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El Homo Sapiens, los humanos modernos, llegó a Europa procedente de África hace algo más de 50.000 años. Y tardó menos de lo que pensaba en llegar al norte de los Alpes, donde reinaban unas condiciones climáticas similares a la Siberia o Escandinavia actuales.
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Lo hicieron hace unos 45.000 años. «Esto cambia fundamentalmente nuestro conocimiento previo sobre el período: el Homo Sapiens llegó al noroeste de Europa mucho antes de la desaparición del neandertal en el suroeste», explican los autores de tres estudios publicados este miércoles en las revistas ‘Nature’ y ‘Nature Ecology and Evolution’.
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El descubrimiento ha sido posible gracias a la conjunción de análisis genéticos de fragmentos de hueso y estudios arqueológicos de varias herramientas encontradas en la cueva de Ilsenhöhle, en Ranis (Alemania), descubierto en la década de los años treinta del siglo pasado. Las hojas de piedra encontradas allí se atribuyen a una cultura denominada lincombiano-ranisiano-jerzmanowiciano (LRJ) y, según dataciones anteriores, se les atribuía una edad de 40.000 años o más.
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El problema es que sin huesos a los que poder asociarlos, no se podía saber si eran obra de los neandertales o del Homo Sapiens. Hasta ahora se había atribuido a los primeros, pero gracias a este trabajo ya no hay duda y pertenece a los segundos. «Los nuevos hallazgos demuestran que el Homo Sapiens creó esta tecnología y que estaba tan al norte en este período», ha señalado una de los autoras de los trabajos.
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Los especialistas han conseguido saber también las condiciones en que vivieron aquellos grupos. La presencia de renos, osos de las cavernas, rinocerontes lanudos y huesos de caballos hace pensar en unas condiciones climáticas de intenso frío y una dieta basada en grandes animales terrestres como los mencionados. De hecho, las cuevas eran utilizadas principalmente por osos de las cavernas para su hibernación y hienas en sus madrigueras, mientras que la presencia humana era más esporádica. «Esto demuestra que incluso estos grupos de Homo Sapiens que se dispersaron por Eurasia ya tenían cierta capacidad para adaptarse a condiciones climáticas tan duras. Hasta hace poco se pensaba que la resiliencia a las condiciones climáticas frías no aparecería hasta varios miles de años después, por lo que este es un resultado fascinante y sorprendente», reconocen.
La relación con los neandertales
Este hallazgo supone también que esos humanos modernos coincidieron con los neandertales en Europa durante miles de años, mucho más tiempo del que se creía. ¿Qué ocurrió para que nuestros primos en el árbol genealógico desaparecieran? Una teoría es que no pudieron competir con nuestros antepasados directos. Otras apuntan a un cambio climático o la propia estructura de su sociedad. «De momento, solo podemos decir que había poblaciones de Homo Sapiens en el norte de Europa cuando los neandertales vivían en el sudoeste. Si se encontraron o interactuaron, no se puede decir por ahora», subrayan los autores.
Durante mucho tiempo se creyó que ambas especies no se habían cruzado hasta que en 2008 se pudo secuenciar el genoma neandertal. Desde entonces, se sabe que entre un 1,8% y un 2,6% de nuestro genoma es suyo. A ello le debemos, en el lado positivo, un sistema inmune reforzado frente a las infecciones y más protección frente al colesterol ‘malo’. En el lado negativo, les debemos la acumulación de grasa visceral, la artritis reumatoide, la esquizofrenia, ser más vulnerables al covid y la propensión a las alergias. Este hallazgo -el de la secuenciación de su ADN- le valió el Premio Nobel de Medicina el año pasado al biólogo sueco Svante Pääbo.
Físicamente, los neandertales eran más bajos que nosotros -los varones medían entre 1,64 y 1,69 metros; ellas, unos diez centímetros menos- pero mucho más fornidos, ya que pesaban unos 85 kilos.
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