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Canibalismo, sexo, nazismo…Los cuentos de los hermanos Grimm no eran para niños
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Caperucita Roja, La cenicienta, Hansel y Gretel… Casi ningún cuento infantil existiría hoy sin los hermanos Grimm. No los inventaron, pero los rescataron de la tradición oral. Nunca se propusieron escribir para niños. Querían fundar la gramática y la filología alemanas. Indagamos en la extraña personalidad de estos genios que hoy serían calificados de auténticos “frikis”.
Por EUGENIO FONT.
No deberíamos separarnos nunca», escribió Jacob Grimm a su hermano Wilhelm desde París en 1805. Tenía 20 años. Y así fue. Vivieron juntos toda su vida.
Jacob terminaba ese año en París sus estudios de Derecho, pero apenas estuvo diez meses separado de su hermano. Esa unión fraternal, íntima como pocas, comenzó desde su nacimiento (Jacob, en 1785, y Wilhelm, un año después). Fueron los dos hijos mayores de un acomodado magistrado de Hanau y de la hija de un concejal. Tras ellos nacieron otros seis hermanos. Ni ellos ni Alemania lo tuvieron fácil en aquella época. Tras la independencia de Estados Unidos, en Francia rugía la Revolución; y Alemania, un mosaico de reinos, principados y condados diminutos, buscaba su propia identidad nacional en medio de cruentas luchas por el poder y ocupaciones militares.
En ese contexto se entiende el trabajo que los haría famosos. A partir de 1806, y durante seis años, los hermanos Grimm se dedicaron a reunir cuentos, mitos y leyendas populares, transmitidas hasta entonces de forma oral. Su afán no era entretener a los niños, sino salvaguardar su país. Los Grimm tenían una misión: querían honrar una parte de la historia cultural alemana que, creían, se perdería para siempre. Ese fue el motor de todo su trabajo, que no se limitó a los cuentos. Sus trabajos sobre gramática y mitología y, especialmente, su monumental diccionario pusieron los cimientos de la Germanística como disciplina académica.
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Pero a los Grimm les costó hacerse un hueco entre la intelectualidad alemana. En 1796 quedaron huérfanos: su padre murió de forma repentina… y con él se acabaron los ingresos familiares. De Hanau se fueron a vivir con una tía a Kassel, que los envió, con 12 y 13 años, a un liceo de clase alta, pagado por ella, pero donde no fueron muy bien recibidos dada su penuria económica.
Compartían la misma cama y superaron juntos la soledad y el desdén social estudiando diez horas al día. Allí mismo un profesor, Friedrich Carl von Savigny –impresionado por el ansia de aprender de Jacob–, le abrió su biblioteca privada, encendiendo en él su obsesión por la literatura alemana, las leyendas y los cuentos.
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Vivían encerrados entre libros. «Eran adictos al trabajo, unos ‘frikis’», afirma uno de los mayores estudiosos de su obra
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A los 17 años, Jacob se fue a estudiar Derecho a la Universidad de Marburg, y Wilhelm lo siguió un año después. De nuevo fueron excluidos de la vida social por su escasez de dinero, lo que los llevó a centrarse obsesivamente en sus estudios. Con todo, Jacob y Wilhelm eran muy distintos. La mayoría de los retratos que conocemos de ellos los realizó su otro hermano, Ludwig Emil, autor también de las ilustraciones de sus libros de cuentos. En esos retratos, Jacob aparece erguido, con la frente alta, desafiante; Wilhelm, enfermizo, con la mirada perdida. El mayor era introvertido e irascible; el pequeño, encantador y sociable.
«Pero los dos eran muy obstinados», dice Andreas Döring, director del Youth Theater Göttingen, que los ha estudiado a través de cartas y documentos. Döring tiene su propia definición de los hermanos: «Eran adictos al trabajo, moralistas y muy ‘frikis’». Jakob era un auténtico nerd de la época, encerrado siempre entre libros y reacio a relacionarse socialmente, especialmente con mujeres. Wilhelm, en cambio, tenía éxito con las chicas y mantuvo un sonado romance con una joven hasta que la acaudalada familia de esta acabó prohibiendo la relación por la diferencia de clase. Su precaria situación había empeorado en 1808, cuando perdieron a su madre.
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Jacob trabajaba en la biblioteca de Kassel, pero apenas podía mantener a sus cinco hermanos. A Wilhelm le fue difícil encontrar empleo debido a problemas de asma y a un padecimiento cardiaco. Los Grimm vivían tan austeramente que en 1812, el año en que se publicaron sus primeros cuentos, sobrevivían con una comida al día.
La primera edición de los cuentos no resultó un alivio económico. Apenas se vendió. La edición de 1825, que se imprimió en formato pequeño y más barato, en cambio, ya llegó al público. Ahora bien, no al que ellos esperaban, los intelectuales germanos, sino a otro: los niños. Llegaron a hacerse más de diez ediciones y pronto se tradujo al inglés.
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Pasaron muchas penurias. Con 27 años, cuando publicaron los primeros cuentos, sobrevivían con una comida al día
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A partir de ahí, los hermanos comenzaron a suavizar las historias, hacerlas menos cruentas, eliminar la sexualidad explícita y el maltrato y abandono de los padres en los relatos (por otro lado, habitual en la época) para que pudiesen ser accesibles a todos los públicos.
