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Un santuario para animales de granja maltratados: “Para mí son mis hijos”
Un proyecto en la Sierra de Madrid da refugio a 300 ejemplares de especies como vacas, cerdos, ovejas o gallinas, tras ser rescatados del abandono o de explotaciones ganaderas en malas condiciones
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Eneko fue un día el número 81.337, pero en cuanto llegó a la Fundación Santuario Vegan, en el año 2012, le cambiaron el crotal por un nombre. A este cerdo, que entonces contaba con una semana de vida, le retiraron la placa que agujereaba su oreja a modo de identificación, obligatoria en ganadería, y le hicieron una ficha personalizada para poder ser apadrinado. “Aquí no son un dígito, son familia”, explica la cofundadora y presidenta de este proyecto, Laura Luengo, que ya reúne 300 animales en la sierra oeste madrileña, donde conviven más de 10 especies procedentes de diferentes puntos de España. Todas comparten una historia de vida común: el maltrato o el abandono.
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Los animales llegan al santuario tras ser decomisados por la Guardia Civil en inspecciones a explotaciones ganaderas o por el aviso de vecinos, protectoras y trabajadores de las granjas que alertan de su situación. Así, reciben una segunda oportunidad. “Ahora solo tienen que estar tranquilos, del resto ya nos encargamos nosotros, ellos ya han pasado bastante”, dice Luengo mientras les da el desayuno a primera hora de la mañana, una tarea que le lleva varias horas por el elevado número de criaturas que tiene a su cargo.
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Vacas, toros, terneros, cerdos, jabalíes, cabras, ovejas, caballos, burros, conejos, gallinas, ocas, patos y gallos conviven en amplios recintos divididos por especies y edades con diferentes “geriátricos y guarderías”.
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Llegan bastantes animales mayores y crías porque su estado es más vulnerable y, en ocasiones, menos productivo en la industria. “A muchos la discapacidad también los salva del matadero”, añade al pasar por un establo con varias ovejas y cabras en sillas de ruedas.
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Eneko era la herramienta para entrenar a varios perros cachorros de caza que cuando crecen atrapan jabalís, pero fue liberado y ahora vive con muchos otros cerdos. Entre ellos se encuentra Barbosa, rescatado por unos activistas que se encadenaron en las puertas del matadero de Leganés; Baku, nacido en una granja de Teruel, donde unos jóvenes lo compraron para emborracharlo en la fiesta de fin de curso; Sakura, que cayó en marcha de un camión de gorrinos; Marco, liberado por una trabajadora de su hacienda tras enfermar al vivir en duras condiciones y Valentina, que vivía en 2 metros cuadrados y tenía sarna.
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En otro cercado se encuentra Dori, una oveja que apareció atada a una farola en Oviedo como protesta de los ganaderos por el ataque de los lobos. Tuvo que ser desencadenada por los bomberos. Vive junto a Trasgu, otra víctima de estas manifestaciones al que lanzaron a un refugio de lobos. Para sorpresa de todos, los carnívoros hicieron del cordero un miembro más de la manada en lugar de atacarlo. Corrió tan buena suerte como Pablito, que, según cuenta Luengo, fue encerrado adrede en la explotación durante las riadas del Ebro de 2015 para que el granjero pudiese cobrar el seguro. Fue uno de los pocos supervivientes hallado vivo mientras se aferraba al cadáver de su madre, siendo un lechal.
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Luengo, vegana de 43 años, aun se indigna al contar sus historias. Siempre tuvo “una conexión especial con los animales” porque se crio en un pueblo de Valladolid, siendo testigo “de las barbaridades que le hacían a las ovejas, a las que cuando eran mayores abrían vivas en canal para que se las comieran los perros”. En cuanto cumplió la mayoría de edad empezó a trabajar en una protectora donde “todos se implicaban con los perros y los gatos, pero a los animales de granja los enviaban al matadero o los devolvían a las explotaciones”.
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Por ello, acabó reuniendo a 60 criaturas en su casa de Valencia, en un intento de salvarlas, hasta que se dio cuenta de que ya no tenía más espacio ni recursos económicos: “Durante muchos años solo comí arroz con tomate”. Entonces, inició en 2011 este proyecto con su expareja en la sierra de Madrid.
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Hace dos años recibió un diagnóstico tardío de autismo, algo común entre mujeres, y le ayudó a comprender su forma de ser. “Nací con un concepto muy arraigado de la justicia, siempre me he entendido mejor con los animales que con los humanos. Su lenguaje es fácil, son transparentes y tienen una gran sensibilidad”, explica tras defender que en el santuario el amor es el lenguaje universal.
