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Sensacionalismo y populismo científico

Los libros de Yuval Noah Harari están llenos de errores y conclusiones apresuradas

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JOAQUÍN BRETEL – 08/08/2022

 
 
HARARI SE HA CONVERTIDO EN EL INTELECTUAL DE CABECERA DE SILICON VALLEY, CONFIRMANDO LA CREENCIA DE QUE EL SER HUMANO ES SÓLO UN ALGORITMO, PERO SUS IDEAS, COMO DEMUESTRA ESTE ARTÍCULO, CARECEN DE FUNDAMENTOS CIENTÍFICOS
 

Yuval Noval Harari se ha convertido en uno de los intelectuales más influyentes del planeta. Como veremos, que lo sea dice mucho del estado del mundo, pues Harari puede ser considerado un buen narrador, un escritor imaginativo, capaz de envolver al lector, pero ciertamente no un pensador de primer orden y ni siquiera un historiador confiable. De hecho, en tiempos recientes algunos expertos han refutados muchas de las ideas de Harari y han denunciado que su trabajo es una especie de «populismo científico». Harari se beneficia de escribir como si lo que estuviera diciendo tuviera bases científicas -así suena ciertamente más convincente- pero muchas de sus teorías o argumentos son solamente especulación, más cercanas a la ciencia ficción que a la ciencia.

Los libros de Harari son grandes bestsellers que proponen examinar los conceptos científicos de la evolución humana y ofrecen una «gran narrativa» sobre cómo hemos llegado a ser lo que somos. Son especialmente populares entre los principales ejecutivos de Silicon Valley porque postulan una visión en la que la ciencia y la tecnología son el fundamento mismo de la existencia y lo que nos diferencia de otras especies. Conciben al ser humano como «un algoritmo» que puede ser rediseñado; y aunque Harari crítica algunas de las prácticas de las grandes empresas de Silicon Valley, su pensamiento no deja de alinearse con una visión tecnocéntrica del mundo. Harari incluso sugiere que, ya que sólo somos bits y genes, a través de la inteligencia artificial y la ingeniería genética alcanzaremos un estados similar a los dioses (Homo deus), lo cual es música para los oídos de Elon Musk, Larry Page o Mark Zuckerberg. 

Académicos con mayor comprensión de la ciencia y la historia han hecho críticas relevantes al respecto. John Sexton, del Committee on Social Thought, describe Sapiens como «poco serio y no merecedor de la atención y el prestigio que ha acumulado». Otros han descrito a Harari como una combinación de Richard Dawkins y Jordan Peterson en versión optimizada para Silicon Valley. Acaso porque hay algo en él del ateísmo militante de Dawkins y porque, como Jordan Peterson, se ha convertido en el intelectual del hombre poco culto: con un discurso que hila con suma facilidad grandes narrativas para proveer una solución sencilla, que explica todo en una lista o en una serie de bullets, generalmente en sintonía con ciertos prejuicios de la sociedad. Ofrecer respuestas fáciles en tiempos difíciles e inciertos parece ser la receta del éxito. Lo que Peterson hace con la psicología, Harari lo hace con la historia.

Jeremy Lent señala que la obra de Harari está basada en una serie de ficciones. La primera es igualar toda la naturaleza a la computadora o a la máquina, lo que es un mito construido en parte a raíz de las ideas de Descartes y de Newton y, por otro lado, como derivación de la era industrial. O, en otras palabras, la creencia de que el ser humano y el universo mismo son puro mecanismo, algo que incluso la ciencia más actual desmiente. Este error es sumamente importante, pues hace que busquemos soluciones a las cosas orientándonos solamente hacia lo que la tecnología puede ofrecernos y no a nuestra propia naturaleza.

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En 2014, uno de los más importantes filósofos contemporáneos de la mente, Galen Strawson, describió Sapiens como «exagerado y sensacionalista», ya que hace juicios de una proporción descomunal, tanto que son una «especie de vandalismo».

