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Vivir 120 años: «Ojalá la muerte estuviera programada para hackearla»

120 ANIVERSARIO DE ABC

La bioquímica María Blasco y el paleontropólogo Juan Luis Arsuaga charlaron sobre las claves del envejecimiento en el Foro ABC

Una colección de juventud y talento para celebrar el 120 aniversario de ABC

Mesa entre Maria Blasco y Juán Luis Arsuaga y moderada por José Manuel Nieves ÁNGEL DE ANTONIO

En los años setenta, la esperanza de vida de los españoles superaba los 72 años. Cuatro décadas después se sitúa en los 83, incluso habiendo atravesado una pandemia mundial con decenas de miles de muertos, la mayoría de avanzada edad. Sin embargo, también muchos de nuestros mayores que vieron casi al completo el siglo XX han conseguido también llegar hasta el momento actual: actualmente, en España, casi 20.000 personas tienen 100 años o más, una cifra que ha crecido en más de 1.600 hombres y mujeres tan solo en el último año. Si extrapolamos esta progresión, y teniendo en cuenta que los avances en la medicina crecen de forma exponencial, ¿llegaremos dentro de relativamente poco a vivir fácilmente 120 años?

Esta era la premisa del debate que organizado por ABC entre la bioquímica y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), María Blasco, y el paleontropólogo y codirector de Atapuerca Juan Luis Arsuaga. Ambos, con el periodista científico José Manuel Nieves como moderador, charlaron sobre las claves del pasado, presente y futuro de un proceso que nos afecta a todos los seres vivos del planeta, pero que los humanos tratan de retrasar lo máximo posible.

 

«La mayor parte de las enfermedades tiene su origen en el envejecimiento celular. Entenderlo nos ayudaría a atajarlo, igual que ocurre con las infecciones en las que conocemos el germen que la ocasiona», señalaba Blasco inaugurando la ponencia, patrocinada por el Grupo Oesía, Novartis y Siemens Healthineers y con la participación de la Xunta de Galicia. La investigadora sabe muy bien de lo que habla: su carrera está centrada en el estudio de los telómeros, las puntas de los cromosomas que se ‘desgastan’ con la edad. Es algo así como las puntas plastificadas de los cordones de las zapatillas: con el tiempo, se acortan y se deshilachan, perdiendo su forma. Algo similar ocurre con nuestro ADN: a medida que el material genético se replica, los telómeros se hacen cada vez más pequeños. Cuando llegan a una longitud mínima, las células interrumpen su ciclo celular y dejan de regenerar los tejidos, produciendo así el envejecimiento de las células y, consecuentemente, el envejecimiento de todo el organismo.

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La enzima ‘milagrosa’

Sin embargo, en 1985, la bioquímica australiana Elizabeth Blackburn descubrió una enzima ‘milagrosa’: la telomerasa. Ésta ayuda a la formación de los telómeros, por lo que si se pudiera controlar su producción, podríamos, en teoría, retrasar el envejecimiento celular. De hecho, existe un tipo de células que ya utiliza este mecanismo para su beneficio: las cancerosas. «Éstas se replican de manera indefinida, manteniendo los telómeros, si bien en una forma aberrante; pero se convierten en una especie de células ‘amortales’ que, aunque pueden ser destruidas, se replican constantemente», explicaba Blasco al respecto, quien matizaba, no obstante, que este no es el único factor que interviene en el envejecimiento. «Por ejemplo, los ratones, que viven tres años, tienen los telómeros más largos que los humanos, pero viven apenas tres años y nosotros ya llegamos a los ochenta. Esto quiere decir que la epigenética es más importante que los genes».

La epigenética engloba todos los factores que no cambian nuestra secuencia de ADN, sino que modifican la expresión genética del mismo. En esta parte entra el factor de la edad y el paso del tiempo; pero también elementos ambientales como la alimentación, el ejercicio, los medicamentos que tomamos a lo largo de nuestra vida o las sustancias químicas a las que estamos sometidos. Por ejemplo, se sabe que estar en contacto de forma continua con pesticidas puede ‘encender’ el gen de la enfermedad de Parkinson que, a priori, no teníamos activado y hacer que se manifieste. O, por el contrario, el deporte puede producir cambios epigenéticos que mejoran la función de genes relacionados con el metabolismo, la inflamación y la salud cardiovascular.

