estos negocios que, desde mediados del siglo XIX, y como señala Antonio Bonet Correa en Los cafés históricos (Cátedra, 2014), “adquirieron una tipología muy definida, con sus muros cubiertos de azulejos o chapados de madera y su mostrador también de madera recubierta en parte de zinc”.

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Como exiguo complemento, mesas y taburetes de madera barata donde acomodarse a duras penas y, al fondo, “amontonadas las corambres” (conjunto de pellejos donde se conservaba el vino).

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En este inconfundible universo valleinclanesco, donde los sempiternos bebedores se convierten casi en un elemento más del atrezo, desfilan otros personajes dedicados a ganarse la vida con actividades informales, cuando no delictivas, desde la Pisa-Bien, vendedora de nardos y lotería, hasta la “periodista” que vende diarios a voz en grito, o el proxeneta Rey de Portugal, “un golfo largo y astroso”. Como otros personajes del drama, todos tienen algo en común: ninguno pertenece a las clases productivas.

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Otra escena de 'Luces de bohemia' en el teatro Español de Madrid.
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Otra escena de ‘Luces de bohemia’ en el teatro Español de Madrid.Javier Naval (Teatro Español)
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Junto a estos ambientes y personajes, Luces de bohemia muestra con destreza las mutuas relaciones que en ellos se establecen, a menudo marcadas por la violencia o el engaño. Allí vemos cómo Max Estrella malgasta el dinero obtenido tras empeñar su capa a cambio de un dudoso décimo de lotería, que será su perdición. Poco después asistimos a una trifulca en la que el chico de la tasca recibe una pedrada durante la represión de una protesta por parte de Acción Ciudadana, milicia dedicada a reventar huelgas. Y será finalmente en la taberna donde conoceremos el trágico final de la mujer y la hija del protagonista.

De la taberna al café

En contraste con las tabernas y sus gentes, el Madrid de principios de siglo ofrecía un espacio para el ocio y el consumo de las clases más acomodadas e intelectuales de la ciudad: los cafés, que “se convierten en pacíficos lugares de esparcimiento de la burguesía media”.

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Lejos de la atmósfera de degradación y agresividad de las tabernas, los usuarios podían acudir con tranquilidad a estos locales, donde dominaban casi siempre la corrección y la amabilidad. De entre su distinguida clientela, sobresalían los literatos, que organizaban exitosas tertulias.

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Algunas de las más concurridas fueron, precisamente, las protagonizadas por el autor de Luces de bohemia. Como señala Bonet Correa, Valle-Inclán mantuvo sus tertulias en diferentes cafés de la villa en las que “reunía a su alrededor a una serie de escritores y artistas de su edad y jóvenes que, atraídos por su fascinante personalidad, escuchaban al maestro con religioso silencio”.

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Muchos fueron los establecimientos cuyas charlas presidió el dramaturgo, como el Fornos, la Granja El Henar o el Café de la Montaña, este último conocido por la pelea con Manuel Bueno que le acabó costando la amputación de su brazo, pues no todo era corrección en ellas.

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Mejor recuerdo guardaba Valle del desaparecido Café Colón, ubicado en la calle de Alcalá, donde sitúa el encuentro entre Max Estrella y Rubén Darío en la escena novena y cuya descripción no puede ser más opuesta al negocio regentado por Pica Lagartos: “Un café que prolongan empañados espejos. Mesas de mármol. Divanes rojos.

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El mostrador en el fondo, y detrás un vejete rubiales, destacado el busto sobre la diversa botillería. El Café tiene piano y violín. Las sombras y la música flotan en el vaho de humo, y en el lívido temblor de los arcos voltaicos”. Allí acude el protagonista de Luces de bohemia para encontrarse con el poeta nicaragüense, quien, unos años antes, lo había descrito en su obra España contemporánea (1901) como un “lujoso y extenso establecimiento con su sala inmensa cuajada de mesitas en donde se sirven diluvios de café”.

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Frente al vino barato y la escasez de viandas de la cantina, en el Café Colón, Max Estrella decide despilfarrar junto a su amigo el dinero que le ha ofrecido el ministro de la Gobernación, disfrutando de las suculentas comidas que se ofrecían en estos espacios, regadas con “el rubio champaña”.

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Sin embargo, el propio Max Estrella reconoce que ese no es su medio natural y ante la pregunta del poeta de si viene mucho por este distinguido lugar, Max responde: “El café es un lujo muy caro, y me dedico a la taberna, mientras llega la muerte”.

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Con esa frase, que sabe a despedida, Max pone sobre la mesa una verdad tan compartida hace 100 años como lo es actualmente. En el bar o en la cafetería, dependiendo del momento, la compañía o el ánimo, lo que se busca va mucho allá de comida o bebida. Porque, como decía Josep Plá, “quizá los españoles vamos al café no precisamente para tomar café, sino a realizar un acto de sociabilidad fundamental en nuestra manera de ser”.

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Baldomero Romero Ressendi
'Los arlequines y el torero, s.f.
Óleo sobre lienzo 51 x 72 cm
Colección Dolores Rojas

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