En 1825 ocurrió algo que, sin duda, tuvo que ver con este sutil giro. Wilhelm contrajo matrimonio con Henriette Dorothea Wild, la hija del boticario, que desde hacía ya más de 15 años los ayudaba a recopilar algunos de los cuentos populares. Dortchen, como la llamaban, fue elegida por los hermanos con pragmatismo alemán. Alcanzados los 35 años, decidieron que uno de ellos tenía que casarse. Necesitaban una mujer en casa. Y alguien capaz de comprender su obsesión por el trabajo y su otra determinación: vivir juntos. Dortchen pareció entenderlo, porque los tres vivieron juntos con los cuatro hijos del matrimonio.
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La convivencia con Dorothea, desde luego, dio para habladurías. El filólogo Richard Cleasby, estudioso de los Grimm, asegura que la armonía en el hogar era tal «que uno puede imaginar que los niños eran propiedad común». De hecho, una novela especula –sin la menor prueba documental– con que la hija pequeña de Dorothea, Barbara Auguste, era en verdad hija de Jacob. Wilhelm y Dorothea llamaron Jacob a su primer hijo, que murió antes de cumplir un año. Tuvieron después otros tres niños que sobrevivieron, Herman, Rudolf y Barbara Auguste. Herman, un erudito como ellos dedicado a la cultura alemana, fue profesor de Filosofía y Derecho y editor de varios libros de Goethe. Murió en 1901 tras haberse convertido al budismo; Rudolf fue abogado y murió en 1889. Dos años después falleció su hermana. No les sobrevivieron descendientes directos.
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Pasada la treintena, los hermanos decidieron que uno de los dos debía casarse. Lo hizo Wilhelm, con la hija de un boticario
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En la labor de recopilación de los cuentos, los Grimm se valieron de la ayuda no solo de Dortchen, sino de unas 40 personas. La principal fuente, y la única reconocida con nombre y apellido, fue Dorothea Viehmann, hija de un tabernero que había oído muchas historias de viajeros. Uno de sus tesoros es La cenicienta. Otra de sus informantes aparece registrada con el nombre de Marie, amiga de los Grimm, y fue quien les narró Caperucita Roja, Blancanieves y La bella durmiente.
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Los Grimm pagaban por los cuentos, que etiquetaban y archivaban. Eran verdaderas ratas de biblioteca, exploradores de los misterios de la lengua; muchos de los cuales llegaron a resolver y dominar de forma magistral. Sagas danesas, gramáticas serbias, variaciones de la pronunciación del alemán, sánscrito… Todo les interesaba.
También la política. Sus ideas liberales le valieron a Jacob en 1837 la expulsión de la Universidad de Gotinga, aunque poco después fue elegido miembro de la Academia de Ciencias de Berlín. Y por su defensa durante años de la reforma democrática, Wilhelm logró en 1848 un acta de diputado en el primer parlamento alemán elegido democráticamente.
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Les dio tiempo a dedicarse a la política. Fueron de los primeros demócratas, pero su obsesión era hacer un gran diccionario
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Sin embargo, en los últimos años de sus vidas dejaron la política y la enseñanza para concentrarse en su obra magna: el gigantesco Diccionario alemán, de no menos de 32 volúmenes. Pese a que no lo acabaron, la obra sigue considerándose una referencia esencial para la etimología alemana.
Wilhelm murió en Berlín a los 73 años. Jacob, poco después, a los 78. Hasta el último instante estuvo escribiendo entradas para el diccionario. Su última anotación fue la definición de frucht, ‘fruta’.
Cinco cosas que no sabe de los cuentos
ES IMPOSIBLE ENTENDER LOS RELATOS DE LOS HERMANOS GRIMM SIN SU CONTEXTO HISTÓRICO
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1. Nacionalismo
A comienzos del siglo XIX, la fiebre nacionalista bullía en Europa. Alemania era un mosaico de varios reinos y se hizo necesario construir la nación sobre la base de una lengua y una poesía comunes. Los Grimm creían que los relatos populares guardaban el ser primigenio de los alemanes y consolidarían el país.
2. Machismo
Las mujeres de sus cuentos son rencorosas, malvadas, vanidosas, crueles. Hansel y Gretel son abandonados por su madre en el bosque. Es más, es ella la que insiste en abandonarlos, pese a las protestas del padre. El cuento se adentra en otro tabú germánico aún más profundo: el canibalismo. Hansel debe sacar su dedo de la jaula para que la bruja compruebe si los niños están ya gordos como para sacrificarlos. Un canibalismo que fue común en la Guerra de los Treinta Años.
3. Nazismo
Los aliados consideraron que los cuentos de los hermanos Grimm fueron un caldo de cultivo perfecto para los delirios nazis. Por eso, los prohibieron al final de la Segunda Guerra Mundial. El mayor británico T. J. Leonard, por ejemplo, pensaba que los alemanes habían acostumbrado a sus hijos «a toda suerte de crueldades y perversidades», por lo que era fácil para ellos asumir «el papel de verdugo». El escritor Günther Birkenfeld, llegó a atribuir a los cuentos «las atrocidades de Belsen y Auschwitz».
4. Marxismo
Pese a ello, los cuentos fueron rehabilitados enseguida en la zona alemana de ocupación soviética. ¿La razón? La familia Marx los había tenido en muy alta consideración. En la RDA estaban considerados una herramienta educativa proletaria y activadora de la conciencia de clase.
5. Culto asiático
En China y Japón, los cuentos de los hermanos Grimm son tanto o más populares que en Alemania. Los asiáticos son los que más visitan su museo y los bosques que inspiran sus cuentos.
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