El cuestionamiento a Harari comenzó, notoriamente, por parte de su propio consejero de tesis, Steven Gunn, quien dijo que Harari logró hacer caso omiso de todo proceso de verificación de datos, «haciendo preguntas que nadie puede decir: ‘Creemos que está mal en esta parte’… Nadie es un experto en el significado de todo, o en la historia de todos, por un periodo largo». Pero, de hecho, sí existen personas que han documentado sus errores puntuales, no sólo filosóficos.

Particularmente completa y devastadora es la crítica que ha hecho Darshana Narayanan, neurocientífica y bióloga de la Universidad de Princeton, en la revista Current Affairs. Narayanan no titubea y llama a Harari «un fraude». Se mistifica que las personas con mayor autoridad caen bajo el hechizo de Harari (quien habla con calma y confianza) y le piden que explique lo que va suceder en el futuro, como si fuera un oráculo. Alex Springer, CEO de una de las casas editoriales más grandes del mundo, le pidió a Harari que le revelara qué será necesario en el futuro para las editoriales que quieren tener éxito en el mundo digital. Un vocero de la UNESCO le preguntó sobre los efectos que tendría la covid-19 en la cooperación científica internacional. Harari, sin embargo, se había equivocado notablemente sobre la covid. En Homo deus escribió que «la era en la que la humanidad estaba indefensa ante las epidemias naturales ha concluido», algo que contradicen las millones de personas que han sufrido infecciones de covid o que han padecido diversos efectos sociales, económicos y sanitarios de la pandemia. 

En Sapiens, Harari hace uno de sus típicos juicios generales; escribe:

Los grandes depredadores suelen ser criaturas majestuosas. Millones de años de dominio los han llenado de autoconfianza. El Homo sapiens, en contraste, es como un dictador de una república bananera. Al ser, hasta hace poco, uno de los más débiles de la llanura, estamos llenos de miedos y ansiedades sobre nuestras posiciones, lo cual nos hace doblemente crueles y peligrosos.

Y es por este salto vertiginoso, explica, que «muchas calamidades históricas, desde guerras hasta catástrofes ecológicas, han resultado». Los seres humanos pueden no tener mucha confianza, pero ciertamente él como autor sí la tiene. Este juicio no tiene ningún sustento en estudios científicos ni, por supuesto, ninguna manera de ser comprobado o refutado. Puede sonar interesante y seducir a algunas personas, eso sí, porque arroja una gran narrativa y explica el mal de un solo brochazo. Harari hace todo tipo de suposiciones infundadas y reduce todo a la biología; la complejidad de la historia, los sucesos que claramente tienen que ver con la cultura y las ideas que el ser humano ha cultivado –Napoleón, Hitler, el calentamiento global, la extinción de  animales exóticos–, son reducidos al miedo, transmitido genéticamente, a ser devorado por otros depredadores. Como dice Narayanan, este pasaje evoca una buena historia de Disney, pero «está vacío de ciencia».

Narayanan refuta numerosos pasajes, entre ellos la aseveración de Harari de que «muchos animales, incluyendo a todos los primates, tienen lenguajes vocales», o que «los chimpancés cazan juntos y luchan contra los guepardos (o chitas)». Los guepardos y los chimpancés no viven en la misma parte de África. Utiliza el ejemplo de los waoranis en Ecuador para argumentar que «el declive de la violencia se debe en gran medida al Estado» y que «sin ejército, policía y prisiones» la violencia reina. Aunque los waoranis tenían el índice más alto de homicidios, según el genetista Anders Smoka, desde 1970 esta tribu ha vivido en relativa paz. Un libro que también tiene pretensiones demasiado ambiciosas y ofrece grandes narrativas a pesar de haber sido escrito por una persona más brillante y científicamente mejor educada, The Dawn of Everything, contradice la idea de que el Estado y la vigilancia del poder son necesarios para la convivencia pacifica. 

