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Los tesoros del Archivo Apostólico

85 kilómetros de secretos del Vaticano: cismas, complots, excomuniones, torturas…

Las condenas a Galileo, a Lutero, a los templarios; la ruptura con la casa Tudor, la postura de la Iglesia ante el nazismo, las monedas de Palestina como las que recibió Judas por su traición a Cristo… Descubre algunos de los tesoros del Archivo Apostólico Vaticano, custodiados desde hace casi 415 años en sus oscuros corredores: 85 kilómetros lineales de estanterías con casi dos millones de libros y ochenta mil manuscritos.

Martes, 17 de Diciembre 2024

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Inglaterra. Año 1530. Un jinete cabalga a gran velocidad, toda la noche sin descanso, para llegar cuanto antes a Roma.

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Ya ha cruzado el canal de la Mancha, pero le quedan aún más de mil kilómetros hasta el Vaticano. El viento hace volar su pesada capa y no parece molestarle la lluvia que cae sobre él.

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Este espía del Vaticano tiene una única misión: asegurar que los valiosos documentos que lleva ocultos debajo de sus ropajes en una bolsa de cuero lleguen cuanto antes a manos del papa Clemente VII.

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Entre los documentos hay uno muy especial. A primera vista, una simple carta de amor, eso si la pluma no perteneciese al cruel Enrique VIII, rey de Inglaterra. Perdidamente enamorado de la joven Ana Bolena, el monarca escribe acerca de su intención inalterable de casarse con ella y promete rezar una vez al día para lograr su objetivo.

 

El archivo atesora incluso monedas de Palestina de hace 2000 años, las mismas con las que se pagó a Judas por su traición a Cristo

Como un adolescente romántico firma la carta con la frase «H pretende a A.B. Ningún otro rey», con un corazón dibujado que enmarca las iniciales de la adorada.

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El papa Clemente VII acabará denegando la petición de Enrique VIII para divorciarse de su primera esposa, Catalina de Aragón, y el rey rompiendo con el Vaticano para crear una iglesia nacional, la Iglesia anglicana.

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Después, lo ya sabido: el rey Tudor se casó con Ana Bolena, a la que mandó decapitar tres años después por no ser capaz de darle un heredero. Pero su carta ya estaba en el Vaticano.

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Fondos ocultos. El archivo se compone de casi dos millones de libros y ochenta mil manuscritos en 85 kilómetros lineales de estanterías. Se desconoce el contenido exacto de los fondos.
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Al igual que las evidencias para juzgar a un criminal, su carta formaría parte de las pruebas reunidas contra el monarca que había decidido cambiar violentamente la historia de todo un continente.

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Esa carta, hasta hace un tiempo solo al alcance de los papas –ni siquiera de los cardenales–, es ya hoy uno de los tesoros conocidos del antiguo y misterioso Archivo Secreto Vaticano, que en 2019 el Papa Francisco renombró con el actual nombre de Archivo Apostólico Vaticano. La razón: el término secretum (secreto) se aplicaba desde el siglo xv, en el ámbito de las cortes, a las personas o instituciones cercanas al Príncipe —en el caso de la Santa Sede, al Papa— y a su familia.

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Se trataba de personas de confianza con las que se trabajaban los asuntos más delicados y a las que se denominaba secretarium (secretario).

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Con el tiempo, el sentido de esa palabra fue cambiando hasta acabar asociada con lo oculto y con lo que no debe ser conocido, una sombra de ‘dudas’ que Francisco ha querido disipar o atenuar al menos.

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Y es que fue hace ya casi 415 años, en 1612, cuando Pablo V tomó la iniciativa de fundar este Archivo y crear la colección que tuvo sus comienzos en el Renacimiento y que hoy cuenta con casi dos millones de libros y ochenta mil manuscritos en 85 kilómetros lineales de estanterías.

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Se desconoce el contenido exacto de los fondos, tanto por el volumen que habría que examinar como porque hay textos antiguos escritos en idiomas que no se han podido descifrar.

Muchas de estas cartas habían estado hasta ahora solo al alcance de los papas. Ni los cardenales podían leerlas

Jinetes como el que llevó la carta de Enrique VIII hubo muchos a lo largo de la historia.

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Peinaban los bosques y tierras lejanas en nombre de Dios en búsqueda de manuscritos, códices, mapas o diarios de expediciones, extrayéndolos de iglesias y monasterios o de las colecciones particulares de los nobles. Aquellos tomos que no podían comprarse fueron copiados.

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Algunas adquisiciones fueron tan polémicas como la de los primeros seis tomos de la obra histórica Anales, que Tácito escribió entre los años 115 y 117. Pese a que era conocido su robo del monasterio de Corvey, el papa León X los adquirió a principios del siglo XVI. Hizo copias impresas e ¿irónicamente? envió un juego a la abadía de Corvey…

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Los sellos. Ya la civilización mesopotámica, como los antiguos egipcios y hasta los griegos y romanos, utilizaba sellos.
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En la Edad Media eran un elemento clave de autenticación de documentos. La colección del Vaticano cuenta con 81 sellos de oro. El más vistoso, y con un peso de 800 gramos, perteneció al hijo del emperador Carlos V, el príncipe Felipe II, quien lo regaló a Pablo IV.
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Como norma, al fallecer su propietario, el sello debía ser destruido para dar paso a uno nuevo con un diseño adaptado al heredero. Incluso el anillo del papa –annulus piscatoris–, utilizado para sellar documentos, es destruido tras la muerte del pontífice.
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La elaboración de algunos de los tomos que se conservan en el archivo, con muchas páginas, era toda una inversión. El pergamino se hacía utilizando piel de oveja o de cabra, y para producir una biblia de lujo como la de Federico da Montefeltro, de 1477, una página podría equivaler a un animal.