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El sentido de morir

Aún así, la muerte es un hecho. Y Arsuaga recordaba que, si bien las sociedades humanas siempre han soñado con retrasarla e incluso con evitarla para siempre, perecer tiene sentido desde el punto de vista evolutivo: «El espécimen que muere deja paso a otros más jóvenes que perpetuarán la especie», señalaba. Y, aunque el propio Arsuaga querría que el fin de nuestras vidas estuviera programado («ojalá la muerte estuviera un reloj para que la pudiéramos hackear»; todo sería mucho más fácil», se lamentaba), lo cierto es que por factores tanto externos como internos, a cada uno nos llega a un tiempo diferente.

No pasa lo mismo con otros procesos. «Por ejemplo, cuando nos salen las muelas a los mamíferos, que ocurre en la infancia. Pero, ¿por qué a nosotros nos ocurre sobre los seis años y a los macacos, que son parientes nuestros, les pasa al año y medio?», inquiría, haciendo hincapié en que necesitamos saber más sobre los factores que nos unen y, sobre todo, nos separan del resto de animales para poder atajar el envejecimiento.

Porque el pasado seguramente tenga las claves de nuestro futuro y de cómo ‘estirarlo’: «Como especie, hemos alargado no solo la vida, sino también la infancia. Nuestro cerebro se ha triplicado de tamaño. ¿Podemos seguir haciendo cambios? Por supuesto: la evolución ya nos lo ha demostrado», sentenciaba.

Sin embargo, es necesario distinguir entre los conceptos de esperanza de vida y límite biológico, tal y como recalcaba Blasco: el primero es relativamente fácil de transformar, tal y como demuestran los datos esbozados al principio de este texto. El segundo, de momento, lo marca la francesa Jeanne Calment, que nació en 1975 y murió en 1997, viviendo exactamente 122 años y 164 días, el récord entre los Homo sapiens. «Pero no solo se trata de alargar la vida, sino de estar sanos durante más tiempo», apostillaba Blasco, quien explicaba que, si bien es más complicado alargar el límite biológico que la esperanza de vida, ya se han llevado a cabo experimentos con levaduras, moscas, gusanos y ratones que han incluso casi duplicado esa frontera vital, evitando por más tiempo el envejecimiento.

Tampoco tenemos que irnos a experimentos pioneros para observar que la ciencia y la tecnología acuden en nuestra ayuda. «Mis amigos, sin estos adelantos, ahora serían inválidos o ciegos, porque a la mayoría les han operado de la cadera o de cataratas», señalaba Arsuaga. El paleoantropólogo contó la historia de una conocida marca de coches en la que el jefe preguntó a sus ingenieros cuál era la duración de la pieza más resistente. «Es esta, y dura casi para siempre», respondieron los operarios. «Pues no la quiero», espetó el responsable, alegando que si el resto del coche no iba a aguantar tanto, no merecía la pena hacerla tan duradera. «Lo mismo ocurre con la naturaleza: con los años, nuestro cristalino se deteriora y nos salen cataratas. Cuando, se supone, deberíamos estar muertos. Nuestras ‘piezas’ tienen una garantía mientras somos jóvenes, pero cuando envejecemos, ésta empieza a decaer», comparaba el codirector de Atapuerca.

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Aún así, hay cosas que podemos hacer para envejecer de forma más saludable, ya que nuestra sentencia no está, al menos del todo, escrita en nuestros genes: estudios han demostrado la importancia de una dieta equilibrada, el ejercicio físico y evitar los malos hábitos.

Lo que no existe, al menos de momento, es una cura ‘milagrosa’: «Hay mucha oferta de productos que dicen que pueden hacer tal o cuál cosa; y, por supuesto, se están empezando las pruebas con tratamientos pioneros. Pero lo cierto es que ahora mismo no hay ningún medicamento totalmente eficaz para retrasar el envejecimiento celular», indicaba Blasco, que sin embargo recordaba el estudio de la Universidad de Columbia (Nueva York) publicado el pasado mes de junio en la revista ‘Science’ en el que se demostraba que la taurina favorece el envejecimiento saludable, mejorando la fuerza, la coordinación o la memoria, además de atenuar la senescencia celular, el daño en el ADN y la inflamación crónica. Al menos, en ratones y macacos.

«Sí, se están llevando a cabo muchos avances. Pero, de momento, no hay ni una sola enfermedad vinculada al envejecimiento que podamos curar. Esa es la verdad».

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