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En ‘El ministro de propaganda’, en los cines desde el 29 de noviembre, se habla de una «fábrica de mentiras».
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Se aconseja multiplicar el número de víctimas por diez, inventarse lemas y repetir falsedades sin cesar, «cuanto más claras y simples, mejor». Son enseñanzas que salen de la boca de su protagonista, Joseph Goebbels (1897-1945), ministro para la Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945.
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«Yo decido qué es la verdad: lo que le conviene al pueblo alemán», establece.
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El director Joachim Lang deja clara la vocación didáctica de un largometraje que demuestra que esta guerra de desinformación que padecemos se ensayó hace 80 años.
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‘El ministro de propaganda’ es una obra de ficción, pero está salpicada de imágenes documentales de gran dureza. Vemos al auténtico Goebbels, escenas de ejecuciones de judíos y de los campos de concentración.
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También fragmentos de noticiarios de la época y de películas propagandísticas, que millones de alemanes vieron en los cines y contribuyeron a despertar el sentimiento antisemita.
Todas esas imágenes las supervisaba Goebbels, al que el actor Robert Stadlober infunde una suerte de entusiasmo demente. La mano del Führer no podía aparecer temblando; las primeras filas del público en los desfiles debían de estar ocupadas por jóvenes arios.
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«La propaganda es una forma de expresión artística, como la pintura», ilustra en el filme. «El cuadro más valioso no es el más parecido a la realidad, sino el que despierta las mayores emociones».
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Goebbels sabía que debía crear «imágenes para el recuerdo». Y vaya si las creó: la de los cuerpos sin vida de sus seis hijos, a los que asesinó antes de suicidarse junto a su mujer Magda, un día después de que lo hicieran Hitler y Eva Braun el 30 de abril de 1945.
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‘El ministro de propaganda’ traza el retrato de un hombre que entendió enseguida que un bulo era tan poderoso como una bala. Bajito, aquejado de una cojera, Goebbels acosó sexualmente a decenas de mujeres en la Gestapo y fue infiel a su mujer con las actrices más famosas del cine alemán.
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Hasta que Hitler le hizo firmar un contrato que le impedía divorciarse: la suya era el modelo de familia aria del Reich.
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Hitler le encargó preparar al pueblo alemán para la guerra. Primero para disculpar las ansias expansionistas del dictador, después alimentando el mito de la raza aria y el antisemitismo.
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Vemos escenas de ‘Olympia’, de Leni Riefenstahl, y de ‘El judío Suss’, formidable éxito de taquilla en los países del Eje realizada por Veit Harlan, juzgado por crímenes contra la humanidad al concluir la guerra por haberla dirigido.
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Hasta a Michelangelo Antonioni, entonces crítico de cine, le gustó cuando la vio en el Festival de Venecia. «Nuestro mensaje es mucho más efectivo escondido en una película», aleccionaba Goebbels.
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Un rótulo inicial advierte que ‘El ministro de propaganda’ muestra «la perspectiva de los perpetradores», las técnicas de manipulación «de los mayores villanos de la historia como única manera de desenmascararlos y, por tanto, de desarmar a los demagogos del presente».
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En la línea de títulos como ‘El hundimiento’ y ‘La zona de interés’, Joachim Lang intenta arrojar luz sobre un periodo de abyección moral que se saldó con 6 millones de judíos asesinados. «Ocurrió. Y puede volver a ocurrir», advierte en la película una cita de Primo Levi, superviviente de Auschwitz.
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