El 3 de agosto de 1924 moría en Inglaterra tras una larga vida de viajes por mar, aventuras y libros escritos, uno de los novelistas más brillantes de su época.

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Un siglo después de su muerte, el mundo de la literatura se rinde a su obra. Un autor que trató de desentrañar en sus libros de aventuras la esencia de un mundo viejo que empezaba a desaparecer, al mismo tiempo que intentaba adivinar un nuevo mundo moderno que se abría paso para la humanidad entera que, a pesar de las ilusiones que despertaba y promesas que hacía, contenía en sus entrañas más sombras y tinieblas de las que pocos estaban dispuestos a admitir.

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Jósef Teodor Korzeniowski, nació el 3 de diciembre de 1857 en Berdichev, actual Ucrania.

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Sus padres, fervientes nacionalistas polacos, habían consagrado sus vidas a la lucha por una Polonia libre de las potencias que la ocupaban. Joseph vio condicionada su vida desde la infancia por el activismo político de su familia, compartiendo incluso con ellos la deportación de su padre a Siberia. 

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En aquel remoto lugar, mientras su padre cumplía una condena de trabajos forzados, perdería a su madre. Tras cumplir condena, padre e hijo viajaron a Cracovia, donde su padre al poco tiempo falleció también, dejando a un Joseph de doce años solo en el mundo.

Fue su tío paterno quien se hizo cargo de él. Al llegar a los dieciséis años, cambió el romanticismo nacionalista de sus progenitores por el romanticismo de las aventuras marinas.

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Conrad decidió no compartir el destino de persecución y represión del Imperio ruso que terminó con su familia. Desde niño conoció las consecuencias de consagrar su vida a la lucha contra el imperio del zar para lograr la independencia polaca. 

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Para el joven Josef, el mar era el camino hacia nuevas aventuras alejadas del activismo político. Según contó más tarde, fue el libro de Víctor Hugo, Los trabajadores del mar, el que le abrió su sed por los océanos y su deseo de hacerse marino. Había encontrado su camino.

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Primero viajó a Marsella, uno de los grandes puertos de la época, para intentar hacerse a la mar. Aprendió el oficio de marino enrolándose en el Mont Blanc dando comienzo a su itinerario de aventuras que se prolongó a lo largo de 20 años de viajes.

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En 1878 se enroló en la marina británica, por lo que se trasladó a vivir a Inglaterra, donde, además de aprender la lengua en la que escribiría sus novelas, el inglés, adquirió la nacionalidad británica y tomó el nombre y apellido que con el tiempo lo harían conocido en el mundo literario y con los que pasaría a la posteridad, Joseph Conrad.

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El enrolamiento marcó un hito en la trayectoria vital y literaria de Conrad. El Imperio británico era la gran potencia del momento. Un cuarto de la superficie terrestre estaba bajo su dominio y su flota marítima recorría el mundo entero.

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Conrad formó parte de las últimas generaciones de marineros de barcos de vela, siendo testigo de los inicios de la navegación a vapor, que poco a poco fue sustituyendo el aura aventurera de los antiguos veleros por el maquinismo del vapor y el metal de los nuevos barcos. Esto significó para Conrad el paso de una era de romanticismo marítimo a una época donde la tecnología y la industrialización se abrían camino también en la circulación marítima y en los viajes en barco.

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Este cambio de época no solo se limitó a la navegación. Conrad, a través de sus múltiples viajes por el Caribe, Borneo, Australia y África, fue testigo del surgimiento de los ferrocarriles, el aumento exponencial del mercado internacional gracias a la máquina de vapor y del nacimiento de un mundo en el que las conexiones entre los distintos puntos del planeta eran cada vez más rápidas y frecuentes.

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Un mundo en el que la economía, la eficacia, la tecnología y el poder de una nación sobre otras reemplazaba a la aventura, el misterio y al romanticismo de los viejos veleros y sus interminables viajes a lugares exóticos de los que nadie había oído.

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Pero fue a un antiguo conocido suyo al que más repudió Conrad. Si el imperialismo ruso fue en la vida del joven Conrad una losa desde su infancia, en sus viajes marítimos sería testigo de un nuevo imperialismo moderno que se abría paso a través de todos los continentes. Un imperialismo moderno que afirmaba llevar la civilización a los salvajes de la mano del hombre blanco, buscando con ello el progreso de la humanidad. 

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Un mensaje mesiánico y chovinista, una mentira que pretendía ocultar tras de sí la codicia y la falta de escrúpulos de las potencias occidentales respecto a los países menos desarrollados, “salvajes”.

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Lord Jim, una de sus obras más famosas, fue su primera novela en poner en duda el proyecto civilizatorio de occidente a través de la historia de un marinero que, tras sufrir un accidente, abandona a su suerte a los pasajeros musulmanes de su barco sin importarle cuál fuera el destino de los náufragos.

