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Jaime Gómez-Obregón, ingeniero informático: “Hablan de digitalización, pero luego no puedes comprar un billete de tren”
El activista por una Administración Pública digital y transparente utiliza las redes sociales para denunciar las carencias de los servicios públicos y proponer soluciones
En octubre de 2021, el fundador de Facebook anunció el nacimiento del metaverso. Los políticos se agarraron a esa palabra como a un clavo ardiendo y decidieron que, si querían estar a la vanguardia tecnológica, lo más importante era tener uno propio. Eso hizo, por ejemplo, el Gobierno de Navarra: anunció por todo lo alto un metaverso que, dos años después, apenas alcanza las 3.000 visitas.
Jaime Gómez-Obregón (Santander, 43 años) vio ese anuncio y no pudo soportarlo. El ingeniero informático compartió el hallazgo con sus seguidores en X, la publicación se hizo viral y provocó una ola de quejas por esa y otras iniciativas similares. “Algunos ya estamos hartitos de unos servicios públicos llenos de inteligencia artificial, ciudades smart y metaversos, mientras los trámites digitales más elementales siguen siendo una gincana kafkiana”, dijo entonces. Hoy piensa lo mismo y trabaja desde la sociedad civil para impulsar la digitalización de una Administración Pública que considera ineficiente y obsoleta.
Entre sus proyectos destaca el SuperBOE, un software que convierte al Boletín Oficial del Estado en algo más que una hoja de papel digitalizada. También ha hackeado hasta tres veces la Hacienda pública para relevar sus vulnerabilidades y conseguir datos que deberían ser accesibles, creado el Observatorio de los Observatorios públicos y programado una página web para procesar los datos de gasto en medios de comunicación del Gobierno Vasco.
Pregunta: Utiliza mucho el concepto de “marketing de la industria tecnológica”. ¿Qué es?
Respuesta: ¿No te parece que hay una desconexión entre lo que necesita la ciudadanía cuando interactúa con la parte digital de la Administración y lo que tantas y tantas veces se anuncia desde la política? Hay una distancia, una diferencia entre estos dos mundos, el de la tecnología, que está para hacernos la vida más fácil a los ciudadanos, y el marketing de la industria tecnológica, que es todo eso que nadie necesita y nadie ha pedido. Como el metaverso o los gemelos digitales.
P: ¿Y por qué existe esa distancia?
R: Porque hay una desconexión. Por ejemplo, la justicia va a pedales en lo que tiene que ver con la digitalización, pero desde los gobiernos, en plural, porque esto no es una cuestión de colores ni de señas, es una cuestión sistémica. Se lanza, por ejemplo, el mensaje de la “robotización” de la justicia. Ya no hablan de la digitalización, porque han desgastado esa palabra y hace falta inventar nuevas. Es el despotismo ilustrado, todo para el pueblo pero sin el pueblo. Hablan de digitalización, robotización, inteligencia artificial, pero luego no puedes comprar un billete de tren, la firma electrónica es un dolor, el certificado digital es confuso. Es desolador.
P: ¿Por qué decidió lanzarse en una cruzada contra la Administración Pública?
R: Esto no es una cruzada “en contra” de la Administración Pública, es una cruzada a favor de una Administración Pública diferente. Y una que recibe muchísimo apoyo y muchísimo cariño precisamente de esa misma administración. En estos años he podido hablar con gente que está dentro, funcionarios, altos directivos o gestores públicos que comparten y comprenden esto de lo que estamos hablando. Estamos en la misma batalla, en el mismo barco.
La arquitectura normativa es un corsé tan rígido que impide hacer las cosas bien
P: ¿Y qué ha descubierto hablando con ellos?
R: Por una parte, que desde la política no hay una visión audaz para hacer las cosas y no hay una comunicación honesta. Los jueces están diciendo que la situación de la justicia en cuanto a digitalización es crítica, pero esa misma semana tenemos al ministro de Justicia hablando del éxito de la robotización. En el mejor de los casos hay una desconexión, y en el peor, una falta de honestidad. ¿Cuándo vamos a tener un responsable político que diga: “Oye, es verdad, esto está roto, ¿vamos a ver cómo lo resolvemos?” Creo que es algo que a todos nos gustaría escuchar, en vez de tanto triunfalismo.