Narayanan señala que todos tienen derecho a pronosticar el futuro de la humanidad, pero debemos ser cuidadosos en elegir aquello a lo que le dedicamos nuestra atención. Esta cuestión resulta especialmente delicada cuando estas predicciones son escuchadas con entusiasmo por la élite de Silicon Valley y Washington (uno de los lectores de Harari es Obama). Por ejemplo, ideólogos como Harari tienen influencia sobre el destino de grandes cantidades de dinero.

Una de sus ideas especialmente peligrosas es que «la tecnología nos conoce mejor que nosotros mismos», lo cual es, de nuevo, música para los oídos de la nueva religión del «dataísmo«. Es cierto que Harari crítica algunos aspectos del dataísmo, pero él mismo provee los fundamentos para establecer esta religión, pues si el ser humano no es más que datos y la tecnología nos conoce mejor que nosotros, entonces esta es igual a Dios. En Sapiens, Harari se pregunta:

¿por qué no ir al taller de Dios y diseñar un mejor Sapiens? Las habilidades, necesidades y deseos del Sapiens tienen una base genética… Si la ingeniería genética puede crear ratones genios, ¿por qué no genios humanos?

Harari incluso juega con la idea de humanos fieles a sus parejas, diseñados genéticamente. Esto puede sonar maravilloso para algunos y abominable para otros, pero la realidad es que es una concepción mágica de la genética.

Narayanan corrige y explica que el determinismo genético está claramente sobrevalorado:

Personas que crecen en ambientes abusivos suelen volverse agresivas o violentas, sin importar cuáles son sus genes… Nuestros genes no son nuestros titiriteros, moviendo los hilos en el momento justo para controlar y generar los eventos que nos crean.

Existen muchos mecanismos no genéticos que son tan importantes o más para determinar conductas como la fidelidad o la violencia. «La realidad de cómo las habilidades, deseos y necesidades del Homo sapiens llegan a ser es más sofisticada y elegante de lo que Harari esboza», sentencia Narayanan, quien además agrega:

Los motivos de Harari pueden ser misteriosos; pero sus descripciones de la biología (y sus predicciones sobre el futuro) están guiadas por una ideología prevalente entre tecnólogos como Larry Page, Bill Gates, Elon musk y otros… Al hacer eco de las narrativas de Silicon Valley, el populista científico Harari promueve -otra vez más- una falsa crisis. Peor aún, distrae nuestra atención de los verdaderos problemas que suponen los algoritmos y el poder sin control de la industria tecnológica.

Harari comparte la visión de que la tecnología tiene un poder trascendente y que es «objetivamente» verdad que los seres humanos somos algoritmos. Por ello es obvio que, si no queremos volvernos obsoletos, debemos actualizarnos, es decir, integrarnos a la inteligencia artificial que supuestamente está a la vuelta de la esquina. No obstante, él mismo advierte que esto podría cobrar tintes distópicos, como señala en una de sus «predicciones», según la cual «la humanidad se dividirá en dos castas: una que vivirá doscientos años y otra que vivirá cincuenta«.

A fin de cuentas, Harari ofrece una visión nihilista del mundo, pues cree entender que la vida no tiene ningún significado inherente y somos sólo algoritmos o, como dijo Dawkins, «robots apesadumbrados». La realidad es que esto no es algo que pueda ser demostrado por la ciencia y que además se opone a mucho de lo mejor del pensamiento que nos han legado las humanidades, el cual tiene una concepción mucho más noble del ser humano y del cosmos. Las ideas y narrativas que nos contamos son enormemente influyentes (como, de hecho, el propio Harari reconoce), incluso más que nuestros genes. La narrativa que el historiador israelí hila no es particularmente halagadora o inspiradora para el espíritu humano. Pero tampoco tiene una relación particularmente cercana con la verdad, por lo que resulta un tanto inepto prestarle tanta atención y otorgarle tanta autoridad.

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