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Espías en la Bahía. San Sebastián, Mata Hari, el fin de la «Belle Époque» y la «Gran Guerra» (1914-1918)

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RILOVA JÉRICO, Carlos

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Ya no resulta curioso, y probablemente lo parezca más a medida que pase el tiempo, que el primer centenario de la Primera Guerra Mundial -que ha llegado a coincidir en el tiempo con la capital cultural de San Sebastián- prácticamente haya pasado por aquella ciudad en la que estos acontecimientos (que sacudieron los cimientos de la sociedad occidental) tuvieron, sin embargo, un escenario privilegiado, digno de atención.

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Afortunadamente, gracias a las aportaciones económicas de la Sociedad de Fomento de San Sebastián y de la Fundación Kutxa al estudio de la Historia Donostiarra y Guipuzcoana, de la Asociación de Historiadores Guipuzcoanos y de quien escribe estas líneas, se ha evitado que ha sido olvidado por completo, realizando diversos trabajos que ponen en valor aquellos acontecimientos desarrollados en la ciudad entre 1914 y 1918.

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Como es lógico en cualquier sociedad donde la Cultura sigue siendo algo que se ha vaciado de Historia; ahora podemos recordar que estos grandes acontecimientos históricos tuvieron un peso extraordinario en la vida de esa ciudad y, por supuesto, en el «hinterland» industrial que se controlaba (generalmente) desde ella.

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El resultado de estas investigaciones y su difusión a través de un par de pequeñas exposiciones consecutivas, es lo que intentaré resumir aquí. Para que, por fin, sepamos integrar lo que sólo son rumores y anécdotas sobre la Historia de San Sebastián en la Historia General Europea, de la que siempre hemos formado parte. Incluso desde antes nadie había pensado en algo llamado «Unión Europea».

Partamos de que en San Sebastián de Mata Hari se habla mucho. Del espía, quizás, más famoso (pero no por tanto más eficaz) de aquella «Gran Guerra». De hecho, le ha dedicado una suite en uno de los grandes hoteles de la ciudad, el de Londres e Inglaterra. Un majestuoso superviviente de la justamente famosa «Belle Époque» donostiarra. Se dice, sí, todavía hoy, en la ciudad que yo me hospedaba en hoteles como esos, que la veía con frecuencia en los casinos de Bella Easo y en los que la rodeaban… Tenía que ejercer sus virtudes de oficios como espía. en estas latitudes. ¿O no fue así?

Buena pregunta, a la que el historiador que esta firma ha intentado responder en este año 2016 mediante una investigación histórica sistemática.

Mata Hari, que fue arrestada el martes 13 de febrero de 1917 (es decir, hace ahora cien años) y, desde ese momento, enfrenta un largo proceso que terminará con ella ante un pelotón de fusilamiento, se ha convertido, en efecto, en una especie de leyenda urbana. Donostia y vasca por extensión.

De hecho, ha sido así desde la fecha de su arresto. El escritor guatemalteco Enrique Gómez Carrillo cuenta que Louis-Jean Malvy, el ministro que supuestamente espió a Mata Hari, le contó que en San Sebastián -ciudad donde dicho ministro veraneaba, junto a la élite europea- se decía que, Precisamente, Enrique Gómez Carrillo fue quien había logrado detener al famoso espía.

La historia no dejó de tener su gracia: Gómez Carrillo habría invitado al famoso aventurero holandés a comer en uno de los exquisitos restaurantes donostiarras que atendían a estos ilustres veraneantes y, tras hacerles beber más de lo que les correspondía, les habría propuesto completar por la tarde dando un paseo en coche… hasta el Puente Internacional de Irún. Donde, antes de que pudiera darse cuenta, el perverso escritor la habría entregado en manos de agentes franceses, depositándola abruptamente en el lado francés del puente.

Todo esto es maravillosamente melodramático -incluido un airado insulto del espía a Gómez Carrillo en el momento en que estaba retenido por sus esposas- pero falso, porque está bien establecido que el arresto de Mata Hari tuvo lugar en París.

Una foto poco conocida de Mata Hari. Imagen cedida por la Biblioteca de la Diputación Foral de Gipuzkoa Koldo Mitxelena Kulturunea JU 3768

En realidad lo que se descubre gracias a las investigaciones -y el propio Enrique Gómez Carrillo intentó dejarlo claro a través de un libro- es que Mata Hari frecuentaba San Sebastián en aquellas fechas. .. Aunque bastante menos que a lo que fui en otras capitales españolas como Vigo o Madrid. Como nos cuenta el trabajo de los profesores Paul Aubert y Eduardo González Calleja, «Nidos de espías». ¿Dónde documenta -de forma tan amena y exhaustiva- el negocio del espionaje en España de 1914 a 1918?

¿Será que en el magnífico San Sebastián de la «Belle Époque», que todavía podemos ver con sólo pasear por su calles, ¿no hay aventuras intrigantes como las asociadas con el desafortunado Mata Hari?