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Tiene clara la misión de su proyecto: “Salvamos vidas, somos una familia. Aquí nadie es una mascota, construimos una relación entre iguales, para mí son mis hijos”. Confiesa que las crías que llegan duermen con ella hasta que cumplen los dos meses porque entiende que necesitan una madre. “Todos vienen aterrados y con pánico al humano, pero con comprensión y cariño vuelven a confiar”, explica.
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Vive dentro del recinto y los voluntarios y sus trabajadores, una veterinaria y cuatro auxiliares de clínica, pueden residir en casas también ubicadas dentro de la finca. Su intención es conseguir un permiso para recibir visitas y que “las personas vean cómo realmente es un cerdo, un ternero o una oveja”. Para ella son seres sensibles y emocionales al igual que un humano, un perro o un gato.
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Por este motivo, Luengo denuncia los hacinamientos en muchas explotaciones. “A los cerdos les cortan el rabo y a las gallinas el pico porque se agreden entre ellos al estar mal psicológicamente, pero aquí jamás ha habido una pelea ya que tienen sus necesidades cubiertas”, asegura.
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Además, critica ciertas prácticas legales en las granjas como la posibilidad de “matar a un gorrino que no llega al mes de vida de un golpe contra el suelo si no sirve para dar carne”. Tampoco entiende que a algunas ovejas se las lleve al matadero con 5 años, cuando baja el nivel de su producción, si en su santuario estas alcanzan los 18.
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Lamenta saber que “son la minoría afortunada”. Le da pena que “muchos animales se vayan de este mundo sin conocer un gesto amable y nunca lleguen a ver el sol, la tierra, una charca o una oportunidad”.
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Ella pretende ofrecerles una vida longeva de calidad en el santuario y no contempla adopciones. Cuando los animales mueren, algunos más pronto de lo esperado por las delicadas condiciones en las que llegan, sus cenizas son enterradas en la finca donde el resto de sus compañeros seguirán pastando.
Situación alegal
Fundación Santuario Vegan no recibe ningún tipo de subvención pública pese a que muchas especies decomisadas por las fuerzas de seguridad del Estado terminan en su recinto. No hay una ley que reconozca y regule estos centros, aunque en España existen más de una decena. Los gastos mensuales de este proyecto superan los 30.000 euros, pero los ingresos que recibe su dueña son fruto de la voluntad individual de las personas: 800 apadrinamientos que aportan una cuantía periódica para la manutención de los animales, donaciones puntuales, socios, venta de merchandaising y ayuda de los voluntarios. “A veces, a duras penas llegamos”, cuenta tras explicar que todo esto se debe a que se encuentran en un limbo alegal.
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Lleva años presentando propuestas a la Comunidad de Madrid y al Ministerio de Derechos Sociales para reglamentar su situación. Ahora mismo el santuario está registrado como explotación ganadera, algo paradójico para ella porque es el extremo contrario al objetivo del proyecto.
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De momento, ha llegado a “un acuerdo verbal con la administración autonómica para que en el recinto no haya crotales y todas las criaturas puedan ser dadas de alta como animales de compañía y no de producción”.
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Actualmente, Luengo y sus animales viven un proceso de mudanza porque hace unos meses el dueño de la finca en la que una buena parte de ellos se encontraban no quiso renovar el alquiler y los propietarios del terreno contiguo, en el que están ahora, también quieren venderlo a otras personas.
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Por ello, en septiembre se irán a Cadalso de los Vidrios, entre Toledo y Ávila, donde podrán registrarse como núcleo zoológico y “tendrán más zonas verdes de pasto y un hospital”, explica la dueña del santuario mientras acaricia a Elena, una vaca rescatada de una granja en Boiro (Galicia) a la que encontraron sin comida ni movilidad, viviendo encima de sus propias heces, y a Ruth, una res de lidia nacida a destiempo y sometida a un estrés continuo para aprender a embestir.
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En la nueva estancia Luengo desea que Juana, una yegua de hípica a punto de ser sacrificada por una lesión, Romerito, un ternero invidente con la cola y la oreja cortadas, Hipatia, una mula a la que vendían con 38 años para cargar peso, Evaristo, un cabrito que fue el obsequio vivo del premio de San Antón, Poli, un gallo rescatado de un ritual ilegal de santería, o Bellota, un rayón que apareció ciego con días de vida siguiendo a un ciclista, “puedan seguir aprendiendo que las manos no hacen daño porque son para cuidar y que lo único que tienen que hacer es disfrutar de la vida que siempre merecieron”.
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