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Los monjes tardaron años en escribir e ilustrar el impresionante códice, haciendo trabajar a su vez en él a los más importantes maestros de la miniatura. Muchos dibujos fueron realizados con oro y tintas rojas –hechas con sulfuro de mercurio–, blanco de huevo y goma arábica y, menos frecuentemente, con tinta azul.

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Los manuscritos y códices –la gran mayoría de ellos, joyas bibliográficas– fueron almacenados en oscuros, siniestros y húmedos pasillos que no ayudaron a su conservación.

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Se buscó un entorno que impusiera respeto a los monjes encargados de custodiar el tesoro, un lugar idóneo para encontrar las más oscuras historias de la humanidad, incluyendo monedas de Palestina de hace 2000 años, el tipo de moneda con el que se pagó a Judas por su traición a Cristo.

Cinco joyas que valen millones

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Enrique VIII y el cisma anglicano

 

La ruptura entre Inglaterra y la Iglesia católica se produjo cuando Enrique VIII, tras 20 años casado con Catalina de Aragón, pidió al Vaticano el divorcio para casarse con Ana Bolena.

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El papa Clemente VII se opuso. Hoy se conserva la carta con 81 sellos de cera que el rey envió al papa.

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Galileo, Excomulgado

 

Fue condenado por la Inquisición al afirmar que la Tierra gira alrededor del Sol. .

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Pese a ser amigo suyo y creer en sus teorías, el papa Urbano VIII le confesó que no podría admitirlo en público. Se conservan las actas del proceso que la Iglesia abrió en su contra (1616-1633) y manuscritos del científico.

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María Antonieta, desde la cárcel

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Tras la decapitación de su marido, el rey Luis XVI, la última reina de Francia buscaba en esta carta el consuelo de su cuñada Elisabeth Capeto, hermana del rey ajusticiado por la Revolución francesa. Fue escrita, en enero de 1793, poco antes de ser también ella guillotinada.

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Juicio a los templarios

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Sesenta metros de pergamino, escritos en agosto de 1308, recogen 200 testimonios de los templarios en el castillo de Chinon ante los cardenales del papa Clemente V, que meditó absolver a algunos. Sin declararse culpables, admitieron, bajo tortura, negar a Cristo y escupir sobre el crucifijo. Fueron quemados.

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Colon descubre América

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Existen dos redacciones de la bula Inter caetera, del papa Alejandro VI, que delimitó los descubrimientos españoles y lusos, tras la llegada de Colón a América.

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El original está en el Archivo de Indias, en Sevilla. El otro texto se encuentra en el Registro Vaticano 777 del Archivo Secreto de la Santa Sede.

Pero no todo es antiguo

Sabemos ya de la existencia de estos y otros documentos —un total de 100, el mínimo del mínimo de lo que existe— gracias a una exposición que se realizó en 2012, con motivo de los 400 años del Archivo, en los Museos Capitolinos que se encuentran en el Palacio de los Conservadores de la Roma de los papas.

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La exposición fue entonces verdaderamente excepcional, no sólo por sus revelaciones, sino porque era la primera vez que el Vaticano se abría a exhibir temporalmente algunos de sus secretos mejor guardados. Se intuía, a su vez, que podría ser también la última. Y de momento así ha sido.

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Dentro de los documentos revelados, el siglo XX –generoso en intrigas y complots– también suscitó gran interés y expectativas por los secretos relacionados con la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría, fuertemente custodiados.

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Estos secretos corresponden, ante todo, al papado de Pío XII, a quien le tocó capear una época tormentosa y a quien se acusaba de no haberse declarado abiertamente contra la deportación de judíos a los campos de concentración nazi, pese a que el Vaticano ha insistido siempre en que el Santo Padre ordenó a las instituciones católicas acoger clandestinamente a los perseguidos de Hitler.

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Las rutas clandestinas diseñadas por el servicio secreto de la Santa Sede a lo largo de su historia se invirtieron durante esos años y las ‘tres fuerzas negras’, –fascismo, nazismo y comunismo– junto con los británicos y estadounidenses, convirtieron el Vaticano en un nido de espías. En un gesto histórico, el Vaticano reveló entonces siete documentos de la tal llamada ‘época cerrada’, con referencia a los trágicos bombardeos del barrio de San Lorenzo de Roma o la matanza de las Fosas Ardeatinas, aunque cuidadosamente seleccionados para reforzar la imagen positiva de la institución.

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Pero, como decíamos, las revelación representa un ápice de lo que hay: son solo siete documentos de los dos millones que corresponden al periodo 1939-1958. Responsables de los Archivos Vaticanos aseguraron entonces que esos archivos serían descodificados en los siguientes años, una vez que contaran con el visto bueno del entonces papa, Benedicto XVI. Las nuevas revelaciones siguen sin llegar.

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Es cierto que esa ‘promesa’ llegó en medio de rumores de posibles atentados de asesinato a Benedicto XVI. ¿Verdad o mentira? Quién sabe. El diario italiano Il Fatto Quotidiano así lo afirmaba.

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Lo que parece claro es que, si hubo planes o complots, fracasaron en sumar al entonces papa a los pontífices asesinados a lo largo de la historia: León V, Juan X, Benedicto VI, Juan XIV, Lucio II, Celestino V… Ahora bien. ¿Pasarán otros 400 años antes de que nos sean revelados más documentos? Para misterios, nada mejor que el Vaticano.