¿Por qué tenemos un cerebro tan grande? El secreto está en la cocina
La preparación de los alimentos hace 1,8 millones de años permitió a nuestros ancestros aprovechar mejor los nutrientes, lo que posibilitó reducir el aparato digestivo y dedicar más energía al crecimiento encefálico
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Los seres humanos tenemos un cerebro enorme, mucho más grande de lo que en teoría nos correspondería. Se calcula que es siete veces mayor que el que tendría un mamífero con nuestro peso corporal y tres veces mayor que el de cualquier otro primate. Además de su gran tamaño consume buena parte de la energía que adquirimos a través de los alimentos. Con poco más de un kilo, el 2% de nuestro peso, acapara el 20% del gasto energético en reposo. ¿Cómo llegamos a tener un cerebro tan desproporcionadamente grande? Aunque parezca sorprendente, la clave está en la cocina.
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En 1785, el aristócrata inglés James Boswell definió al hombre como «un animal que cocina. Las bestias tienen memoria, juicio y todas las facultades y pasiones de nuestra mente, hasta cierto grado, pero no hay ninguna bestia que sepa cocinar». Boswell no sabía nada de de la teoría de la evolución de Darwin, que ni siquiera había nacido entonces, ni tenía mayores conocimientos de biología. A su observación se unió en 1891 la realizada por el anatomista Arthur Keith. Este se dio cuenta de que entre los primates había una relación inversa entre el tamaño del cerebro y del estómago. En otras palabras, un primate no puede tener un sistema digestivo y un cerebro grandes a la vez.
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La explicación a este hecho tardaría un siglo en llegar. En 1995, Leslie Aiello y Peter Wheeler propusieron que dado que el cerebro consume tanta energía, su crecimiento solo habría sido posible a cambio de reducir el de otro órgano con similar consumo de energía. Y este fue el aparato digestivo. A medida que fue creciendo el encéfalo, se fue acortando el tubo digestivo. La longitud de este depende de los alimentos que procese, más largo en los herbívoros para poder metabolizar los vegetales que consumen y más corto en los carnívoros porque la carne se asimila con más facilidad. Cocinar los alimentos ayuda tanto a hacerlos más digeribles como a aprovechar mejor sus nutrientes. Pasados por el fuego, los aprovechamos al completo; crudos, solo obtenemos entre el 30 y el 40% de sus nutrientes. Esto es lo que ocurrió hace aproximadamente 1,8 millones de años hasta llegar hasta nosotros.
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¿Cómo éramos antes?
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Australopithecus Afarensis. Aunque hay restos fósiles más antiguos, se suele comenzar el árbol genealógico del ser humano hace unos 3,9 millones de años. Por aquel entonces vivía en el este de África el Australopithecus Afarensis. Los restos más famosos son los de Lucy -la llamaron así porque cuando se encontraron sus restos sonaba la canción ‘Lucy in the Sky with Diamonds’ de los Beatles, en el campamento de la excavación-. Era muy pequeña. Medía unos 105 centímetros y no pesaría más de 30 kilos, más o menos como un chimpancé. Su cerebro pesaba unos 426 gramos -, un poco más que el de estos, con los que compartía también una dieta principalmente vegetariana, pero comía una mayor variedad de plantas. Al margen de ello, su rasgo más destacado es que, como nosotros, ya caminaba erguida. También podía trepar, pero había perdido destreza al tener ya unos pies adaptados a la bipedestación.
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Paranthopus: esta especie, que algunos especialistas incluyen dentro de los Australopitecos, esta datada hace unos 2,5 millones de años. Su rasgo más característico era una enorme mandíbula dotada de unos grandes molares especializados en machacar los alimentos vegetales. Eran más grandes que Lucy. Medían en torno a 130 centímetros y pesaban entre 30 y 40 kilos. Su cerebro superaba los 500 gramos.
Homo Habilis. Es el primer representante del género Homo. Vivió, también en el continente africano, hace 2,3 millones de años. Este fue el primero en utilizar herramientas de piedra. Su tamaño corporal sería similar al de los Australopitecos, pero su cerebro era algo mayor. Alcanzaba los 619 gramos. Su mandíbula era similar al de Lucy, con lo que su dieta también lo era.
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Y llegó el cocinero
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Homo Erectus (o Ergaster). El gran cambio llegó, como queda dicho, hace aproximadamente 1,8 millones de años. Fue entonces cuando el Homo Erectus o Ergaster -los especialistas discuten sobre si es la misma especie o dos diferentes- aprendió a controlar el fuego para cocinar los alimentos. Esto permitió el crecimiento de su cerebro, que se estima entre los 800 gramos y poco más de un kilo -el doble que el de Lucy-, y la reducción de su aparato digestivo: tenía un estómago pequeño, un colon más corto y menos intestinos, todas ellas características de una dieta cocinada de comida suave y energéticamente densa. Su altura es sorprendente, pues se estima que los machos alcanzarían el 1,80 metros y un peso de unos 65 kilos. Se sabe también que por el tamaño y forma de su caja torácica no tenía un vientre lo suficientemente grande para alojar las amplias tripas de un herbívoro que come alimentos crudos.
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Neandertales. Nuestros primos cercanos siguieron con esta evolución hasta su desaparición hace unos 30.000 años. Su cerebro era incluso más grande que el nuestro (1,5 kilos frente a 1,2, si bien debido a su mayor peso, la proporción sigue siendo favorable a los Sapiens) y eran omnívoros aunque sí parece que comían más carne. Físicamente eran más bajos que nosotros -los varones medían entre 1,64 y 1,69 metros; ellas, unos diez centímetros menos- pero mucho más fornidos, ya que pesaban unos 85 kilos.
Y así llegamos hasta nosotros, con nuestros grandes cerebros ávidos de energía y un estómago pequeño que gracias a la cocina nos permite hacer más con menos.
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¿Por qué nos gustan los alimentos calientes?
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Establecido ya que fue la cocina la que permitió el desarrollo de nuestros grandes cerebros, surge otra pregunta: ¿por qué nos gusta comer los alimentos calientes? El zoólogo británico Desmond Morris indagó hace años en ello en su libro ‘El mono desnudo’. Tres son las posibles explicaciones. La primera es que con ellos conseguimos «la temperatura de la presa». Aunque hemos dejado de consumir carne recién muerta, la consumimos aproximadamente a la misma temperatura que lo hace un carnívoro. Estos lo hacen porque su presa no se ha enfriado aún; nosotros, porque utilizamos el microondas. Otra teoría dice que tenemos los dientes tan débiles que no nos queda más remedio que ablandar la carne mediante su cocción -esta no valdría con alimentos que no requieren ser ablandados-. Y la última argumenta que aumentando la temperatura de los alimentos mejoramos su sabor.
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