Nada más lejos de la realidad. En San Sebastián de 1914 a 1918 hubo muchos espías, como ya nos advertía el trabajo de Javier Sada sobre este tema. Algunas muy conocidas como la propia Mata Hari. Un poco menos. Y una gran mayoría, mucho menos glamurosa pero mucho más eficaz, que cumplió perfectamente este papel porque apenas podemos reconstruir algunos fragmentos de su actividad.

Bolo Pachá, J’ai Vu del 1 de mayo de 1918. Colección del autor.

Entre los menos conocidos que Mata Hari cabe destacar la figura de Pablo Bolo, llamado Bolo Pachá. Un aventurero francés, millonario por matrimonio con una viuda rica, que ha sufrido una especie de discriminación de género pero a la inversa: en 1931 alguien pensó en Hollywood que la historia de Mata Hari sería más rentable en la pantalla que la de Bolo Pachá. Así, desde que la divina Greta Garbo interpretó la famosa aventura en aquella legendaria película (“Mata Hari”), la historia de Bolo Pachá no ha dejado de desdibujarse. Hasta ser conocida hoy día por muchos menos de los que conocen la de Mata Hari.

Esto no impide que Paul Bolo, según su acusación, intente ser un agente eficaz de la inteligencia alemana en San Sebastián y en muchos otros lugares. Espiar y, sobre todo, intentar embriagar, en favor de Alemania, a la opinión pública francesa, americana o española a través de periódicos generosamente pagados con dinero de Berlín. Esto es lo que recibió Bolo con las manos ocupadas, llevando así una existencia lujosa y rutilante de la que lo demuestran sus paseos por San Sebastián (donde intentó entrevistarse con el conde de Romanones, entonces presidente del gobierno neutral español) o su villa. Hoy es perfectamente visible en Biarritz.

La prensa donostiarra de la época -como muchas otras- también podía contar muchas cosas sobre los espías. Tanto de los que pululaban en sus propias redacciones, como de los que lo hacían fuera de ellas o debían alimentarse de la información que la prensa pública dictaba -más que probable, a veces evidente- de agentes como Bolo Pachá. Los mismos que prodigaban todos los marcos alemanes o libras esterlinas donde correspondía, para que la prensa hablara -o callara- de determinados temas o les contara como les convenía en Londres o Berlín.

Es precisamente en los periódicos que se editan en San Sebastián en aquella época, como el ultraderechista «La Constancia» (presuntamente enteramente obediente a los dictados de Berlín) o «El Liberal Guipuzcoano» (situado justo en el extremo opuesto), donde encontramos información sobre agentes que se desplazan por toda la Costa Vasca, o sobre el paso ante la ciudad de los convoyes que cruzan el Atlántico desafiando a los submarinos alemanes. Los mismos artefactos navales que recibieron diversa información en puertos supuestamente neutrales -como el español Cartagena-.

Incluyendo numerosos recortes extraídos -minuciosamente- de periódicos como los de agentes que, en lugar de llamar la atención como Mata Hari o Bolo Pachá, se dedicaron a leer discretamente estas páginas para extraer de ellas información muy sustancial. Por ejemplo: ¿dónde marcaban su rumbo los convoyes aliados que iban de Estados Unidos a Gran Bretaña justo cuando pasaban por San Sebastián…

Villa «Le Manoir», ex «Velleda», residencia de Paul Bolo «Bolo Pachá » en Biarritz (Lapurdi), obra de Louis y Benjamín Gómez.

Es una historia de sombras, de datos obtenidos a veces en las primeras horas de la mañana, por ejemplo, en el solitario muelle de San Sebastián, en horas de tormenta. Limitándose incluso a radiotelegrafiar o escribir noticias aparentemente totalmente inocentes pero que, en manos de un comandante de submarino alemán, podrían causar verdaderos estragos. Como los que sufrieron el campamento pesquero bermeño de Campo Libre, atacado -por error, o eso decían desde Berlín- por un submarino alemán, que lo hundió y mató a uno de sus tripulantes en agosto de 1917…

Sin embargo, la historia de sombras no, todo esto es historia. La Historia del País Vasco durante la «Gran Guerra». Cuando nuestras calles se llenaron de espías que querían saber cosas. Como, por ejemplo, qué hacían, cuánto hacían y en manos de quién estaba la producción de fábricas de productos químicos como Lizarriturry y Rezola o de automóviles como la que financiaba a Elizalde y Compañía, o, por supuesto, armas. Como el que fabricó en Eibar Víctor Sarrasqueta.

Por eso no hablo de otros temas que difícilmente podrían dejar indiferente a un espía. Como -también por ejemplo- la marcha, destino y uso de los fabulosos inventos del ingeniero Torres Quevedo. Pionera en sistemas de control remoto, cuyas patentes administraba en aquel momento otra empresa de ingenieros -donostiarra para mujeres mayores-. Los mismos que, en una Europa en guerra, ya no sabían con qué nueva arma definitiva y ultramoderna romper la línea de trincheras enemigas. Para obtener una victoria final que -hace ya cien años- estaba cada vez más lejana, exigieron chivos expiatorios ingenuos que explicaran, o justificaran, aquella sangrienta debacle.

Como fue el caso de aquella rutilante y glamurosa visitante de San Sebastián en 1916: Mata Hari…

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