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Un primer testimonio que denunciaba que el discurso civilizador del imperialismo moderno escondía el menosprecio del hombre blanco por los supuestos salvajes.

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Pero fue sin duda su obra magna, El corazón de las tinieblas, la novela que mejor expresa el horror del imperialismo moderno. Situada en el Congo, narra el viaje iniciático del marinero Marlowe al corazón del brutal imperio colonial creado por los belgas, en el que la población autóctona era obligada a extraer caucho y marfil para las industrias del emperador Leopoldo, para quien el país africano era su patio particular de donde extraer ingentes cantidades de bienes para la metrópoli.

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El viaje de Marlowe muestra el descenso hacia el lado más oscuro del ser humano, no el del salvaje africano, sino el del codicioso hombre de negocios blanco, que con el discurso civilizatorio de los salvajes, se convertirá en un tirano ávido de ganancias dispuesto a la máxima violencia para saciar sus ansias de riqueza.

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La búsqueda de Kurtz, el responsable de una explotación que ha perdido la cabeza y se ha convertido en un semidios para los indígenas, a los que gobierna con la mayor crueldad y violencia, se convierte en testimonio de todos los horrores del imperialismo de la época, a través del cual conocemos la crueldad y la falta de moralidad del hombre occidental ávido de las riquezas del continente y que no se detiene ante ningún principio moral o sentimiento de humanidad.

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“El horror, el horror”, serán las últimas palabras de un Kurtz, convertido en la máxima expresión de la locura y crueldad de un imperialismo, este sí, salvaje.

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Más de 70 años después, Francis Ford Coppola adaptó El corazón de las tinieblas al contexto de la guerra de Vietnam, en su imponente Apocalypse Now. Un alegato antibelicista en la que Kurtz se convierte en un comandante perdido en la frontera con Laos, convertido en un dios y que hace la guerra de la manera más cruel posible. Una de las obras cumbre del cine universal, que no hace más que encumbrar la novela de Conrad en la que se basa.

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Pero no solo el cambio de época en la navegación marítima o la crítica al imperialismo occidental fueron los temas clave que Conrad trató en sus novelas. También fue clarividente a la hora de vislumbrar el cambio en la hegemonía mundial del Reino Unido respecto a los Estados Unidos.

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En Nostromo, otra de sus novelas clave, Conrad analizó el intervencionismo de Estados Unidos en una república americana, en la que influyó políticamente para salvaguardar sus intereses económicos. Conrad intuyó en el apoyo a la secesión de Panamá respecto a Colombia, con el objetivo de lograr la construcción del canal interoceánico, un modelo de relaciones internacionales que en el futuro podría utilizar Estados Unidos.

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Conrad vio que, para salvaguardar sus intereses económicos, la nueva potencial mundial no dudaría en influir políticamente en sus vecinos.

El genio de Conrad no se limitó sólo a predecir cómo serían las relaciones de poder en el nuevo mundo moderno. 

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También fue capaz de descubrir la importancia de las grandes urbes y los peligros que las acechaban. El agente secreto, una más de sus grandes obras, describe la capacidad de generar terror del anarquismo de la época, el poder de la dinamita cuando se usaba en actos terroristas en contra de la población civil para generar pavor y miedo en la sociedad.

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Conrad fue un verdadero visionario, capaz de intuir cómo los adelantos náuticos estaban creando un nuevo mundo globalizado y cómo el surgimiento de Estados Unidos alteraba la relación de fuerza entre las potencias.

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No solo eso, fue capaz de distinguir en la dinamita el potencial del terrorismo político moderno, algo que condicionaría enormemente a la sociedad, tanto en su dimensión política como en su forma de vida en las grandes urbes.

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Un terrorismo moderno que se iniciaba en aquel entonces de mano de anarquistas y fenianos, pero que a partir de los años 60 del siglo XX se convertiría en una forma de hacer política que aún hoy en día sufrimos en nuestras carnes.

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Como Maya Jasanoff explica en su libro sobre Conrad, este fue el testigo más lúcido del nacimiento de un mundo global. A través de sus aventuras, Conrad nos habló de un mundo de aventuras de barcos de vela, honor, camaradería y destinos exóticos, que estaba a punto de desaparecer a manos de la máquina de vapor, los intereses económicos, el imperialismo y del mundo globalizado.

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Conrad fue el profeta de un mundo moderno que estaba a punto de terminar con las aventuras en su sentido clásico, y que se abría a una nueva era globalizada en la que los viajes, las aventuras, el romanticismo y el honor quedaban atrás y eran sustituidas por la lógica del dinero y del progreso convertidos en los nuevos mantras.

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Un mundo que desaparecía que, como Conrad nos enseña, en muchos aspectos era mejor que la nueva era que estaba a punto de nacer.

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