P: ¿Y qué pasa con los informáticos que trabajan en la Administración Pública?
R: Comparten plenamente esto que estamos hablando. Me dicen: “Quiero hacer esta licitación bien, quiero sacar el concurso bien, pero la Ley de Contratos del Sector Público no me deja hacerlo”. Y llega un momento en que estamos todos frustrados, porque la arquitectura normativa es un corsé tan rígido que impide hacer las cosas bien, o demora tantísimo los plazos que es imposible ser eficaz. No puede ser que las normas que nos hemos dado nos estén impidiendo hacer las cosas bien. Pero como la culpa es colectiva y está diluida en toda la máquina hipercompleja de la Administración Pública, nadie se da por aludido.
P: ¿Qué alternativa tienen los ciudadanos?
R: Intentar hacer como hago yo. Vamos a ir de abajo hacia arriba, a intentar visibilizar estas ideas. Durante estos años me he dado cuenta de que se puede articular una comunidad, gracias a las redes sociales, para mostrar que se pueden cambiar las cosas, y luego apelar a la Administración Pública y a los políticos para ver si conseguimos cambiarlas. El enfoque más deseable sería de arriba hacia abajo, es decir, que venga un ministro de Transformación Digital que haya programado, que sepa lo que es la tecnología.
P: ¿Cómo lidia con la frustración de luchar esta batalla? Usted ha dicho que esto lo está haciendo para sus hijos, porque esta generación ya está pérdida.
R: Sí, sé que ese es un mensaje pesimista y yo no lo soy. Pero en este caso tengo que serlo. La fuerza que tengo para seguir viene precisamente de la frustración. Soy una persona bastante perfeccionista y llevó toda la vida realizando tareas de optimización de procesos en mi trabajo. Creo que la tecnología ha llegado precisamente para eso, para facilitarnos la vida. Y cuando veo que desde lo público no se utiliza para esto, me frustro. Y esa frustración, paradójicamente, es una gasolina para continuar.
P: ¿Y no se agota?
R: Cuando nos frustramos con la Administración Pública podemos hacer dos cosas y estoy cansado de ver la primera: llegar a la barra del bar el sábado por la noche y despotricar contra todo. Eso, en mi opinión, no sirve de nada. No me reconforta y no cambia las cosas. Yo quiero ir al otro lado, en el que se dice, mira, cada uno con nuestros instrumentos podemos tratar de cambiar las cosas. Es verdad que es una pelea de muy largo plazo. Y en eso estoy, y ya ha salido una ristra de todo tipo de corruptelas, de contratos adjudicados de forma irregular, de contratos menores adjudicados entre un político y otro compañero del partido.
La transparencia tiene el poder de salvar al sistema de la desafección y de la decadencia
P: Usted lo llama “corrupción de baja intensidad”.
R: Más allá del perjuicio económico que pueda ocasionar, me interesa cómo eso mina la confianza de la ciudadanía en las instituciones. La ciudadanía ya no respeta tanto a sus representantes políticos, no confía mucho en las instituciones y eso es tóxico. Nos lleva a poder perder el sistema que tenemos. Aunque tenga ineficiencias y necesite de mejoras urgentes, está bastante bien. Yo lo que quiero es apuntalarlo, mejorarlo. Tenemos unos retos como país, como sociedad, y no quiero que la Administración Pública y nuestra relación con ella se quede atrás.
P: ¿Hay alguna solución para frenarlo?
R: La transparencia. La transparencia es muy positiva porque desarma a la gente que dice que los políticos nos roban. No es solo una cuestión de conocimiento, de rendición de cuentas, de civismo. La transparencia tiene el poder de salvar al sistema de la desafección y de la decadencia.
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