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EL ARTISTA HIPNÓTICO
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EL ARTISTA HIPNÓTICO
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Miércoles, 03 de Abril 2024
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El 1 de enero de 1969 Mick Jagger escribió a M. C. Escher una carta. La encabezaba un cariñoso ‘querido Maurits’, se confesaba fan del artista y le pedía una imagen para ilustrar su próximo disco. Escher respondió con contundencia: no tenía tiempo para ese tipo de asuntos. Y, «por cierto, dígale al señor Jagger (contestaba al publicista de los Rolling Stones) que para él yo no soy Maurits»
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«Esa respuesta no significa que Escher fuera un hombre desagradable», explica Federico Giudiceandrea, coleccionista y admirador de Escher, uno de los artistas más originales e inclasificables del siglo XX. No era antipático: era un espíritu libre.
Dijo que no a los Rolling Stones y también a Stanley Kubrick, que quiso contar con él para el diseño de escenas de 2001: una odisea del espacio. Estaba demasiado ocupado con sus creaciones para aceptar nuevas colaboraciones. Era un tipo serio, concienzudo, apasionado de las matemáticas, de la geometría, la astronomía… Y también un admirador de Italia, de Durero, Dostoievski o Albert Camus. El suyo es un caso curioso: encandiló a matemáticos y artistas, «pero ninguno de ellos lo consideraba del todo uno de los suyos», dice Giudiceandrea.
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A Escher lo descubrieron los matemáticos. En 1954 se celebró un importante congreso en Ámsterdam y se mostraron sus xilografías y litografías hipnotizantes, contenedoras de edificios imposibles, de ilusiones ópticas, escaleras contradictorias, figuras que se enroscan, cuadros que contienen cuadros que contienen cuadros que contienen cuadros y así hasta el infinito…
En sus grabados hay teoremas e intrincadas soluciones matemáticas, y los matemáticos lo correspondieron convirtiéndose en sus primeros compradores y amigos (lo fue, y mucho, Roger Penrose). Gracias al apoyo de los científicos, el artista ganó dinero (hasta entonces lo sostuvo su familia), luego empezaron a encargarle tarjetas de felicitación, grabados, exlibris… Y su fama creció hasta convertirlo en un artista admirado por estrellas del rock como Mick Jagger.
Entusiasmó a públicos tan distintos como los científicos y los hippies. A los hippies les gustaron sus figuras enroscadas, sus puzles y laberintos. Muy psicodélicos. Creían los melenudos californianos que Escher se drogaba. Es falso: «Ni siquiera probaba el vino», aclara Giudiceandrea.
Era un hombre de orden, estudioso y un virtuoso del dibujo. Nació en Holanda en 1898, en una familia acomodada, dejó los estudios de arquitectura por el arte y en los años veinte se fue a vivir a Italia. En su primera etapa artística se dedicó a los paisajes. En 1922 conoció la Alhambra y quedó deslumbrado.
Su visita a Granada marca, de hecho, un antes y un después. Se quedó atónito con los suelos y paredes cubiertos de preciosas figuras geométricas. Aquellos teselados —esas divisiones regulares de un plano sin que hubiera espacio vacío ni que se superpusieran las figuras— lo dejaron noqueado. Copió sus dibujos. Estudió los 17 tipos de teselados. Y, después de la Alhambra, su trabajo fue menos realista y más inventivo. Más surrealista.
Escher estaba invadido de lo que él llamaba ‘visiones interiores’, con una imaginación y una memoria portentosas. A menudo se despertaba por la noche poseído por imágenes y se ponía manos a la obra, haciendo cálculos, midiendo… Fue prolífico: realizó más de 400 litografías y grabados y unos 2000 dibujos.
Siempre por libre. No militó en ningún grupo. Admiró al Bosco y coló algunos guiños a su compatriota en sus obras. Se contagió de la imaginería oriental, las formas de la naturaleza y los arabescos del art nouveau. También hay cierto toque futurista. Pero él es inclasificable.
«En una ocasión le dijeron que era el padre del pop art, y él preguntó: ‘¿Qué es el pop art‘?», cuenta Giudiceandrea. Otra vez le preguntaron por su independencia y dijo: «No me interesa formar parte de un movimiento. Hago mi arte porque me parece bonito».
Fue un artista en permanente búsqueda de la sorpresa: «El asombro es la sal de la vida», decía. Dibujó las ideas de los matemáticos, las posibilidades de la perspectiva; la omnivisión de las superficies reflectantes; creó paradojas espaciales; inventó metamorfosis increíbles. Su arte se ha colado en el cine (las escaleras de Hogwarts en las películas de Harry Potter), en la publicidad, en los cómics, en la moda (en estampados de Chanel o Jill Sander). Y en portadas de discos como On the run, de Pink Floyd, con una carátula pirata: a diferencia de los Rolling, el grupo no pidió permiso.
Sus rompecabezas siguen encandilando «porque demuestra que percepción y realidad no son lo mismo, que los sentidos transmiten errores», explica Federico Giudiceandrea. El mismo artista lo resumió de manera sencilla: «Creo imágenes que no pueden existir». Es magia.
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